Federico Jiménez Losantos en la tertulia de cada mañana. Eran los tiempos de la COPE. |
Hay varias formas de afrontar la situación política que estamos viviendo en España. Dichas formas, como los mandamientos, se encierran en dos: 1. Aquí no pasa nada y todo son exageraciones de la derecha, que no ha sabido perder el poder. 2. La deriva del gobierno Zapatero nos lleva al quebranto gradual de libertades, si no a algo peor. Si tuviese que posicionarme en uno de los dos bandos y careciese de matizaciones no tendría ninguna duda para hacerlo en el segundo. Es más, creo que nadie que me conozca me ubicará hoy en una posición distinta a la 2, porque lo mío viene a resultas de haber probado cómo se vive en la zona 1, concretamente hasta la época en que decidí abandonar la militancia en la izquierda, allá por los años del felipismo tardío, etapa nauseabunda de un socialismo al que se le siguió apoyando otra legislatura más y después perdió por los pelos.
Pero el tema de fondo, no obstante, no es dónde se sitúa cada uno, sino cómo lo hace, con qué convicciones y cuál es su aportación a la causa que defiende. No tengo reparos en afirmar que se está viviendo el peor momento democrático desde la Transición para acá, 23-F incluido, porque el tejerazo estaba condenado al fracaso desde su inicio mientras que a esto de ahora no se le ve el fin. La existencia de dos importantes comunidades autónomas (Cataluña y País Vasco) donde la plenitud democrática aún no ha llegado y la poca libertad que existe se deteriora por momentos, más el goteo incesante de arbitrariedades y malos modos usados por el Gobierno para imponernos su voluntad antojadiza y sectaria, junto a una trayectoria que presagia la desembocadura en un régimen populista que apenas rozará la democracia para que Europa no nos expulse, hacen que algunos sintamos una desazón creciente y nos situemos en la más absoluta de las impotencias. Nada puede remediar cuanto sucede si la ética excesiva, envuelta en ingenuidad, aconseja que nos limitemos a confiar en unos votantes perfectamente desinformados por los avasalladores medios que se mueven en la órbita del poder y de sus intereses. Baste el simple ejemplo de las cadenas de televisión que emiten a escala nacional: De seis, cinco y media son izquierdistas y la otra media se dedica a dar noticias de sucesos. Y aún más, la mayoría de ellas se muestran izquierdófilas en grado recalcitrante, a menudo con esa alevosía hacia la derecha que sólo es posible observarla en los fulleros o “artistas” del colectivismo más radical.
Frente a un dominio tan absoluto de la prensa de izquierda y el nacionalismo, la derecha tradicional cuenta esencialmente para su defensa, y no siempre, con una cadena de radio (COPE), un diario de papel que ejerce a intervalos la función (El Mundo) y otro en Internet al que tratan de desprestigiar a toda costa (Libertad Digital). El común denominador de estos tres medios tiene un nombre: Federico Jiménez Losantos, que de un modo u otro participa en ellos. ¿Cuál es el valor que le concedo yo a FJL? Exactamente el que creo que tiene: Mucho. Ojo, he dicho mucho, no todo. Ahora bien, planteemos la situación desde un punto de vista estrictamente práctico. Si esto fuese una guerra de mediados del siglo pasado, digamos que la izquierda contaría con innumerables divisiones “Panzer” y cuantiosa artillería pesada. La derecha, aparte de su razón timorata, no dispondría sino de unos cuantos honderos destinados a la labor de arrojar pedradas al buen tuntún. La “guerra”, como puede verse, está demasiado desequilibrada y la población civil, entiéndase los votantes, muestra una tendencia clara a secundar al poder o bien a considerar que es mejor respetar el toque de queda (democrático) y no meterse en camisas de once varas, de ahí que exista una cierta propensión al uso del lenguaje explosivo por parte de FJL, uno de los abanderados de la “resistencia” ante la opresión creciente. Otros “maquis”, como ciertos periodistas de Intereconomía —véase el caso de Enrique de Diego—, se suman a ese estilo por considerarlo eficaz y estimulante para los adormecidos, que es de lo que se trata, de eficacia bien argumentada en la que al pan se le denomina pan... “Zapatero, ¡ríndete, te tenemos rodeado!”, es una de las frases habituales del programa “El país de las maravillas”.
