Por alguna extraña circunstancia psicológica que no alcanzo a comprender, el estudiante inteligente suele dejar los estudios para última hora. Aún así, lo normal es que apruebe y finalice la carrera. Hay otro grupo de estudiantes, quizá más numerosos, que consigue igual o mejor resultado que el anterior, si bien supliendo la inteligencia por una constancia envidiable a la hora de hincar los codos. Finalmente tenemos a un tercer grupo, diríase en rotunda minoría, que goza no sólo de inteligencia sino de tesón para el estudio. En este caso el resultado suele ser deslumbrante, como es lógico.
Pues bien, si yo tuviese que incluir a Zapatero en uno de los tres grupos principales descritos, no dudaría en situarlo junto a los mediocres tenaces, ya que no hay día sin que deje de tomar alguna decisión que perjudique gravemente a la nación española o a la libertad individual de los ciudadanos. El hecho de adjudicarle la mediocridad y la constancia a quien pasará a la historia como “presidente por accidente” es algo que aceptará cualquiera que conozca su historial político y su nulo historial profesional. Es obvio, pues, que un hombre tan peligroso para la sociedad española ha puesto toda su tenacidad y su desmedida ambición personal al servicio de unas minorías muy dañinas, a las que necesita para conservar el cargo, y sin importarle un pimiento la nación cuyo gobierno preside y al que llegó sin apenas méritos para ello.
A fin de que se hagan una idea los lectores de Batiburrillo, es como si el jefe del partido laborista israelí decidiese aliarse con los palestinos de Hamás y de al-Fatah, aceptándoles cualquiera de sus propuestas con tal de mantenerse en el poder. ¿Cómo les sentaría una cosa así a los militantes laboristas israelíes? Muy mal, por supuesto, hasta el extremo de que no sería inconcebible toda una serie de grandes manifestaciones y altercados en Israel que hiciesen dimitir a semejante traidor. Pues bien, entre los enemigos declarados de Israel y sus equivalentes en España, que serían la ETA-Batasuna y los nacionalistas falsamente moderados, apenas hay diferencias. Unos y otros creen estar ocupados por un ejército extranjero y unos y otros hace muchos años que recurren al terrorismo y la coacción o lo amparan y defienden con hipocresía y aluden a un conflicto político en el que sacan beneficios.
Pero aquí en España no sucede nada parecido entre la militancia socialista a lo que supuestamente ocurriría en Israel; no, no sucede ni por asomo. Si se descuentan cuatro conatos verbales de Guerra, Ibarra, Bono y alguno más, conatos que luego quedaron en nada, los cientos de miles de afiliados al PSOE o a la UGT han tenido un comportamiento de lo más aborregado hasta el presente. Y que nadie me diga que esas miles de personas están conformes con la política liberticida y disgregadora de Zapatero, al que secundan a conciencia. No es posible creerse una cosa así. Ojo, no me refiero al votante socialista, de quien como mucho se espera la abstención en las próximas elecciones si es que se desilusiona, sino al militante que posee carné desde hace años y que posiblemente cuente con algún familiar entre esas víctimas del terrorismo que van a ser traicionadas miserablemente en unas incomprensibles negociaciones con la ETA.
Quien tampoco acierte aún a creerse que la militancia socialista es tan cobarde o interesada quizá sea gente como Rosa Díez o Gotzone Mora, e incluso Redondo Terreros, que deben de estar alucinados al ver cómo el partido les arroja de la política con tal de secundar a un tipo sórdido que les conduce al peor de los escenarios posibles: Una coalición de gobierno, previa rendición del estado de derecho, con una banda de asesinos y mafiosos que hace más de 30 años que tienen postrado al País Vasco. Una postración no referida a la riqueza, pero sí a la libertad y a la democracia mínima que uno necesita para respirar. ¿Acaso debo de creerme, repito, que el militante socialista está conforme con que Zapatero conceda cuanto le piden los enemigos declarados de España? Podría llegar a dar por buena una cosa así de los socialistas catalanes y vascos, que viven en un mundo irreal y pasan 24 horas al día adoctrinados y revueltos con los nazis. Pero... ¿y en el resto de nuestra patria? ¿También se muestran dispuestos a secundar al gran traidor? No, no me lo puedo creer ni aunque me lo juren de rodillas.
Ahora bien, tratando de llevar este asunto un poco más allá, no dejo de preguntarme a qué obedece tanta docilidad entre los militantes socialistas, cuando son gente, como se sabe, bien dispuesta para la agitación y para organizar tumultos ante las sedes del PP. La única respuesta que ahora se me ocurre es, ni más ni menos, que no desean perder el pan nuestro de cada día, porque entre cargos y carguillos políticos y sindicales, que es de lo que viven los 400 o 500 mil afiliados al PSOE y la UGT, no hay nadie con dos narices que quiera poner en juego su nómina y dar la batalla a favor de la patria y de la libertad. Una batalla, debe reconocerse, en la que existe un alto riesgo de perderla y volverse un apestado, que es en lo que se convierte cualquier disidente de izquierdas. Y es que el militante socialista, con muy contadas excepciones, no sabe hacer nada fuera de la política y si la abandona se muere de hambre. Y claro, ante la miseria, se baja uno los pantalones por más dignidad que se pierda en ello. Que en el fondo es lo mismo que hace el gran jefe del rebaño, sólo que en su caso, también para seguir comiendo, la bajada de pantalones es ante una banda de criminales.
En esta bitácora no suelen entrar militantes socialistas con demasiada independencia de criterio, si es que debo juzgar por las notas que aquí van dejando. Al contrario, más bien los que nos visitan se asemejan a asilvestrados al partido que eluden los argumentos y acaban por llamarle a uno fascista a la primera ocasión. Hubo incluso un interviniente que nos reprochó la presencia de ese cachito de bandera española que encabeza la página. ¡No me lo podía creer! Lo que significa que bastantes de ellos han interiorizado ya lo muy irreconciliable de pertenecer a un partido político, cuyo único fin es el poder, con la continuidad de una nación multi centenaria que debería estar muy por encima de cualquier partido. De ahí que los socialistas tiendan a secundar la idea básica de sus aliados imprescindibles, los nacionalistas: España debe desaparecer o quedar convertida en un guiñapo. Es duro decirlo, pero es así como parece.
Por eso hago un llamamiento que quizá caiga en el vacío y en el que quiero apelar a la honradez de cuantos simpatizantes de izquierdas, militantes de partido o no, aún consideren que la derrota de España frente al terrorismo y el nacionalismo no debe ser consentida. A ellos, a los que aún poseen un gramo de patriotismo, les digo: ¡Expulsad a Zapatero del poder! Si vuestros ideales son socialistas, quizá podáis lograrlos con otro presidente al que sí le importe la disgregación de España y la desigualdad ante la Ley. Pensad, por ejemplo, en un Felipe González que no hubiera sido corrupto. Pensad en el avance social de los países nórdicos, logrado sin necesidad alguna de triturar la patria. Pensad que de aceptarse una serie de estatutos como el catalán, que oprimen al hombre y le marcan lo que debe hacer desde la cuna a la sepultura, la libertad en España se habrá perdido para varias generaciones. Y con ella, con la libertad, probablemente también se pierda el bienestar logrado desde la Transición para acá. Pensad, amigos, creedme... no hace daño. Pensad y que cada uno tome la misma decisión en el momento adecuado: ¡Expulsad a la sabandija y sustituidlo por un tío decente y equilibrado!
Publicado el 1 de julio de 2006
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