La coalición CiU, una vez que haya perdido buena parte de su clientela como consecuencia de no disponer de la capacidad para repartir subvenciones a capricho, si sabe lo que le conviene deberá renovar sus objetivos -hablar de postulados en el nacionalismo es casi un sacrilegio- y acercase con sinceridad a esa ideología catalanista que propugnaba Cambó, quien desde su señorío hizo perfectamente compatible, hasta el extremo de legar algunas de sus obras de arte al Museo del Prado, el sentimiento de catalanidad y el de españolidad. Es decir, Cambó amaba de igual modo a papá y a mamá. Porque en el corazón de un ser humano, quizá así lo creía él, cabe una inmensidad de afecto y respeto que no precisa un destinatario exclusivo; eso sí, siempre y cuando que ese corazón no se encuentre mediatizado por el odio del nacionalismo, sentimiento que le es necesario a quien lo profesa para adormecer la parte noble que todos poseemos y adentrarse en las profundidades de la política destructiva, que no otra cosa significa el nacionalismo al estar sustentado en imposiciones, falsedades de todo tipo y la necesidad de compararse con otro al que siempre identifica como un monstruo para que, por contraste, se advierta su propia belleza.
Ahora bien, para que los dirigentes de CiU adopten la única posición sensata y al mismo tiempo beneficiosa para esa Cataluña que a su modo creen amar, a mi juicio es preciso que se den dos circunstancias: Que reconozcan íntimamente la apremiante necesidad de reforzar los vínculos con el resto de España -muy especialmente los afectivos-, ya que no es posible a coste cero despreciar a perpetuidad a una nación con la que se ha compartido casi la totalidad del pasado, y acepten la conveniencia de afianzar ese intercambio económico -muy decisivo para los no sentimentales- que sufriría una gran debacle en toda España si quedase al margen de nuevos impulsos. Así, pues, que se sepa y se valore que una posible decadencia económica de Cataluña podría ser el resultado de la actual deriva radical de CiU o de una ominosa huida hacia delante con la intención de competir de tú a tú con el partido Sloan-Reflex. Una decadencia, ojo al dato, que no descarto pudiese afectar a largo plazo y en similar medida al resto de España, si bien la tendencia de hoy es que otras regiones, sobre todo las gobernadas por el PP, no aflojan en su continuado desarrollo.
La segunda circunstancia que conviene destacar y que debería ser asumida en un congreso extraordinario, quizá simultáneo entre las dos formaciones integrantes de CiU, es la necesidad de ir eliminando ese adoctrinamiento pujoliano según el cual España es la nación enemiga y Cataluña su víctima. Concepto que, como se dijo en la primera parte de esta serie, Carod-Rovira ha esgrimido hasta límites vomitivos. Un adoctrinamiento, por lo tanto, que ha llevado a muchos catalanes a adoptar la posición política que ahora poseen, algunos de ellos incluso con la seguridad plena de llevar siglos maltratados. Ese mismo adoctrinamiento, he ahí lo más grave, ha determinado una clase dirigente monocorde que, en el mejor de los casos, sólo representa a la mitad del censo, es decir, a los que no se han abstenido en las elecciones, ni votan ostensiblemente en blanco o a una miríada de partidos residuales. Naturalmente, un cambio así debería comenzar por tratar como a personas, en lugar de enemigos, a los seguidores del Partido Popular en Cataluña -también a Ciutadans-, demostrándoles cierta simpatía de clase política, ya que ambas formaciones son claramente de derechas. Por lo que se les debería de ofrecer ese cuartelillo que hasta el momento destinaban a ERC.
Hay un personaje dentro de CiU, aún con poder decisivo, que jamás consentirá una autocrítica semejante ni un cambio de rumbo tan drástico, porque algo así representaría arrojar por la borda toda la obra de su vida. No, no lo consentiría incluso si ambas circunstancias -autocrítica y cambio de rumbo- supusieran recuperar la Cataluña admirada durante centurias -vista hoy de reojo en gran parte de España- y además engrandecerla con una nueva vitalidad cultural, comercial y cosmopolita que de ningún modo sería posible que alcanzase en caso de radicalizarse, finalmente, la postura eremita de ese nacionalismo provinciano de CiU, tan deseoso de sentirse autárquico. El personaje es Jordi Pujol, responsable máximo del "estanque dorado" en el que ha concluido su disparatada política a lo largo de 23 años (2006). En el caso de Pujol, se dio a menudo la triste paradoja de verle presumir de su valiosa contribución a la gobernabilidad del Estado, mientras daba una vuelta de tuerca tras otra para que en Cataluña, a través de los diversos niveles educativos o de los numerosos medios informativos autonómicos o subvencionados, se inculcara un tremendo desprecio y no poco odio hacia ese mismo Estado que él deseaba debilitar con el propósito de fragmentarlo.
Autor: Policronio
Publicado el 17 de noviembre de 2006
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios moderados.