Salvador Allende y Fidel Castro |
Por
su interés,
vamos a reproducir lo que contaba la revista británica
The
Economist
el 15 de septiembre de 1973 sobre la caída
de Salvador Allende. Ante la cascada de inexactitudes, apelaciones
demagógicas
y malintencionadas declaraciones, conviene releer este interesante
texto que hemos extraído
vía
José Piñera.
Por cierto, el dictador Pinochet ha muerto en la cama, como Franco,
pero no como Jefe del Estado. Casi toda la gente suele morir en la
cama. No tiene nada de excepcional.
[Editorial
de la revista británica
The
Economist,
titulado "The
end of Allende",
y publicado el 15 de septiembre de 1973. Traducción
de Proyecto Chile 2010]
La muerte transitoria de la democracia en Chile será lamentable, pero la responsabilidad directa pertenece claramente al Dr. Allende y a aquellos de sus seguidores que constantemente atropellaron la Constitución.
El
Presidente Allende no se convirtió en mártir, aun cuando fuera
cierto que se suicidó el martes. El bombardeo y asalto de su palacio
presidencial y la toma del poder por los Comandantes en Jefe de las
Fuerzas Armadas de Chile pusieron un fin amargo al primer gobierno
marxista libremente elegido en Occidente.
Y
la batalla parece apenas haber comenzado. Con la mayoría de los
canales de comunicación de Chile con el mundo exterior aún
restringidos, es difícil tener una idea más completa de la
violencia que aparentemente continúa. Pero si una sangrienta guerra
civil comenzara, o si los generales que ahora controlan el poder
deciden no llamar a nuevas elecciones, no habrá duda alguna respecto
de quien tiene la responsabilidad por la tragedia de Chile. La
responsabilidad es del Dr. Allende y de aquellos en los partidos
marxistas que aplicaron una estrategia para controlar el poder total,
al punto que la oposición perdií las esperanzas de controlarlos por
medios constitucionales.
Lo
que ocurrió en Santiago no es un golpe típicamente latinoamericano.
Las fuerzas armadas toleraron al Dr. Allende por casi tres años. En
ese período, él se las ingenió para hundir al país en la peor
crisis social y económica de su historia moderna. La expropiación
de campos y empresas privadas provocó una alarmante caída en la
producción, y las pérdidas de las empresas estatales, según cifras
oficiales, superaron los $ 1.000 millones de dólares. La inflación
alcanzó a 350% en los últimos 12 meses. Los pequeños empresarios
quebraron; los funcionarios públicos y trabajadores especializados
sufrieron la casi desaparición de sus sueldos por causa de la
inflación; las amas de casa tenían que hacer interminables colas
para obtener alimentos esenciales, y si es que encontraban. La
creciente desesperación originó el enorme movimiento huelguístico
que los camioneros iniciaron hace seis semanas.
Pero
el gobierno de Allende fue más allá de la destrucción de la
economía. Violó la letra y el espíritu de la Constitución. La
forma en que sobrepasó duramente al Congreso y a los Tribunales de
Justicia debilitó la fe en las instituciones democráticas del país.
El
mes pasado, una resolución aprobada por la mayoría opositora en el
Congreso señalaba que "el gobierno no es responsable solo por
violaciones aisladas de la Constitución y la ley; ha convertido
tales violaciones en un método permanente de conducta". El
sentimiento de que el Parlamento era ya irrelevante aumentó por la
violencia en las calles y por la forma en que el gobierno toleró el
surgimiento de grupos armados de extrema izquierda que se estaban
preparando de manera abierta para la guerra civil.
Las
fuerzas armadas intervinieron solo cuando estuvo claramente
establecido que existía un mandato popular para la intervención
militar. Las Fuerzas Armadas tuvieron que intervenir porque fallaron
todos los medios constitucionales para frenar a un gobierno que se
comportaba de modo inconstitucional.
El
detonante para el golpe fueron los esfuerzos de los extremistas de
izquierda para promover la subversión dentro de las fuerzas armadas.
El señor Carlos Altamirano, ex secretario general del partido
socialista, y el señor Oscar Garretón del Movimiento de Acción
Popular Unitaria, ambos líderes de la Unidad Popular de Allende,
fueron señalados por la Armada como los "autores intelectuales"
del plan de amotinamiento de los marinos en Valparaíso. Los
comandantes de la Armada en Valparaíso iniciaron el movimiento esta
semana. Pero el rápido éxito del golpe y la participación en él
de todas las fuerzas armadas (incluyendo a los Carabineros,
entrenados militarmente) sugiere que los planes para el golpe fueron
cuidadosamente preparados. Todavía habrá que esperar para comprobar
que las fuerzas armadas continúan sólidamente unidas en su
oposición al derrocado gobierno. La desaparición de dos
comandantes, el Almirante Raúl Montero y el general Sepúlveda,
comandante de carabineros, quienes fueron reemplazados por sus
subordinados anti-marxistas, hace pensar que no todos los altos
oficiales estaban a favor del golpe.
El
peligro real de un derramamiento de sangre provendrá de unas fuerzas
armadas divididas, o si ocurrieran serios motines entre la tropa.
Esto podría producir una guerra civil. Puede esperarse una fuerte
resistencia de los comités de trabajadores y de las brigadas
paramilitares que el Partido Socialista y el Movimiento de Izquierda
Revolucionaria dirigen en Santiago así como de grupos guerrilleros
en el sur. Pero si no consiguen apoyo militar significativo, estos
grupos probablemente podrían ser contenidos.
Cualquiera
que sea el gobierno que surja del golpe militar, no se pueden esperar
tiempos fáciles. También aquellos que sufrieron bajo el gobierno de
Allende sentirán la tentación de ajustar cuentas con el bando
derrotado. Pocas personas creen que Chile pueda retornar a su forma
tradicional de administrar sus asuntos.
El
trabajo de reconstrucción costará un enorme sacrificio, de la misma
forma que ocurrió en Brasil cuando Roberto Campos era responsable de
la planificación económica durante los años posteriores al golpe
de 1964. Esto no significa que Chile se convertirá en otro Brasil.
Por una parte, Chile es probablemente un lugar menos violento -aún
en estos momentos- que Brasil y, por otra, los generales chilenos
tienen una concepción bien distinta de su rol comparada con aquella
de los generales que apoyan al señor Campos. Ellos aceptan que es
demasiado tarde para revertir muchos de los cambios impuestos por el
Dr. Allende; por ejemplo, en su intento por reconstruir el sector
privado, ellos pondrán más énfasis en traer de regreso a los
inversionistas extranjeros y en crear nuevas industrias que en
devolver lo que fue expropiado.
El
General Pinochet y los oficiales que lo acompañan no son peones de
nadie. Su golpe fue preparado en casa, y los intentos por hacer creer
que los norteamericanos estaban implicados son absurdos,
especialmente para quienes conocen la cautela norteamericana en sus
recientes tratos con Chile.
El
gobierno militar-tecnocrático que está aparentemente tomando forma
intentará reconstruir el tejido social que el gobierno de Allende
destruyó.
Esto
significará la muerte transitoria de la democracia en Chile, lo cual
será deplorable, pero no debe ser olvidado quien lo hizo inevitable.
Presentación
y compilación: Smith
Publicado
el 12 de Diciembre 2006
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios moderados.