Lino Rico, con muletas, hermano de Juanita Rico cuya trayectoria de activista se describe en el artículo, así como en otro artículo enlazado. |
Como comentario a mi artículo la muerte de Joaquín de Grado, un contertulio, el señor Derechón, describe acertadamente la forma en que fue asesinado el falangista Juan Cuellar y, sin que estas notas signifiquen reproche para nadie, pues de aquella época ya lejana hay gran confusión, me permito señalar que está equivocado en cuanto a los lugares en que tuvieron lugar, tanto la muerte de Cuellar como la de Juanita. A continuación relato lo que recuerdo sobre aquel suceso y, desde luego, admito que me rectifiquen, pues algunos hechos los conocí por referencias, si bien no creo admisible que fuera información deliberadamente tergiversada.
La familia Rico tenía un puesto de verduras en el mercado de Olavide, elevado en la plaza de dicho nombre por el Ayuntamiento de Madrid, al poco tiempo de proclamarse la II Republica. El puesto de verduras era atendido, indistintamente, por los padres y sus tres hijos: Juanita y sus dos hermanos. En aquella época, los socialistas habían organizado lo que se conocía como “batallones de chíbiris”. Lo de batallón era relativo, pero significativo de su razón de ser: adiestrarse para la “lucha final que comienza”. Los batallones se formaban en los barrios donde había personal suficiente para ello, de ideología socialista o comunista.
En mi escrito sobre Joaquín de Grado, menciono el cruce de las calles Santa Engracia y Maria de Guzmán. Allí, en la manzana de los impares de Santa Engracia, en su cruce con María de Guzmán, se concentraba otro batallón de chíbiris, éstos del barrio de Cuatro Caminos. Cada batallón contaba con un número muy variable de elementos, por lo general entre 300 y 600, de ambos sexos, y los días de fiesta se reunían en un lugar determinado de cada barrio. Marchaban en formación, pues entonces las calles no sufrían la actual plaga de automóviles, y lo hacían marcando el paso al son de una canción de aquellos tiempos, de letra y música pegadizas y de una zafiedad extrema, que llamaban “El Chíbiri”.
Era norma que los chíbirís fueran acompañados por la familia y acampaban, y comían, en el lugar elegido para sus propósitos, expresamente buscado por los asesores militares. Unos, en la Casa de Campo, otros en El Pardo, donde recibían instrucción de combate, impartida por oficiales del ejército de ideología afín. Entre estos, recuerdo al capitán de Ingenieros don Carlos Faraudo, destinado en la Guardia de Asalto y muerto en atentado en mayo de 1936; al capitán de la Guardia Civil don Fernando Condés, que organizó el asesinato de don José Calvo Sotelo y murió combatiendo en el Alto del León, en los primeros días de la guerra.
Prieto, en sus memorias, Convulsiones en España, da a entender que Condés buscó la muerte deliberadamente, horrorizado por su acción. También en la sierra madrileña perdió la vida el pistolero socialista conocido como Victoriano Cuenca, llamado “El cubano” por haber vivido largo tiempo en Cuba, cuyo verdadero nombre era Luís Cuenca Esteva, que era miembro de “La Motorizada”, unidad que constituía la escolta de Indalecio Prieto. Cuenca fue el autor material de los dos disparos en la nuca que dieron muerte al señor Calvo Sotelo. Otras fuentes dicen que tanto Condés como Cuenca, fueron eliminados por sus correligionarios, para evitar “indiscreciones”. Yo, personalmente, creo la primera versión: muerte en combate.
También era instructor de chíbiris el teniente de infantería, destinado en la Guardia de Asalto, don José del Castillo, autor del disparo, creo que involuntario, que hirió al tradicionalista Luís Llaguno, durante el entierro del alférez de la G.C, don Anastasio de los Reyes. Castillo fue muerto en atentado el 12 de julio de 1936, en la calle Augusto Figueroa, esquina a la de Fuencarral, junto al Oratorio de la Virgen de la Soledad, también llamado Arco de Santa María, en cuya pared quedó la huella de algunos de los disparos efectuados aquella noche. Se afirma que su muerte provocó, como represalia, la del señor Calvo Sotelo.
