martes, 20 de marzo de 2018

La vigilia

Siempre se ha dicho que la Iglesia católica posee un espíritu universal. La imagen demuestra que no siempre es cierto, y en tales casos el valor universal se convierte lamentablemente en sectario.

Dicen que hay silencios atronadores. También que los hay elocuentes. Que a veces no son necesarias las palabras pues a buen entendedor con pocas pistas le basta. Me hubiera gustado poder comunicar con el silencio, sin necesitar que mis dedos articulen las palabras de mi pensamiento en el teclado. De haber sido capaz, no me hubiera visto impelido a escribir estas breves líneas. Lo hago porque el silencio que me envuelve es demasiado terrible. Es demasiada carga para llevarla en soledad. Pero veo ahora, que de igual modo que el silencio puede resultar intransferible, la soledad no es mejor candidata para ello.


Estoy presto a la vigilia como quien vela un cadáver. En silencio, recordando. Valorando las excelencias del muerto y disculpando sus flaquezas en vida. Esa vida que, en mi caso, ha transcurrido por entero en Cataluña. Mi memoria está llena de sus tierras y sus gentes. De trabajos y esfuerzos sin fin. De ilusiones y aventuras compartidas. Mañana, todo eso será proscrito renunciando a nuestra Historia. A la mía, a la de todos. Y me sonrío doliente, pues a pesar de los tópicos que habitualmente nos señalan, por primera vez se trata de perder. De dilapidar de forma absurda los ahorros de toda una vida. Nosotros, los de la “pela”. Mientras busco explicaciones no soy capaz de encontrarlas. 

Ese fervor catalán, esa encandilada voluntad de ser, esos deseos soberbios y una diferencia bastarda, nos han llevado a valorar que no somos españoles. Que no queremos a España. Que nuestro destino está hecho para compañías más gratas. Que por superiores, nos hemos creído raza. Nosotros, cóctel de las Españas.

Mañana es el día en que se entierra el sueño de nuestra España. Cataluña, pionera, rezará el primer responso y arrojará el primer puñado de tierra sobre su féretro. Para que no suene a traición, nos haremos los traicionados. Diremos que no nos comprenden, que en realidad no pasa nada. Que se trata de sentimientos, que se nos debe respeto, pero marcaremos con la diferencia y el desprecio a aquellos que trabajaron a nuestro lado, los que no son como nosotros. Son demasiado poco para la empresa que nos aguarda. Que sólo aquel que esté preparado para la alquimia y renuncie al sucio plomo de su origen por el oro de la gloria catalana, será bienvenido a nuestra nación inventada. Que quede claro que ahora,  la libertad sin patria no es nada. 

Triste vigilia me espera y, después, un largo silencio aguarda. Cuando ceda la mentira, cese la hipnosis provocada, cuando no nos quede más remedio que abrir los ojos a la realidad y comprendamos la dimensión de nuestro fracaso individual y colectivo, yo aún mantendré la esperanza de que no sea tarde para poder desterrar para siempre de nuestras vidas el odio y el resentimiento, la soberbia y la rabia que nuestros ambiciosos próceres han sabido inculcarnos en su exclusivo beneficio. La impotencia de muchos que genera la imposición de pocos no es buena semilla de futuro. Dice la Iglesia cristiana, que tras la muerte se renace. Que en ello debemos basar nuestras esperanzas. Yo no espero menos de la Iglesia catalana.

Autor: Perry
Publicado el 17 de junio de 2006

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