En un ejercicio de tejemaneje dialéctico marca de la casa, Rubalcaba afirmó hace un par de días que: "nunca habrá otra tregua creíble de ETA". Da la impresión de que con ese comentario, pronunciado antes del último comunicado de la banda y a un medio informativo extranjero, el ministro haya pretendido restarles credibilidad a los asesinos, algo que a estas alturas tendría guasa si no hablásemos de un asunto tan serio y del callejón sin salida, frente a una ETA muy reforzada, al que precisamente nos ha llevado el gobierno socialista del que Rubalcaba forma parte y además posee las competencias sobre la seguridad ciudadana.
Sin embargo, ante la certeza de que sus declaraciones trascenderían a la prensa nacional -que para eso existe algo llamado "filtración"-, lo que en realidad quiso decir ese señor es que mantuviésemos nuestra fe en el Gobierno. Bueno, si no nos lo quiso decir a todos los españoles, sí al menos a esos desconcertados militantes socialistas que hoy en día arrastran su moral por los suelos, a raíz del atentado de Barajas y el rosario de contradicciones de los miembros del Gobierno respecto a qué hacer a partir de ahora. Pues mire, señor ministro, creo que con un criterio similar al suyo, y vistos los antecedentes de tramposos que ustedes poseen, la respuesta más ajustada a la lógica sería esta otra frase: Ni tampoco habrá un gobierno creíble que presida Zapatero y del que usted forme parte.
Es curioso, han pasado casi tres años y todavía no me hago a la idea de que un tipo de la poca calidad política de ZP, con ese rictus contrariado que nos viene ofreciendo últimamente -que alterna con otro de mirada perdida en el vacío, como si fuese un náufrago en medio del océano-, pueda ser el presidente del Gobierno de todos los españoles. ¿En qué estábamos pensando cuando lo elegimos? Los que lo eligieran, claro. ¿Qué extraña alucinación colectiva se produjo en los votantes como para llegar a entregarle la papeleta a quien por todo mérito y preparación expandía sus mofletes en los mítines, simulando una sonrisa, ofrecía innumerables promesas que no pensaba cumplir, como se está viendo, y hablaba a todas horas de diálogo en lugar de proyectos concretos? Y lo que es peor, ¿qué clase de "pájara" nos entontece todavía como para que alguien así mantenga un respaldo tan alto en las encuestas?
No tengo más remedio que recurrir a la vieja sentencia popular y recordar que cada país tiene el gobierno que se merece. Creo que es una sentencia que jamás ha fallado y que hoy es especialmente aplicable a un pueblo español que se halla muy adocenado y esencialmente entretenido en "sus cosas". Un pueblo español muy al margen de advertir que los grupos más interesados en la política, y por lo tanto los más activos -incluso cabe decir combativos- son los que van acorralando a los ciudadanos para que no pierdan la condición de inhibidos; es decir, de "pasotas", ni se les ocurra creer algo distinto a: Todos los partidos son iguales y todos los políticos van a la suya. Luego yo me decanto -así lo piensa mucha gente- por el que me ofrece la paz. ¿La paz, insensato? La paz si acaso es el resultado de la libertad y la justicia, virtudes de la democracia cada día más renqueantes en la era ZP.
Porque ante esa tesitura de supuesta igualdad de los políticos, debe quedar claro que quien tendrá siempre las de ganar será la formación que mejor uso de la propaganda haya sabido hacer, mayor número de veces haya empleado palabras como paz, diálogo o progreso, que en realidad son sustitutos de otra que nunca usa: libertad -denegada su inclusión por la UGT en la manifestación del próximo sábado en Madrid-, y posea medios de información afines más abundantes para difundir no lo que deberían ser iniciativas de gobierno bien especificas y comprensibles, como por ejemplo qué se piensa hacer para terminar con la ETA, sino cortinas de humo con olor a incienso que el pueblo debe aspirar a todas horas entre determinados programas televisivos tipo "Caiga quien caiga", "Gran hermano", "Aquí hay tomate" o "Dolce vita". Programas que son, precisamente, los que nos confieren a los españoles el alto grado de apatía en el que nos hallamos sumergidos.
