Una gesta admirable, patriótica y valerosa: Batalla de Rocroi por Augusto Ferrer-Dalmau (2011) |
Nada hay más desastroso para una nación que sus habitantes renieguen del patriotismo y se dividan respecto al sentimiento de pertenencia a esa nación. Cuando la división no sólo existe sino que va ahondándose, sin que desde el poder del Estado se corrija la actitud desleal de los gobiernos de algunas regiones, los grupos separatistas radicados en ellas acaban por controlar a su antojo importantes parcelas de poder y se enquistan de por vida. Es más, si desde el Gobierno central no se interponen las leyes adecuadas para contener el abuso y la felonía de esos grupos, sino que determinadas arbitrariedades nacionalistas se respaldan por conveniencia, todo hace pensar en un desenlace desafortunado no exento de violencia, ya que no hay cuerpo social, por más evolucionado que se considere, que acepte con indolencia la amputación de uno o varios de sus miembros.
Como trastorno no menor de ese cuerpo ciudadano, inicialmente podría suceder que el hoy considerado terrorismo de carácter cismático fuese complementado de algún modo por otro terrorismo de índole unionista. Encontrándonos entonces en alguna región de España, esta vez sí, con algo semejante al conflicto de Irlanda del Norte: Dos bandos enfrentados ocasionalmente en las calles, atentado tras atentado, en una beligerancia sangrienta de ámbito regional. Una cosa así, por muy malpensado que parezca, puede llegar a suceder con o sin la independencia de ese territorio en cuestión, con o sin blindaje de competencias en los nuevos estatutos que cobardemente se vayan concediendo como respuesta al chantaje. Todo dependerá del grado de desesperación que una parte de los habitantes de esos territorios pueda llegar a sentir, porque no todo el mundo está dispuesto a ser expulsado de su lugar de nacimiento ni a someterse cabizbajo, indefinidamente, a un régimen opresivo. Las bases para que algo semejante ocurra se están elaborando ahora, en estos días de cesión interesada e irracional, y se cimientan con no poca desidia y mucho egoísmo partidista. En suma, toda una argamasa destinada al desengaño y la impotencia de buena parte de los españoles.
Si los principales responsables de velar por la firmeza del sentimiento de lealtad a la nación española, eso que algunos con orgullo denominamos patriotismo, vienen adoptando la postura de "aquí no pasa nada", dando a entender con ello que el respeto a la patria puede ser sustituido sin mayor problema por cualquier artificiosidad regional de origen decimonónico, entonces el riesgo de infortunio se agrava exponencialmente y podría llegar a concluir en tragedia generalizada, es decir, lo que en siglos pasados fueron nuestras guerras civiles, si bien en esta ocasión como consecuencia de la cortedad de miras de un gobierno cobarde y presto a la capitulación del Estado. Tales son las posturas que parecen desprenderse de la inacción de un Rey -juro que desearía equivocarme- que se resiste a moderar conforme a la función que le encomienda la Constitución española, lo que sin duda alguna vuelve innecesaria su figura y despierta amplios recelos sobre la institución de la Corona, y de un presidente del Gobierno de España capaz de afirmar abiertamente que "el concepto de nación es discutido y discutible", a partir de lo cual ha ido obrando en consecuencia y adentrándonos en los sobresaltos que cada día recibimos.
Parte de los españoles somos conscientes de que el peligro llega precisamente de las iniciativas del presidente del Gobierno y de la sorprendente apatía del jefe del Estado. Y digo parte, porque creo que existe una buena cantidad de ciudadanos que arropan la postura de ambos y secundan la idea de Zapatero, que consiste en acabar de una vez por todas con la España tradicional, a la que tan alegremente identifica con la derecha. Para los militantes de la izquierda o el nacionalismo, se trata de una simple ecuación lineal: "Si los valores de España son los de la derecha retrógrada, no me interesa España". ¡Paso de ella! Naturalmente, la base de partida es completamente falsa, porque ni España está representada en exclusiva por la derecha, Dios no lo quiera, ni ésta debería ser considerada retrógrada, ya que cuando ha gobernado nos ha ofrecido las mejores etapas de prosperidad y avance social, comenzando por la notable disminución de un paro galopante que el felipismo le dejó como herencia. Ahora bien, debe reconocerse que la idea ha calado como una caricatura, que muchos la aceptan sin más y que ha terminado por asentarse con fuerza entre las filas radicales propensas al pensamiento fácil, valga la redundancia.
