Miembros de la IV División de Navarra durante la Guerra Civil, donde nuestro colaborador, D. Rogelio Latorre, sirvió durante toda la campaña como alférez provisional. |
La Federación de Estudiantes Católicos
La escuadra 24, como supongo sucedería con las restantes, no tenía donde reunirse tras el cierre del centro de Nicasio Gallego. Y al no ser el dinero cosa familiar entre sus componentes, hacerlo en un café o en un bar era un dispendio que pocos se podían permitir. En aquellas fechas existía una organización denominada Federación de Estudiantes Católicos, que tenía su sede en el piso 3º o 4º de la casa número 1 de la calle Mayor, prácticamente en la Puerta del Sol, casa en cuyos bajos estaba el Bazar Madrid. Era presidente de la Federación cierto personaje, entonces de unos 22 o 23 años, de honda raigambre política de derechas.
Un falangista de la escuadra 24, Alfonso Blanco Castro, del que ya he citado que fue herido combatiendo en el Ejército Nacional y terminó la guerra como alférez provisional de infantería, estaba afiliado a la citada Federación de Estudiantes Católicos y sugirió que la escuadra, cuando fue clausurado nuestro Centro, podía frecuentar el local de la Federación, ya que por afinidad de sentimientos, si no de ideas, esperaba que no hubiese dificultad. Y menos aún, al haber sido invitados por él, que era miembro de la asociación.
A poco de iniciar nuestras visitas, el presidente de la Federación, en continuo parpadeo de los ojos y giro de ellos hacia el cielo en forma beatífica, entrechocando los dedos de las manos y con mil expresiones sacristanescas de condolencia (de sacristán de sainete, pues los de verdad no son así), nos puso de patitas en la calle: “Ya sabéis que estoy con vosotros, pero vuestra presencia nos compromete”, y otras excusas semejantes.
Si solo hubiera sido esto, no lo mencionaría en este escrito, pues siempre he considerado, y sigo considerando, que cada uno es muy libre de pensar como le parezca bien, siempre y cuando no atente contra la Patria, la Justicia o el prójimo. Pero el honor pide ser fiel y consecuente a las propias convicciones, y por lo tanto honrado y leal en el comportamiento. Sobre todo, si se es un dirigente político o se representa a una colectividad de compatriotas. Creo que viene a cuento una pequeña historia en tres actos: 1º “OTAN, de entrada: ¡NO!”. 2º ¡Magnífico puesto, magnífico sueldo! 3º ¡Bombardead Kosovo!
Sigamos con el católico presidente de la católica Federación: Más tarde, cuando pude incorporarme al Ejército Nacional, le encontré con el empleo de teniente provisional de infantería, en la Cuarta División de Navarra, vistiendo una flamante camisa azul y cubriéndose con una boina roja. Pero, lógico en quien tiene madera de político, desempeñaba una misión burocrática dentro del puesto de mando de la División, no mandando una compañía de choque. ¡Tenía 25 años! Ya advertí en una anterior Contribución que entre los nacionales no era frecuente el “niño bien” emboscado, pero admití su existencia. Éste, uno de los pocos casos que se dieron, batió el récord: acabada la guerra, siguió ostentando su camisa azul como ministro franquista y fue el primero en quitársela cuando la estrella de Falange empezó a declinar en el cielo de España.
Como aclaración a este párrafo, es preciso añadir que en el Ejército Nacional, ante la falta de capitanes y de oficiales profesionales, todas las compañías de infantería estaban mandadas por tenientes o alféreces provisionales.
Autor: Rogelio Latorre Silva
Publicado el 20 de septiembre de 2007
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