viernes, 1 de junio de 2018

Del Estatuto de todos, al fracaso de ninguno de ellos


Fueron tres años y pico los que destinaron los políticos de nuestra pequeña patria catalana, para crear el que había de ser nuestro “definitivo” texto legal. Tamaña empresa era tan “mastodónticamente faraónica”, que nuestros representantes tuvieron que abandonar las muchas responsabilidades que debieran haber asumido en su labor de gobierno. Y así, en esos años, no se ocuparon de las obras publicas, ni del mantenimiento de nuestras infraestructuras, ni del correcto funcionamiento de nuestros transportes (de largo trayecto y de cercanías), ni de las relaciones con nuestros vecinos, ni del tres por ciento, ni de solucionar satisfactoriamente la “tragedia Carmeliana”. Todo el tiempo y el esfuerzo eran pocos para utilizarlos en aras de la consecución de nuestro ansiado texto reformado. Mientras tanto, y mirando las imágenes de la Visita del Papa o de la “American Cup”, a más de uno y de dos en Cataluña nos da la sensación de que la Comunidad Valenciana, por citar un ejemplo, nos ha ido pasando por encima estos tres años, y no nos hemos dado ni cuenta. Y además, también les sobró tiempo para reformar su Estatuto.


El desgaste del primer tripartito catalán en la redacción estatutaria fue harto evidente y sus consecuencias no pudieron ser peores para las intenciones del proyecto:

El feroz exacerbamiento del nacionalismo catalán durante el proceso, tuvo su reflejo despertando un nacionalismo español aletargado hasta esa fecha en el resto del Estado. Pero también a nivel local, naciendo un partido, “Ciutadans”, transversal (ni de izquierda, ni de derecha), cuya principal pretensión era la defensa de la españolidad de Cataluña, algo impensable hasta aquel momento.
Las absurdas declaraciones de miembros de ERC, reaccionando durante este proceso, culminaron con una campaña de boicot contra la industria catalana, teniendo como resultado una recesión importante en las ventas del cava y otros productos típicos, claves en nuestra economía.
La abierta necesidad en un momento dado, para su desencallamiento, de la ayuda madrileña de Zapatero, hizo que nuestro Estatuto naciera en la mente del nacionalismo catalán “intervenido” por el PSOE y el Gobierno de Madrid. Y en la mente del resto del Estado, Zapatero estaba haciendo posible un Estatuto que abiertamente reclamaba la desintegración de un Estado del que tendría que haber sido el defensor.
Los recortes madrileños motivaron la ruptura del tripartito y la huída despavorida de ERC del proyecto, hasta el punto de que llegaron a pedir el NO en el referéndum. Como consecuencia, la caída en desgracia de Maragall también hizo necesaria su retirada.
La constatación del mínimo interés que generaba en la ciudadanía (votando menos de la mitad del censo en el mencionado referéndum), no hacía más que dejar de manifiesto la irrelevancia del “trabajo” realizado y la enorme pena de tiempo y dinero malgastados.
El aislamiento del que fue objeto el PP durante el proceso, y los ataques físicos a sus actos y a los de “Ciutadans”, contribuyeron a imprimir en la opinión pública el carácter sectario de la futura Ley catalana, que nacería condenada a no ser considerada el Estatuto de todos, sino el de unos contra otros. 
Los excelentes resultados del partido de nuevo cuño, Ciutadans, en las posteriores elecciones autonómicas fueron un reflejo de la reacción de repulsa de la deriva nacionalista. La bajada en bloque de la práctica totalidad de los partidos “habituales” denotó el hastío y la lejanía que los catalanes sienten por sus actuales representantes. 
Además, no deja de ser un pequeño fracaso para el nacionalismo que, merced a su apoyo, un andaluz de Iznajar que maltrata el catalán cuando lo chapurrea haya ascendido al Eliseo de los presidentes de la “Generalitat”.
A pesar de ser aprobado en el Parlamento catalán y superar los escollos del Parlamento y Senado estatales, la más que posible inconstitucionalidad de algunos de sus artículos motivaron que se presentaran hasta siete recursos diferentes, cuya perspectiva de éxito provoca últimamente ataques y amenazas de salida de pata de banco de algún exacerbado separatista, con ruido revolucionario incluido.

Recientemente, Maragall ha manifestado que la reforma del Estatuto “no ha valido la pena”. Pujol, refiriéndose a este tema, decía: “Cataluña ha renunciado a la ambición y la ilusión”. Joan Ridao, de ERC, afirmaba que compartía “la visión de Maragall de que tanto esfuerzo con el Estatuto probablemente no ha valido demasiado la pena, porque Cataluña no ha ido mucho más allá de donde estaba”. Y Piqué, del PP, opositor de boca pequeña en ocasiones al Estatuto, decía que “Maragall ha dicho lo que él ya viene diciendo desde hace años, que el nuevo Estatuto no valía para nada, que no iba a solucionar ningún problema y que iba a ser contraproducente”. En los medios “afines” menudean, últimamente, opiniones como en “e-noticies”: “Maragall está diciendo en voz alta lo que muchos catalanes piensan y no se atreven a decir”, Margarita Sáenz, del “Periódico de Catalunya”, en una entrevista en una televisión catalana a Puigcercós, hacía la reflexión sobre el redactado del Estatuto sosteniendo que “hubiera podido ser mejor”, etc., etc.

Vamos, que el nuevo Estatuto cada vez gusta a menos gente, incluso de entre los que antaño fueron sus defensores y creadores. En una palabra: Estampida. Por el momento escalonada, pero me da que muchos más se tirarán de este tren en marcha y antes del fallo del Constitucional. Y para entonces, quién nos compensará la pérdida de no haber tenido Gobierno durante el parón del Estatuto. Quién asumirá la pérdida de nuestra competitividad. Quién compensará el enconamiento contra el resto del Estado. Quién ventilará el atufante ambiente actual del otrora oasis catalán. 

Autor: Pedro Villa Isorna
Publicado el 26 de abril de 2007

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