lunes, 11 de junio de 2018

Análisis de las elecciones municipales


En unos tiempos en los que, precisamente desde la izquierda, se están hinchando bocas, pechos y gargantas para reclamar la legitimidad de la república perdida, convendrá recordarles (por aquello de la memoria) que las elecciones que significaron “el feliz advenimiento” fueron precisamente unas municipales. Por lo que se ve, en el 31 sí eran extrapolables los votos a los alcaldes a otras consideraciones, cosa que parece una blasfemia en 2007. 

Hecha esta salvedad histórica, de la lectura de los resultados de las elecciones municipales pasadas se desprenden varias consideraciones:


La primera y crucial, es valorar en su justa medida el alto índice de abstención. Este es un tema serio, al que no le valen valoraciones inexactas. No se puede achacar el problema a la crispación generada entre los dos partidos mayoritarios. Que no nos vendan la moto. Hace bien poco, en Francia se ha conseguido una participación histórica en una campaña que no fue de guante blanco.

En Madrid, la lucha ha rayado la verdulería marujil, y la participación ha superado en 3 puntos la media nacional.

Por el contrario, los partidos en Catalunya, agotados por la continuada actividad electoral, han protagonizado una plácida campaña, que a pesar de todo ha cosechado una abstención que supera en 13 puntos la de la capital. 

¿Entonces, a qué puede deberse este peligroso fenómeno? Estoy convencido de que es necesaria una profunda reflexión entre la clase política y considerar seriamente el cambio de la ley electoral, porque la gente se ha cansado de perderse días de playa, para ir a votar lo que no quiere (voto útil), en lugar de lo que desea en conciencia, y encima, no tener capacidad real de elección, que queda a expensas de pasteleos posteriores. 

La segunda y fundamental es que las elecciones las gana el PP, cosa que no hacía desde el 2000, con una diferencia de aproximadamente 160.000 votos con respecto al segundo, el PSOE. Los de Rajoy obtienen un total de 2.879 alcaldías seguras (absolutas) y 472 a la espera de pactos (relativas), con respecto a las 2.329 y 572, que consiguen los de Zapatero. Lo que significa un total de 35,64% de los alcaldes, frente al 28.83%. Y eso a pesar de que el PSOE obtiene un mayor número de concejales, lo que significa que el PP tiene una mejor implantación que le permite obtener más alcaldías.

El resultado del partido de centro-derecha supone además un crecimiento de unos 281.000 votos desde el 2003, entre los que gana el PP (39.000) y los que pierde el PSOE (-242.000). Tanto el diferencial, como el hecho de que su partido gane adeptos y el otro, no solo deje de ganarlos, sino que los pierda, son un sumatorio de datos positivos para el Partido Popular, que significa un importante espaldarazo para sus líderes.

Por el contrario, el hecho de que Zapatero no diera la cara durante toda la jornada del domingo, abunda en la tesis de que estos han sido unos malos resultados para el Partido Socialista, y en particular para el presidente del Gobierno. Las “asurdas” explicaciones de Pepiño Blanco, restando los resultados de Madrid del total, para difuminar la derrota son otro síntoma (aparte de una nueva falta de respeto a los madrileños). Que Fernández de la Vega, en su comparecencia, dijera que “la interpretación de los datos de esta convocatoria electoral no es fácil" no ayuda a vender una imagen de optimismo socialista. Y los malos modos, por no decir la mala educación, de José Bono en Antena3 de televisión contra la presentadora, ante la estupefacta mirada de Álvarez Cascos, dejaron ver que los resultados no habían sido muy del agrado del manchego.

Las elecciones se focalizaron desde un principio de la campaña en tres frentes estratégicos: Madrid, por la importancia de la capital y porque el candidato socialista era una apuesta personal del presidente Zapatero. Navarra, por la especial significación que podía ofrecer la participación de Nafarroa-Bai. Y Baleares, por lo ajustado de las encuestas. Pues bien, al margen de las posteriores consecuencias que puedan tener los resultados, el PP ha salido victorioso en las tres. 

En Madrid los resultados han sido insultantemente avasalladores (como en la Comunidad Valenciana), hasta el punto que debieran tener consecuencias políticas para los candidatos perdedores, cuya credibilidad ha quedado seriamente dañada. En el caso de Miguel Sebastián, además, su fracaso salpica seriamente a quien le puso.

En los otros dos casos, se viene repitiendo que el PP ha perdido, esta es una tergiversación de la realidad. Tanto UPN en Navarra, como el PP de Matas en Baleares han crecido 2 puntos con respecto a los pasados comicios, en los que ya habían ganado. 

En el caso navarro, la aritmética hace necesario que para desbancar al UPN/PP, el PSOE esté obligado a pactar con Nafarroa-Bai, algunos dan por hecho este pacto. Veremos. En Baleares, después de un recuento agónico, el PP se ha quedado a unos pocos votos de la mayoría absoluta. Con estos magníficos resultados, se da por perdida la plaza sin creer en la posibilidad de que Matas pueda negociar con nadie. También se verá. De cualquier modo, en ambos casos el Partido Popular gana de calle, casi doblando a sus competidores.

La corrupción urbanística, el otro gran tema electoral, lanzado insidiosamente desde el partido del gobierno contra el PP, como una gran bomba incendiaria, le ha explotado en las manos a los socialistas: En La diputación de Castellón, en Andratx, Ciempozuelos, Marbella, etc., ha ganado el Partido Popular.

No todo es negativo para los socialistas, que conservan su feudo municipal de Catalunya y Barcelona, donde no pasa factura el debate identitario; ganan en Canarias, pese a que la caótica política de inmigración podía hacer presagiar otros resultados; y obtienen un significativo éxito en el País Vasco, en lo que puede interpretarse como un  respaldo a su política en materia de terrorismo. Todos ellos son temas clave en los que obtienen un apoyo tácito de sus electores en las zonas más afectadas, aunque quizá los votos ganados allí, por la misma razón se pierden en el resto del Estado. En todo caso, y después de la acumulación de errores de Zapatero, mantener un empate técnico, no es razón que invite a un pesimismo agobiante a los socialistas.

Autor: Pedro Villa Isorna
Publicado el 29 de mayo de 2007

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