Albert Rivera muestra con su mano el número de diputados que su formación ha logrado en las elecciones catalanas. |
En España hay 44 millones de partidos políticos. Quiero decir que en esto de la cosa pública cada español es de su padre y de su madre y bien difícil será que nos encontremos con alguien que comulgue al 100 % con el programa de un determinado partido, salvo que se pertenezca al grupo de individuos que haya elaborado ese programa, evidentemente. Y aun así, tengo mis dudas, porque al final de cualquier proceso selectivo es un único individuo el que decide sobre el bien y el mal de la formación política en cuestión, hecho que certifica el inconveniente de vivir en una democracia piramidal de jefes supremos a razón de uno por partido.
Viene lo anterior a cuento para destacar que hay varios aspectos en el programa de Ciudadanos -a partir de ahora voy a denominarlo en español puesto que al parecer tienen la intención de presentarse a medio plazo en toda España- que no son santo de mi devoción, como puedan ser la eutanasia, el aborto y el laicismo educativo. No obstante, en los dos primeros casos habría que matizar si en realidad no se refieren a una muerte digna, algo muy alejado de la eutanasia, y de un aborto respetuoso con la ley actual, que permite su práctica bajo determinados supuestos y que le da un gran valor a la vida de la madre, aspecto, este último, que a mi juicio es muy aceptable. Otra cosa sería optar por el aborto masivo y fraudulento de los cerca de 90.000 casos anuales que ahora se producen al año. Ya no hablemos del aborto libre e indiscriminado. Sirva como ejemplo una determinada clínica barcelonesa, de triste actualidad, que al parecer practica abortos a gestantes cuyo embarazo se había prolongado incluso más allá de los siete meses.
El tercero de los aspectos incluidos en el programa de Ciudadanos, el laicismo educativo, no me parece mal en sí mismo, a condición, claro está, que se acuerde impartir una asignatura que pudiéramos denominar Historia de las religiones, donde el cristianismo tuviese un papel destacado. Más que nada porque de ese modo se aprendería también una parte de esa cultura necesaria para que el hombre -término genérico- no permanezca adocenado y saboree el arte con el que convive a diario, sea pintura, sea escultura, sea arquitectura, sea filosofía...; es decir, artes y conocimientos humanos que guardan una estrecha relación con las religiones, muy acentuado en el caso del Occidente cristiano al que pertenecemos. De lo contrario, de practicarse una laicidad educativa integral, podría llegar a extenderse a cualquier ámbito religioso, artístico o del pensamiento la acertada frase que leí en cierta ocasión: Respecto a los grandes monumentos del islam, los españoles están condenados a vivir con unas obras geniales que no les pertenecen ni saben valorar adecuadamente.
Autor: Policronio
Publicado el 2 de noviembre de 2006
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