A mi modo de ver, hemos llegado a esta situación de ausencia de patriotismo en las formaciones de izquierda -el caso del nacionalismo es distinto- como consecuencia de la actitud despótica de un Gobierno estrafalario con avaricia, a su vez nada patriota, cuyos componentes son los primeros en identificar falsamente a España con la derecha, a la que últimamente denominan "derecha extrema" con la intención evidente de desacreditarla y reservarse para sí cualquier posición supuestamente moderada. Aseguraría que este Gobierno obra de tal modo por un interés indigno, puesto que está convencido que jamás abandonará el poder mientras sea capaz de mantener viva la instigación de "todos contra el PP", no importa cuánto tenga que pagar a cambio. Mientras los dos grandes partidos, PP y PSOE, conservaron algún sentimiento de españolidad y sólo les diferenció el tipo de política social que proponían al electorado, el antiespañolismo fue avanzando a la velocidad de la mancha de aceite. Así ocurrió en la mayor parte de España, pero no en las regiones donde la gangrena del nacionalismo se empapó de anti España desde primeras horas de la Transición y, si se me apura, desde casi una década antes.
Ahora, con el desistimiento de Zapatero respecto a cualquier ideal patriótico, puesto que el PP no parece haberse movido de sus posiciones, esa mancha de aceite ha recalado más a fondo en el tejido de nuestra sociedad y tiende a invadirlo todo sin que, en apariencia, se haga nada para evitarlo. No tengo ninguna duda de que tanto el Rey como Zapatero acabarán pagando su precio, porque jugar a inhibirse como hace el primero, dando por bueno el predominio social-nacionalista de carácter disgregador, o dedicarse directamente a enredar para dividirnos en buenos y malos, como hace el segundo, son posturas que tarde o temprano llevarán aparejadas la antipatía del pueblo, cuando no su desprecio. Pero entretanto seguimos pendiente abajo y avanzando hacia la tragedia.
La solución a tanto desequilibrio interesado como el que día a día vivimos en nuestra patria, que cada vez es menos patria y más reinos de taifas, tiene un nombre claro: España. Una palabra que deberíamos difundir a los cuatro vientos, porque en sí misma encierra unidad, grandeza, democracia, libertad y leyes justas para todos, que son la base única de la prosperidad de un pueblo. Decía Camús que una nación es solidaria de sus traidores y de sus héroes. Me temo que los tiempos que corren realzan el rol de los traidores. Habrá que esperar, pues, al de los héroes.
PD: Cuando el doctor Samuel Johnson (1709-1784) pronunció su célebre frase: El patriotismo es el último refugio de los bribones, sin duda alguna se refería a ese sentimiento de superpatriota que comenzaba a arraigar en las posesiones americanas del Reino Unido y que equivalía al de un nacionalista radical. El idioma inglés de la época no permitía distinguir entre patriotismo y nacionalismo, de ahí la confusión en el término y de ahí, igualmente, que los nacionalistas de todo pelaje se agarren como un clavo ardiendo a la frase del doctor Johnson, y desde luego lo hacen para desacreditar el patriotismo e intentar hacerlo pasar por otro tipo de nacionalismo. La diferencia es notable si reparamos en que, como afirmó Orwell: El patriotismo es defensivo, mientras que el nacionalismo es agresivo; el patriotismo está enraizado en la tierra, en un país particular, mientras que el nacionalismo está conectado al mito del pueblo; el patriotismo es tradicionalista, el nacionalismo es populista. El patriotismo no es un sustitutivo de la fe religiosa, mientras que el nacionalismo a menudo lo es; puede colmar, al menos superficialmente, las necesidades espirituales de la gente. Por tales motivos, nacionalismo y socialismo suelen ir de la mano y entenderse bien en toda situación en la que disponen de un enemigo común, pasando a despedazarse en ausencia de éste, ya que tienden a ocupar el mismo espacio político.
Autor: Policronio
Publicado el 22 de noviembre de 2006
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