Aunque el texto lleva dos semanas colgado en Internet, por su enorme interés vamos a reproducir un artículo sobre el llamado "calentamiento global", escrito por uno de los más brillantes pensadores liberales españoles, el colaborador del Instituto Juan de Mariana, Francisco Capella. Bajo el título "La noche del calentamiento global", Capella realiza un análisis demoledor de determinadas premisas progresistas, con una lógica tan sumamente aplastante que, a buen seguro, no dejará indiferentes a los lectores de Batiburrillo.
Por nuestra parte, nos hemos limitado a subrayar algunos de los comentarios más llamativos de este eximio liberal, que lleva escritos unos cuantos artículos sobre esta nueva mitología climática -neoclimatologismo, podríamos llamarle, empleando la terminología al uso- que ocupa ya determinados espacios fijos en emisoras de radio y televisión, incluida la propia CNN.
La noche del calentamiento global
Antena 3 nos ha ofrecido en la misma velada el documental Cambio Climático: El impacto en España, y la película de catástrofes Infierno: Calentamiento global (una gigantesca bola de fuego procedente del Sol llega a la atmósfera terrestre y provoca una ola de sofocante calor). Un ejemplo más de la típica tendencia periodística a la exageración apocalíptica. Los índices de audiencia mandan.
Según el guionista del documental el clima se está "recalentando": las facultades de periodismo hacen estragos con el lenguaje. Ningún experto de los que han consultado tiene ninguna duda sobre lo que está sucediendo y lo que hay que hacer: algo extraño en científicos, porque un tema tan vasto y complejo da para muchas incertidumbres (quizás convenga un prudente escepticismo y actitud crítica). Se afirma poéticamente (y patéticamente) que cada cambio, por minúsculo que sea, afecta a todos los seres vivos: pero la ciencia consiste en establecer y distinguir relaciones relevantes, no vale el "todo está relacionado".
Vivíamos en el clima perfecto (qué casualidad) sin saberlo, porque todos los cambios que pueden producirse se presentan como negativos. Tal vez sea que los posibles beneficiarios de un clima más cálido prefieren callar, y que todo el que tiene algún problema o perjuicio lo achaca al cambio climático a ver si Papá Estado se lo soluciona o indemniza.
La fibra sensible se toca de forma facilona recurriendo a los niños: "I love Kyoto" pinta uno que parece saber mucho del tema para su tierna edad (¿o quizás le han dicho lo que debe pensar?). Se lanza la pregunta de si tendrán alimentos, agua, y oxígeno en el futuro: no es broma.
En España probablemente habrá más olas de calor, pero se silencia que también habrá menos olas de frío, que son bastante más peligrosas para los seres humanos. El misterio de las abejas desaparecidas es probable que se deba a un parásito, pero se relaciona con el cambio climático: por si cuela, todo es posible. Algunos osos no han hibernado este último invierno tan benigno: tiene que ser muy malo seguir activo y pudiendo alimentarse. Parece que hay aves que se ahorran alguna migración porque ya no tienen que huir del frío: espantoso. Los fenómenos más extremos (sequías, lluvias torrenciales, huracanes, tornados) son muy espectaculares y se asegura que se intensificarán, pero en este ámbito la incertidumbre científica es grande. Tal vez haya menos precipitaciones en la península (las predicciones globales son al revés, de más precipitaciones), pero no se menciona que el problema del agua es que no se economiza porque no hay derechos de propiedad, ni mercados libres, ni precios; a cambio se ofrece moralina y concienciación.
Algunas especies podrían desaparecer (hasta un enorme 30%, según algunos), pero se trata de especulaciones teóricas sin contrastante empírico (cambios climáticos precedentes no produjeron tales catástrofes ecológicas). Muchos seres vivos se ven afectados más por la invasión humana de sus hábitat que por el cambio climático. Nos asustan con los mosquitos, el paludismo y la malaria, que se dan en zonas frías y que tienen mucho más que ver con condiciones sociosanitarias. No tiene nada que ver con el cambio climático, pero aumenta el cáncer de piel y nos lo cuentan (quizás se deba a que la gente toma más el sol, pero no nos lo sugieren). James Lovelock se queda tan tranquilo prediciendo que sólo sobrevivirá el 20% de la población mundial actual (migraciones, guerras). Al menos defiende la energía nuclear, pero se nos repite la falacia de que no está resuelto el problema de los residuos radiactivos.
Se insiste especialmente en el aumento del nivel del mar, con efectos especiales que muestran cómo se inundan zonas costeras e incluso alguna ciudad marítima. Se afirma que una elevación de un centímetro implica un retroceso de las playas de un metro, y como se prevén unos 40 centímetros de elevación en los próximos cien años se teme que muchas playas desaparecerán: se ignora que el nivel del mar lleva milenios subiendo a un ritmo parecido al actual (y las playas son entes dinámicos que no han cambiado tanto), y se olvida que los seres humanos pueden proteger o regenerar las playas y proteger con diques las zonas más delicadas. La gente sigue comprando viviendas cerca del mar (ZP da ejemplo); no parece que les preocupe demasiado la posible elevación de las aguas.
Se critica que la gente derrocha recursos como si fueran ilimitados (no se habla de escasez, derechos de propiedad, precios) y se recomienda eficiencia y ahorro, cosas de sentido común que el desarrollo tecnológico y la acumulación de capital consiguen por sí solos (aunque quizás el consumo total de energía siga creciendo en contra de los deseos de algunos ecologistas, porque la gente aspira a vivir mejor y esto suele ir asociado con más consumo energético). Se proponen energías renovables, que tal vez sean las del futuro, pero que no son las del presente porque aún son muy caras y sólo subsisten por cuantiosas subvenciones estatales. Parece que no hay peor catástrofe que no hacer nada, pero quizás lo sea hacer algo equivocado.
Autor: Francisco Capella
Presentación. Smith
Publicado el 1 de junio de 2007
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