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Maria Sharapova. |
Tengo que manifestarles que soy un experto en solucionar sudokus. Mi pericia llega hasta el extremo de que puedo compatibilizar el manejo del portaminas en el descubrimiento de los números con una chilena de Ronaldiño, un taconazo imposible de Deco, un pase calibrado de Xavi, una vaselina de Íker y un golazo de mi vecino Rolando Uríos. Pero amigos, pretender solucionar un sudoku, aunque sea de nivel "principiante", mientras se contempla la final femenina del abierto de Australia, transmitida en diferido por Teledeporte, es como pretender subir al Aconcagua con la única dotación de unas zapatillas playeras y una cantimplora de calimocho: Imposible de toda imposibilidad.
Guardo un vago recuerdo de las atletas y deportistas femeninas -es un decir- del antiguo Este de Europa, tan caro a Llamazares y demás familia. Y encima el recuerdo se me entrecruza, en una especie de interferencia provocada por el subconsciente, con las imágenes de la ministra Salgado y de nuestra querida Vicevogue. Será porque piense que el modelo femenino de estas señoras sea el de una tal -espero escribirlo bien- Kratoskilova, que creo fue coronela de no sé qué ejército y era tan fea como el régimen que la parió, la cuidó y la mimó hasta parecerse al más feo de los camioneros de SEUR Distribución, ¡que mira que son feos!
Sin embargo, amigos, ha sido llegar el viento de la libertad -tímido, de momento- a aquellas lejanas tierras, para que donde antes sólo nacieran y se criaran camioneros nazcan ahora mujeres como es debido. Mujeres que además de inteligentes y audaces, como nos gustan, son guapas. No, guapas no, son Sharapovas, que es lo más de lo más. ¿Qué es lo menos parecido a una ministra-cuota? Una Sharapova. ¿Quién es más guapa que una ministra-cuota-vogue? Casi cualquier mujer, muy especialmente la Sharapova. Por lo tanto, con mi admirado Alfonso Ussía, me quedo con Sharapova. ¿Y de dónde es Doña María? De Siberia, ni más ni menos.
Se comenta en los círculos entendidos del cambio climático -que no sé qué contra es, pero que dicen que existe-, que Putin no firma el Protocolo de Kyoto porque el cambio climático o el calentamiento global, o lo que sea, permitirá un considerable aumento de la población de Siberia y su autoabastecimiento de productos agrícolas. Estoy con él. A muerte. Si el aumento de población de Siberia va a permitir el nacimiento y crianza de miles, que digo miles, millones de Sharapovas, conmigo que no cuenten para la cosa del ahorro energético y la no emisión de gases efecto invernadero. Es más, a partir de ahora voy a seguir las siguientes pautas de conducta por el calentamiento global y el cambio climático: Mantendré las ventanas abiertas de mi casa con la calefacción a tope. Iré en mi coche de tres litros a comprar el pan a la vuelta de la esquina. Traeré el pan a casa y volveré a por la prensa, etc. Y así hasta que en Siberia -que no Liberia, como se empeña el corrector del Word- puedan pasear en pantalón corto, a las cuatro de la mañana, alrededor del mes de octubre.
Y la próxima vez que un progre intente darme el coñazo con las nefastas consecuencias del cambio climático, le voy a enseñar un póster de Doña María Sharapova, en postura de resto de revés paralelo y en procura de salvar in extremis el punto del partido. Y si a la vista del anticipo del cielo el tío continúa en el empeño, habré llegado a la siguiente conclusión: además de progre, "mariconsón", como dijo ese paladín de la libertad llamado Fidel Castro.
Autor: Carlos J. Muñoz
Publicado el 30 de enero de 2007
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