Lo que ocurre es que incluso en el bando de los buenos siempre hay alguien a quien su bendita ética no deja de nublarle la razón y prefiere anteponer la crítica al supuesto fallo secundario, de tipo venial, que a la defensa de la mayor de las causas: la permanencia de la patria española y la conservación de la democracia, muy deteriorada a partir del 11-M. Da la sensación de que esos oficiales de estado mayor, de gran bagaje cultural y de moralidad a prueba de bombas, no sean capaces de contemplar la totalidad del campo de batalla y se recreen en la conquista de una simple cota, por lo que se muestran propensos a revisar a fondo cada piedra que se le arroje al enemigo, no sea que alguna de ellas no esté lo suficientemente redondeada, posea alguna arista y en lugar de un chichón acabe por producirle una brecha sangrante. Es lo que podríamos denominar el estilo del “puñao” de paja, que es la forma como se defienden los extremadamente melindrosos, arrojándoles paja a sus enemigos mientras les piden disculpas por ello. Error, grave error si se considera lo muchísimo que hay en juego, nada menos que la libertad individual y la continuidad de una nación multicentenaria. Piénsese que ese maldito enemigo al que tanto se respeta, que no duda en avanzar con la bayoneta calada, hace al menos cuatro años que dio la voz de “no hagamos prisioneros”, frase alegórica que podría escenificarse con verdadero realismo ante las sedes del PP y en los mítines pre-estatuto en Cataluña. De donde se deduce, o al menos yo lo deduzco así, que las reacciones deben ser proporcionadas a la intensidad del ataque que uno sufre y que establecer polémicas en las propias filas acerca de si Federico se pasó o dejó de pasarse con un quintacolumnista es, a mi juicio, uno de esos errores estúpidos, de libro, que socavan la moral en la propia retaguardia, mientras en el lado oscuro los orcos siguen rearmándose y tomando nuevas posiciones.
El principio táctico por el que juraría que Federico se rige y por el que a la par se le ataca a degüello, a veces incluso en ambos bandos, es el que usaría cualquier general en jefe que poseyera una perspectiva global de la contienda y quisiera ganarla para ofrecérsela a la diosa Libertad; repito, ganarla, no empatarla ni sufrir una brillante derrota apoyándose en que nos encontramos en una lucha entre caballeros. Nada de “puñaos” de paja a los liberticidas que acosan sin desmayo. Nada de contemplaciones tan seudo-éticas como poco eficaces contra los que se valen del insulto continuado, la demagogia, el abuso de poder, la prevaricación o la falsedad. Si hay que llamarle farsante a quien promete ese todo que al final se queda en nada, llámesele a voz en grito y cuantas veces haga falta. Porque si el individuo al que va destinado el epíteto apenas mueve un músculo al oír lo que se le ha dicho, dado su alto grado de desfachatez e instinto taimado, al menos algunos de esos dos millones de oyentes que las malas lenguas aseguran que sintonizan “La Mañana” de la COPE pueden llegar a pensar que alguien les defiende del totalitarismo rampante y la más que probable rendición interesada, muy interesada, de la patria española ante unos asesinos o unos cismáticos encubiertos.
El pueblo acostumbra a seguir a sus líderes naturales, ha sido así desde que el mundo es mundo y Federico, por suerte o desgracia para él, es uno de esos líderes. Deberíamos tener la suficiente humildad para reconocer las virtudes ajenas, especialmente cuando se ponen al servicio del mejor de los objetivos: la libertad. Dar a entender que los oyentes de los programas de la COPE o los lectores de LD, entre los que me cuento, carecen —carecemos— del criterio suficiente como para no saber distinguir lo blanco de lo negro -cuando algunos de nosotros hemos pasado ya por lo blanco, lo negro y lo gris-, es una de esas afirmaciones en las que se adivina demasiada soberbia, defecto que, de ser cierto en lugar de aparente, arrasaría con la ética de la que algunos presumen. Los grandes objetivos, las causas nobles y elevadas —ninguna como la defensa de la libertad—, desafortunadamente aún requieren del uso de palabras gruesas y comportamientos que no son totalmente de nuestro agrado, pero que se hacen necesarios en tiempos de tibieza democrática, justicia muy mediatizada y un Gobierno cada vez más abusivo. A quien no lo entienda así quizá tampoco le importe demasiado que la naturaleza se altere aún más a favor de los radicales y que la consecuencia de todo ello sea dejar el futuro de nuestros hijos en manos de gente sin escrúpulos. Uno de los presidentes de la I República, el catalán Pi i Margall, llegó a afirmar: No condeno en absoluto la guerra. La considero sagrada contra todo género de opresores”. Tomen nota los tibios, los santificadores de la ética y los que aún desconocen de qué lado sopla el viento. Es decir, de qué cuadrante nos llega la opresión. No vaya a ser que alguno aún se gire para intentar descubrir quién le ha apedreado la frente.
Publicado el 20 de junio de 2006
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