Y también, entre otros más, era instructor de milicias de las MAOC (Milicias Antifascistas, Obreras y Campesinas) el teniente de Caballería, destinado en la Guardia de Asalto, don Máximo Moreno, que participó en el planeamiento del asesinato del señor Calvo Sotelo. El teniente Moreno, en septiembre de 1936, volaba como observador en un avión que fue derribado en el término municipal de Olías del Rey (Toledo). Tanto Moreno, como los otros tres tripulantes del avión del Gobierno de Madrid, que sobrevivieron al impacto sobre tierra, se suicidaron al creer, equivocadamente, que habían caído en zona nacional. Tuvieron en Madrid un entierro solemne y al pueblo de Olías del Rey se le cambió su nombre por el de Olías del Teniente Moreno, topónimo que tuvo poca duración. Tal vez, si alguno de los actuales gerifaltes lee estas líneas, Olías del Rey recobrará su denominación de zona roja.
El “batallón” al que pertenecía Juanita, realizaba sus ejercicios en El Pardo (no en la Casa de Campo), en la zona de acceso público que abarcaba parte de Somontes y parte de La Zarzuela, y, sin seguridad en el dato, creo que su instructor era Faraudo. El hecho de que allí se encontrasen cuatro falangistas (o dos, que ambas versiones he recibido y de la lectura del texto de Derechón deduzco que tiene duda similar), desconozco si se debió a iniciativa propia o a instrucciones de sus jefes. Tras el asesinato de Juan Cuellar, el o los supervivientes corrieron a Madrid a dar cuenta del hecho e inmediatamente se organizó la represalia. Desde luego que en Falange se conocían perfectamente los movimientos del batallón al que pertenecía Juanita. Al anochecer del mismo día, dos coches particulares estacionaron en la calle del Cardenal Cisneros (no en la Puerta de Toledo), a la altura de la casa número 61 de dicha calle, que correspondía a la fachada secundaria de la, entonces, sucursal Norte del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Madrid, que hacía (y hace) esquina con la calle Eloy Gonzalo.
A la llegada de Juanita, con parte de los componentes de su batallón, se inició un tiroteo a granel, procedente de los coches y, como consecuencia del mismo, murió Juanita y resultaron varios heridos, entre ellos un hermano suyo, que como resultado del atentado quedo cojo para el resto de su vida. En la otra esquina de la calle había, entonces, una tienda de tejidos, dedicada también a sastrería. De acuerdo con la época, las paredes de su fachada estaban forradas de madera, que quedaron acribilladas a balazos, cuyas señales perduraron largo tiempo. He leído en alguna información (puestos a inventar, la imaginación humana no tiene límites) que también murieron dos hermanos de Juanita. No es cierto. Sí resultó herido uno de ellos, el que ya he citado y deseo hacer notar que la “represión” franquista no debió ser tanto como algunos dicen, pues este joven, cuya actuación durante la guerra no conozco, pero que no hay duda que estaba entre el grupo de los que asesinaron a Cuellar, aunque no sé si participó en el hecho material del linchamiento, no sufrió ninguna molestia al finalizar la guerra. Continuó trabajando en el puesto familiar de verduras, hasta que el edificio del mercado fue derribado. A partir de entonces, carezco de noticias suyas.
Sobre la forma en que fue asesinado Cuellar, tengo información de verdaderos horrores, incluyendo mutilaciones, algunas imputadas a Juanita Rico, que no transcribo, por no tener la seguridad de ello. Tal vez se aclararía si se pudiera leer el informe de su autopsia, si es que se conserva. El comentario de Derechón, tiene su origen en mi relato sobre la muerte de Joaquín de Grado, acaecida menos de dos meses después de que fuera linchado Juan Cuellar por el grupo de Juanita Rico. Es fácil suponer que los falangistas perseguidos por Joaquín y sus seguidores, hubieron tenido el mismo fin que Juan Cuellar, si los hubieran alcanzado.
Autor: Rogelio Latorre Silva
Publicado el 7 de marzo de 2007
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