Pero es lo que ocurre cuando llega al poder un partido político cuya meta principal no es mejorar la calidad de vida del ciudadano, calidad que aumentaría sobremanera con una educación menos deficiente y un mayor apego a la cultura, sino la de enajenarlo respecto a la democracia real, a poder ser para siempre, e insertarlo en un colectivo de fieles votantes que a ese partido le impida bajar de cierto techo electoral, lo que a su vez representa, en el hipotético caso de que la derecha volviese a ganar, mantener "colocados" a un número suficiente de militantes con los que volver a empezar y a enredar mediante la "agit-prop".
Bien, pues exactamente así es como se comporta ahora el PSOE, una formación sin norte ideológico, de la que no hay más que ver la ley educativa que nos ha endosado. Una formación sometida al capricho y la improvisación del sujeto que manda -nunca cuestionado por muy torpe que los propios militantes lo consideren, salvo que no les importe asumir el riesgo de marginación-, y que mantiene una Ejecutiva trabajando a todas horas con un único fin: Averiguar cómo mantenerse en el poder, falte para lo que falte, y ponerlo en práctica a la menor ocasión, sea mediante la aberración de la "Memoria Histórica", sea entregando a los nacionalistas esos cotos privados que amparan los nuevos estatutos de autonomía, sea soslayando con descaro la Ley de Partidos o azuzando al Fiscal General para que proceda según convenga.
Se ha de reconocer que el sistema colectivista propugnado por el PSOE, muy distinto al de la derecha, que confía mucho más en la libertad individual y en la iniciativa privada, ha calado a fondo en una España gregaria, inicialmente sin cultura política, que procedía de la dictadura franquista y que el felipismo, porque así le convenía, renunció a educar en la participación ciudadana y en los auténticos valores de la libertad y la honradez. En el fondo, nada hay más parecido a la dictadura franquista, desconfianza en el individuo y paternalismo incluidos, que el socialismo que se ha venido practicando en España desde la Transición.
Se dirá que el pueblo no es culpable en absoluto de la mala racha de gobernantes que ha venido padeciendo a lo largo del último siglo. Y que bastante hacemos, en general, para adaptarnos a los difíciles tiempos que corren. Yo no lo creo así. Mi impresión es que siempre se puede hacer más y que, como apunta el clásico: "los hombres aceptamos gustosos permanecer en la comodidad aun cuando nuestro futuro y el de nuestros hijos se hallen en juego". Puesto que se ha de ser muy despreocupado, me resisto a usar el término irresponsable, para no advertir que por el camino al que nos conduce este Gobierno de incapaces y codiciosos, lo que hoy es acomodo -cambio de coche a menudo, segunda residencia, escapadas de fin de semana- mañana puede ser insuficiencia, sobre todo en el terreno de la libertad.
Para que se entienda mejor, con perdón, podría decirse que aceptamos al estadista, y especialmente lo valoramos como tal, cuando gobierna adecuadamente en el presente y piensa también en las siguientes generaciones. La pregunta es obligada: ¿Qué clase de futuro le aguarda a nuestra patria con unos políticos en el poder que prefieren el pacto antinatural con terroristas y separatistas antes que consensuar la fortaleza del Estado con ese otro partido que representa a media España?¿Cuándo va a tocarle a una mayoría suficiente de ciudadanos pensar en el futuro? ¿Cuándo un grupo de intelectuales, de esos con los que España ha contado incluso en sus peores momentos -estoy pensando en Ortega, en Unamuno, en Ramírez de Maeztu, en Madariaga y otros muchos- será capaz de sensibilizar a nuestra sociedad para que nos deshagamos ¡ya! de politicastros como Zapatero?
Autor: Policronio
Publicado el 9 de enero de 2007
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