lunes, 25 de junio de 2018

Contribución a la "Memoria Histórica": Don José María de Susaeta

Cadáveres en el patio central del cuartel de la Montaña, en Madrid, cañoneado y asaltado por la turba izquierdista en 1936 al haberse sumado al Alzamiento. Los ocupantes del cuartel se rindieron, una buena parte de ellos fue asesinada allí mismo (según se ve en la imagen) y el resto acabó en la cárcel Modelo, de donde se les condujo más tarde a la masacre de Paracuellos del Jarama. El artículo de nuestro colaborador no guarda relación directa con la imagen, si bien ésta se inserta para reflejar el atroz ambiente madrileño de aquellos días.

En una de las entregas relativas a este tema (“La primera represalia de Falange”), con motivo del asesinato del estudiante falangista Luís Arroyo, hago mención del Instituto Nacional de Segunda Enseñanza, “Lope de Vega”, que estaba situado en la calle de Manuel Silvela, de Madrid, en el número 4 o el 6, en un palacete que todavía existe. Lo que relato a continuación llegó a conocimiento mío a través de mis hermanos menores, Enrique y Carlos, que estudiaban bachillerato en el citado Instituto, cursos cuarto y segundo, respectivamente, así como de otros alumnos, entre ellos uno, amigo de mis hermanos y excelente persona, cuyo nombre no recuerdo, que era hijo de un obispo de la iglesia protestante que tenía su sede en un templo de la calle de la Beneficencia, de Madrid.


Era director del Instituto don José María de Susaeta, persona atildada, buen orador, de expresión fría, distante y, conforme a sus manifestaciones, acendrado rojo. Es decir, que no era  republicano. Sus clases eran un puro mitin y existía la creencia, no confirmada por mí, que al profesor o al alumno que fuera de ideas discrepantes con las suyas lo cogía entre ceja y ceja y la vida no le resultaba fácil. No lo pude comprobar. Me limito a transcribir aquello de lo que fui informado.

Este señor tenia una peña en el café Zahara, sito en la Gran Vía, establecimiento que todavía existe, donde por las tardes se reunía con un grupo de intelectuales de ideas afines. A lo pocos días de iniciado el Alzamiento Nacional, encontrándose la peña de amigos en dicho café, paró ante la puerta un camión, ocupado por un grupo de milicianos, que apeándose rodearon a los contertulios y profirieron expresiones al uso: “Estos son unos señoritos fascistas”, “Vamos a darles lo que se merecen” y similares. De nada valieron las explicaciones de los miembros de la peña. Fueron subidos al camión, que  abandonó la Gran Vía con destino desconocido. 

Las dos emisoras de radio, las únicas existentes en Madrid en aquellas fechas, que eran EAJ2 Radio España y EAJ7 Unión Radio, inmediatamente lanzaron a las ondas llamadas de auxilio, expresándose en términos verdaderamente serviles hacia los milicianos que habían efectuado la detención, a los que reconocían lo meritorio de su labor, pero manifestando que, “en este caso”, se habían equivocado, que don José Maria de Susaeta era persona totalmente afecta al régimen y que debía ser puesto el libertad o presentado en cualquier Comisaría de la Policía u otro centro oficial, en unión de sus compañeros. 

Las llamadas, angustiosas se repitieron en ambas emisoras cada media hora. Fueron inútiles. Lo más probable es que, inmediatamente a su detención, don José María y sus amigos hubieran sido “paseados”. No sé dónde. Los “agentes” del gobierno de Madrid, en los primeros meses de la guerra, utilizaban con preferencia la Casa de Campo y la Ciudad Universitaria para sus asesinatos, sin perjuicio de salpicar toda la ciudad de cadáveres desperdigados. Por la hora de la detención, parece que el lugar mas discreto para proceder a la ejecución fuera la Casa de Campo, disimulada entre la arboleda.

Siempre me tuvo intrigado, sin posible solución, claro, qué pensaría el señor Susaeta en sus últimos momentos. Si reconocería en los hechos las consecuencias de sus enseñanzas, pues aquellos milicianos, como el que asesinó a don Soteras, párroco de Murcia, serían unos pobres analfabetos, irresponsables de sus actos y que no hicieron más que seguir las consignas recibidas de sus líderes, los políticos llamados republicanos. Más de una vez he mencionado al miliciano que asesinó al párroco don Soteras. Le conocí accidentalmente y me causó una infinita pena, sin que yo sintiera rencor alguno por sus actos y sí dolor de alma. Por don Soteras y, sobre todo, por su asesino.

Autor: Rogelio Latorre Silva
Publicado el 5 de julio de 2007

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios moderados.