Prohibido pensar

"Dejaré de pensar cuando al infinito le encuentren el fin".

Reflexionar, pensar y tener criterio son deportes de alto riesgo en nuestro días; porque para los que no tienen la mala costumbre de practicarlos se convierten en armas de destrucción masiva. El capital, o el poder o cualquier venerado ídolo posmoderno te marca la línea, que de un tiempo a esta parte se ha dado en llamar de lo políticamente correcto. La línea es muy fina, casi la cuerda floja que requiere malabarismos, para no caer en las redes del ostracismo. 

Como es natural hay dos cuerdas flojas reflejo de la bicefalia política, que se han ido estrechando desde los tiempos de Cánovas y Sagasta hasta convertirse en un precipicio seguro en caso de que el discurso del periodista, político o sujeto pensante no sea un calco del discurso de la facción. En la Restauración el orden anárquico dentro de conservadores y progresistas daba un colorido ideológico y social que es difícil encontrar en nuestros días. Los discursos se estandarizan, las bocas bostezan y los que alzan la voz contra lo diferente arden en holocausto.

Pensar es gratis, pero no es fácil ni está hecho para los que aspiran a repetir hasta el hartazgo los discursos prefabricados de nuestra clase política o los tétricos caminos de las editoriales de nuestros medios. Además de ser difícil mantener el equilibrio por la cuerda floja del pensamiento, si ya has dudado o te has atrevido a pasarla de puntillas, algún cabrón con pintas te la mueve para que el descenso sea seguro.

Misión imposible escribir en el buque insignia del progresismo español El País y ser tertuliano de Ernesto Sáenz de Buruaga en Telemadrid. No es Tom Cruise pasado el flequillo por el túnel del metro, sino Hermann Tersch que ha tenido que decir ¡con Dios! a la redacción de Miguel Yuste porque no había forma de que Polanco cazara la mariposa. Otra víctima del cordón sanitario infringido al criterio propio.

Autor: Gonzalo J. Moreno (Firmas invitadas)

Publicado el 23 de marzo de 2007