El derecho a la propiedad privada, y por lo tanto a hacer con ella lo que consideremos oportuno, es uno de los valores esenciales del liberalismo o de cualquier régimen político basado en la libertad. Por el contrario, la tendencia irrefrenable a decidir qué deben hacer los propietarios con sus bienes, como es el caso del alcalde Ruiz-Gallardón, sería una muestra de ese intervencionismo interesado que, cuando se lleva al extremo como él hace, niega la propiedad privada o la requisa a golpe de impuestos. Su instinto manilargo lo vimos en los parquímetros, tema del que tuvo que dar marcha atrás porque afectaba a miles de ciudadanos y comprendió que no le convenía.
Sin embargo ahora, en un nuevo acto de rapiña, este individuo social-centroide pretende aplicarles una nueva tasa a todos los solares sin construir de Madrid, como si no tuviese bastante con cobrarles lo ya estipulado por la ley sobre bienes inmuebles. Es evidente que la idea de Gallardón pretende forzar a los propietarios de esos solares para que edifiquen en ellos, lo que a su vez representará unas plusvalías nada desdeñables para quien ejerce de “tío del saco”. Y digo yo, si uno posee un terreno urbano y no está en condiciones de edificar en él hasta dentro de un tiempo, pongamos porque ande metido en otras construcciones que cubren todo su activo pero ha comprado el solar como reserva de suelo con vistas al desarrollo de su empresa, ¿qué debe hacer? ¿Entramparse más con los bancos para darle gusto al alcalde-sanguijuela? ¿Sabrá este hombre lo que es el derecho a la propiedad que nuestra Constitución consagra?
El intervencionismo depredador de este sujeto, del que no me explico como es posible que aún permanezca en el Partido Popular y no se haya ido al PSOE, a mi juicio queda muy lejos de satisfacer lo que el ciudadano madrileño realmente demanda. Eso sí, comprendo que Gallardón necesite recaudar fondos a manos llenas, sea de donde sea, para luego poder repartirlos en forma de subvenciones, como por ejemplo ese pastón que les ha soltado a los del día del orgullo gay. Y tal sistema, quién lo duda, no es más que el típico método socialista que lleva aparejado el más burdo trueque: gratificaciones a cambio de votos. Un empresario expoliado, es un voto. El resultado bien repartido de ese expolio, pueden ser varias docenas de simpatizantes, o cientos de ellos, que acaben votándole en cada elección. Estas son las cuentas gallardonitas: su multiplicación particular de los panes y los peces.
Miedo me da que Rajoy no gane las siguientes elecciones y algún Gallardón, más o menos aupado por los grupos Prisa y Vocento, acabe por hacerse con las riendas de la derecha liberal española. En ese momento, España entera se habría convertido en un remedo de la Cataluña monocolor, solo que si allí el 90 % de los partidos son nacionalistas, en el conjunto de la nación, ya sin duda mortecina, lo serían socialistas. Socialistas claros, socialistas oscuros, socialistas zapaterinos, socialistas gallardonitas. ¿He dicho socialistas? ¡Ah, sí, y además esa cosa castrista que dirige Llamazares! ¿Será esta la auténtica conspiración —destinada al socialismo monocorde como única opción política— auspiciada por esa mano negra que mece la cuna de una España que cualquier día se despertará sumisa o llorando? ¡Cómo acabar con tanto sinsentido!
Autor: Policronio
Publicado el 5 de julio de 2007
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