La calidad de un escritor depende de la capacidad que posea para combinar entre sí los recursos literarios. Frase tan perogrullesca como cierta. Utilizados adecuadamente tales recursos, éstos se convierten en factores exponenciales o sinérgicos de su obra y le confieren la brillantez. Hay autores de una claridad meridiana, si bien previsibles, puesto que se sabe desde el principio lo que van a contarnos. Leído el título o a lo sumo la contraportada, casi es posible afirmar que se ha leído el libro o el artículo de que se trate. Otros, por el contrario, empapan su prosa de una serie de ideas abstractas, sólo inteligibles muy parcialmente, con las que parecen que nos quieran indicar que en el artículo número cincuenta o en el cuarto libro de los que piensan publicar, por ejemplo, se adjuntará el manual de instrucciones para descifrarles las ideas. Hay un tercer grupo, de las muchas divisiones que podrían realizarse en esto de la cuestión literaria, que salpican sus escritos de innumerables epítetos y escasos verbos, por lo que obviamente desconocen la frase del clásico: “El emparejamiento de adjetivos, si se generaliza, denota esterilidad mental”.
En el mundo del periodismo de opinión, es decir, en el de los columnistas, sucede tres cuartos de lo mismo: los hay así y los hay asao. En raras circunstancias el periodista alcanza la brillantez literaria, supongo que como consecuencia de que, siquiera sea inconscientemente, escribe al dictado de su editor. O sea, no es libre para desarrollar en menos de mil palabras lo que podría denominarse una pequeña obra maestra. Por supuesto que hay excepciones, una de ellas se corresponde con el gran columnista Ignacio Camacho, autor al que vengo siguiéndole la pista desde hace tiempo y sobre el que he llegado a la conclusión de que sus artículos oscilan entre buenos y muy buenos, con incontables piezas que encajarían de lleno en el apartado de obra maestra al ir cargadas de brillantez. Hoy mismo, en el diario ABC (1), Camacho nos ofrece una de esas notables columnas destinadas a convertirse en páginas referenciales de nuestra historia, al más puro estilo Josep Pla. Creo que la obra de Ignacio Camacho, de ser leída dentro de 50 años, mantendrá toda la frescura, la brillantez y el carácter incuestionable de una labor tan concienzuda como perspicaz y descriptiva. A Camacho se le entiende todo y da gusto leerle, y lo digo como el mejor piropo posible a un columnista. No es que recomiende su columna de hoy, sino la lectura de todas sus columnas.
(1) Lamentablemente, no funciona el enlace a la columna de Camacho.
Autor: Policronio
Publicado el 6 de junio de 2007
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