El pacto que dio lugar al nacimiento del Estado se basó en la renuncia al uso de la violencia por parte de los particulares, como método de resolución de sus conflictos, salvo en casos excepcionales de necesaria y legítima defensa. Con la llegada del Estado liberal y democrático, el referido pacto se vio reforzado con el compromiso de los grupos políticos de no hacer uso de la violencia para alcanzar el control de aquél. En esa tesitura, el Estado tiene como principal obligación la de defender en todo caso y circunstancia la vida, la libertad y la propiedad de los ciudadanos.
Como el Estado, aunque sea liberal y democrático, es imperfecto —igual que toda obra humana—, y no siempre llega “a tiempo” de evitar situaciones francamente desagradables para sus ciudadanos, inventa y aplica el derecho penal, al menos en orden a la reparación, en lo posible, del derecho de los ciudadanos perjudicados y de la integridad del ordenamiento. Es decir, el Estado defiende y en su defecto, repara u obliga a reparar.
¿Y qué hacer cuándo los administradores transitorios del Estado desisten de cumplir con sus labores de defensa y reparación? Aquí los ciudadanos pueden pensar que, ya que se trata de la dejación de responsabilidades de unos administradores transitorios, ya escampará.
¿Y si además, los administradores transitorios del Estado, de común acuerdo, deciden que ciertos grupos muy significados tienen derecho a usar la violencia contra los ciudadanos indefensos, defensores de ciertas ideas políticas? Ello significa que el Estado no defenderá y causado el hecho violento, no castigará. En esa situación puede suceder cualquier cosa, porque habríamos vuelto a la situación anterior al nacimiento del Estado. Y ahí todo es posible.
Llevamos apenas cuatro días de campaña electoral en esta Nación de nuestras entretelas y ya se han producido unos cuantos hechos violentos, ante los cuales los administradores transitorios no han dicho ni “mú”. A lo más que han llegado es a echar un órdago a los del “grupo significado”, que por supuesto han perdido. Así que… ¿cómo reaccionar ante la violencia consentida por el poder, cuando no fomentada por los que ahora lo ostentan?
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 16 de mayo de 2007
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