viernes, 4 de mayo de 2018

Sobre la ejecución de Sadam Husein

Sadam Husein.

Dicen que hay dos circunstancias que los seres humanos no podemos impedir: Nacer y morir. Por esta razón, y por otras muchas que ahora no son del caso, estoy absolutamente en contra del aborto y de la pena de muerte, incluso aplicada a los genocidas más siniestros que haya dado la Historia. Tal es el caso de Sadam Husein, ejecutado hace unas horas tras un juicio del que ignoro si no llevó, como parece, una buena carga de venganza chiíta y bastante de esa torpeza que un pueblo tan decente como el norteamericano suele permitirle a sus gobiernos o legisladores. Y me refiero, por supuesto, a la vigencia de la pena de muerte en algunos estados de la Unión.


Es muy posible que con el paso de los años no se hable de un monstruo legalmente ejecutado por su propio pueblo, sino de un dirigente musulmán asesinado por los infieles del "gran Satán", como el integrismo islámico acostumbra a denominar a los americanos. Y eso, para qué engañarnos, será la consecuencia de haber permitido que se le ejecutase y ser convertido de tal modo en mártir arrojadizo. A lo que habría que añadir la desafortunada declaración del presidente Bush, que ha calificado el asunto como de: “Hito importante en el rumbo seguido por Irak para convertirse en una democracia”. Vamos, como si la pena de muerte consolidase de algún modo las libertades públicas. ¡Será estúpido! ¿Conocerá acaso este hombre que acaba de servirle un arsenal de munición de grueso calibre a esa creencia intransigente, rencorosa y despiadada como es el islam?

Con la muerte finaliza todo padecimiento, eso está claro, pero también toda posibilidad de que alguien purgue las culpas y reciba el castigo que se ha ganado. Y un asesino desalmado como Sadam merecía unos cuantos años de purgatorio terrenal y efectivo, pongamos hasta que le hubiese llegado su última hora sin necesidad de anticiparla mediante el lazo corredizo. Nada más riguroso e ingrato para el tirano ejecutado, probablemente, que advertir día a día, desde una prisión en la que careciese de cualquier privilegio, lo mucho que se le odiaba a causa de sus maldades. Nada más justo, en este caso, que reafirmar a menudo, para conocimiento y ejemplo del pueblo iraquí, la presencia bajo custodia de quien fue el principal promotor de varias guerras regionales y cientos de miles de víctimas. Inclusive, si se me apura, a riesgo de que sus fieles tikritíes pudiesen sentir la tentación de rescatarle. 

No, la vida de los seres humanos, aun la de aquellos a los que sus maldades le han arrebatado esa condición, es demasiado valiosa —algunos diríamos sagrada— para que pueda ser segada por la propia mano del hombre. Con cada muerte como consecuencia de una condena implacable, a mi juicio nuestra especie retrocede en la escala evolutiva y nos empareja más y más a la condición de alimañas. Como alimañas deben ser consideradas, en este caso sin el menor asomo de dudas, esas jaurías de nacionalistas que usan el terror y el asesinato de sus semejantes para lograr unos fines que jamás alcanzarían en libertad. Siquiera sea porque existe una opción mínima de arrepentimiento, incluso para los etarras más sanguinarios, démosle a cualquier individuo la posibilidad de ignorar qué día debe morir.

Autor: Policronio
Publicado el 30 de diciembre de 2006

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