La de años que han pasado y ¡seguimos queriendo saber la verdad! |
Quizá los islamistas fueron los autores del 11-M, al menos los autores materiales de la colocación de los explosivos en los trenes. Lo que no quiere decir que estos otros musulmanes que están siendo juzgados participasen igualmente en el reparto de las bombas. Desde luego, no hay que descartar que alguno también lo hiciera, si bien por lo que se va sabiendo a través de los testigos del juicio, que se contradicen respecto a la presencia de los acusados en los trenes, parece que no serán muchos los condenados, a lo sumo uno o dos de ellos. Naturalmente, todo esto no significa, ni de lejos, que la responsabilidad única recaiga en los dos grupos de moritos —los suicidados y los “supervivientes”—, además de esa trama asturiana que se supone facilitó la dinamita.
No, la responsabilidad deberá recaer, si es que algún día llega a saberse toda la verdad, en los auténticos inductores de la masacre, que desde luego no parecen ser estos pobres diablos que ahora se sientan en el banquillo, los cuales carecían de recursos económicos, conocimientos técnicos para organizar unos crímenes semejantes y estaban sometidos al papel de confidentes de diversos cuerpos policiales o de seguridad, varios de cuyos mandos han sido ascendidos o premiados sin causa justificada. Ahora bien, el hecho de que vayan quedando al descubierto las pruebas falsas, como por ejemplo esa furgoneta Kangoo cargada de unos objetos que nadie vio en la primera inspección o la mochila-bomba que no se detectó en los trenes aun habiendo sido revisados a fondo cuatro veces, no significa que los moritos no participasen en los atentados.
La colocación de las pruebas falsas puede suponer, a mi juicio, el nerviosismo de unos inductores (más bien de sus colaboradores dentro de la Policía) que necesitaban dirigir la atención lo antes posible hacia la trama islamista porque sólo disponían de tres días para dejar como mentiroso al gobierno del PP y, sobre todo, para que esa idea calase a fondo en los votantes, de lo contrario no hubiesen servido de nada las manifestaciones callejeras tras la pancarta del “No a la Guerra”. Si se hubiesen producido los atentados 10 días antes, pongamos por caso, quizá no hubiesen surgido unas pruebas falsas tan chapuceras, ya que, al contar con más tiempo, la investigación policial probablemente hubiera acabado por hallar limpiamente, sin ayudas externas, la trama de los terroristas islámicos. Me refiero, por supuesto, a los mochileros, no a los organizadores y financiadores.
Lo que ocurre es que todo el mundo creyó en las primeras horas que había sido la ETA, comenzando por Ibarretxe y continuando por medios informativos como El País. Lo que significa que a los organizadores de la masacre comenzó a cogerles, además de unas enormes prisas, el más descomunal complejo de tontos, hasta el extremo de que si no se hablaba de inmediato de la trama islámica, se corría el riesgo de que su “proeza” fuese atribuida definitivamente a la ETA, al menos hasta pasadas las elecciones de tres días más tarde, y algo así le hubiera regalado una mayoría absoluta, aún más amplia, al odiado partido de Aznar. De modo que comenzaron las improvisaciones y las chapuzas: Una furgoneta vacía que se cargó de objetos Dios sabe dónde, una mochila que jamás pudo estar en los trenes y que condujo directamente al locutorio de los moritos y unos análisis iniciales de los focos que duermen en algún cajón o han sido convenientemente destruidos, por lo que hasta el propio juez Gómez Bermúdez se quedó asombrado cuando le aseguraron que el explosivo fue Goma-2 ECO y se dedujo de evidencias ajenas a los trenes.
Voy a ir un poco más allá. Las pruebas falsas se colocaron, como he dicho, para encauzar la investigación hacia los terroristas islámicos. Y en ese aspecto se ha de reconocer que lograron sus objetivos al poner la pistola en manos del asesinado. Ahora bien, ¿cómo sabían los que así procedieron con tales pruebas, el mismo día 11, hacia dónde había que apuntar? Sólo puede haber una respuesta posible: Esa gente que falsificó las pruebas tenía conocimiento previo de los autores. Luego se da aquí el viejo aforismo: la razón acaba por tener razón. De donde se deduce que algo de meditación sobre “¿quién se beneficia?” tiene que llevarnos al resultado siguiente: Detrás de los moritos hubo alguien más.
¿A dónde quiero llegar a parar con todo esto? Muy simple, a darle la razón a las dos partes que hoy en día discrepan a brazo partido: A los “conspiranoicos” y a los “anticonspiranoicos”. De éstos, en mi opinión se salva su apuesta por la intervención de los moritos, pero falla de lleno su capacidad para mostrarse conforme en que hay, al menos, dos pruebas claramente falsas y que de tal hecho se deriva una trama de superior calibre a la islámica. Sin embargo, creo que nunca aceptarán algo así, la soberbia se lo impide. De aquéllos, los “conspi”, nos valdría el tesón que han puesto para demostrar la falsedad de ciertas pruebas, pero se les está agriando el vino al empecinarse en el tema de los explosivos y con ello dar a entender que los moritos no son los culpables materiales y aún podría apuntarse hacia la ETA. Lo que no quiere decir que la banda de asesinos desconociese toda la trama o dejase de poner su granito de arena.
En mi opinión, que mantengo al menos mientras escribo estas líneas —no es la primera vez que cambio de criterio en este asunto, ni creo que sea la última—, los culpables sí son los moritos, sobre todo los suicidados, si bien creo que el “autor intelectual”, como viene definiéndose al responsable máximo de tan horroroso atentado, no habla con acento árabe y posee la suficiente malaleche, además, como para haber sido declarado culpable en más de un procedimiento penal. ¡A buen entendedor…!
¿Me une tal creencia al bando de los “conspiranoicos”? Es posible, y lo asumo. Como asumo que el día que se demuestre que la kangoo estaba llena de evidencias en origen, es decir, antes de que se moviese hacia Canillas, y la mochila de Vallecas fue recogida en un tren —a ver si hay quien tiene narices para hacer algo así—, no tendré reparo alguno en cambiar de criterio y en confesar mi tremendo error. Lo que no voy a hacer nunca, porque me parece una postura digna de un perfecto cretino, es empecinarme en querer llevar razón a toda costa y en negar las evidencias más contundentes y lógicas, que es lo que juraría les está ocurriendo a esos “anti” que se han venido lanzando ridículamente, a tumba abierta —caso ácido bórico—, cuando algún hecho circunstancial favorecía su tesis y suponían que desacreditaba la de sus rivales.
No, queridos, las pruebas falsas indican que detrás de los moritos hay algo más.
Autor: Policronio
Publicado el 17 de marzo de 2007
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