A la izquierda y al nacionalismo que tenemos en España, cuyos componentes más significados demuestran a diario su filiación poco democrática, no se les puede hablar de los muchos errores que cometen ni pedirles cuentas de sus abusos o proyectos liberticidas, tan numerosos y denunciables. De inmediato te responden que pretendes crispar a los ciudadanos, es decir, ponerles nerviosos para que no perciban la extraordinaria bondad de esa maravillosa izquierda o de ese nacionalismo estupendo, muy necesarios ambos, mejor que mejor si van revueltos como en Cataluña, con vistas a la creación de una sociedad avanzada y más justa; sólo para ellos, por supuesto.
Si les comentas sus desaciertos, corres el riesgo de encontrarte con una apostilla como la que Ruth Porta, secretaria de Política Institucional del PSOE de Madrid, realizó sobre Eduardo Zaplana, de quien llegó a afirmar lo siguiente: “Tiene una ideología de extrema derecha con un estilo profundamente franquista”. A lo que José Blanco, el cerebro del PSOE, añadió algo similar a esto: Zaplana debe pedir perdón para lavar su imagen. Y todo ello a cuento de una metáfora parlamentaria, en mi opinión muy acertada, en la que se invitaba a la Vogue a dejar el disfraz de africana redentora y vestirse de vicepresidenta del Ejecutivo. O sea, Zaplana le sugería que gobernase en lugar de dedicarse a las frivolidades.
La sinceridad es más propia de las personas en los momentos de ira, una ira que acomete con demasiada frecuencia a esa izquierda y a ese nacionalismo, paletos ambos, corruptos ambos dos, y con tendencia antidemocrática en la mayoría de sus miembros directivos. Unos directivos que no soportan la crítica por más fundada que sea y que acaban encendidos de rabia ante la simple posibilidad de que se les acabe el chollo, lo que les impulsa, en un acto de sinceridad infantil, al insulto barriobajero y a reprocharle al denunciante, como hemos visto, condiciones dictatoriales de signo opuesto a las que ellos claramente manifiestan y practican.
Cuando uno se enfada suele ser como un niño: caprichoso además de espontáneo. De ahí la supuesta espontaneidad con la que actuó ese grupo de diputadas socialistas que, acompañadas de Montilla —valga decir el corrupto y energúmeno Montilla—, abandonaron el hemiciclo como consecuencia de las palabras de Zaplana. El pueril “ahora no juego” que las becarias de cuota del PSOE escenificaron en el Parlamento, cuyo sentido democrático aún está por descubrirse, quedó interrumpido justo en el momento en el que la Vogue respondió con toda una ristra de insultos al portavoz popular: “ignorante, maledicente y machista”. Insultos que las zafias socialistas aplaudieron a rabiar, puesto que el insulto, como se sabe, no sólo es válido sino recomendable cuando proviene de la izquierda.
Bien, pues ya va siendo hora de reivindicar la crispación en los dos bandos y llamarle a cada cual lo que se merece, sobre todo si sirve para destapar cuanta miseria política encierran algunos dirigentes en el poder. Se trata de airear la forma tan despreciable que utilizan para gastarse nuestros cuartos. Y la Vogue, en su gira africana, derrochó un pastón que hubiera ido muy bien de haberse destinado a otros asuntos más serios. He aquí otro ejemplo de derroche a costa del erario público: El gran José García Domínguez, al que se puede perdonar su venilla sociata, ofrece hoy en Libertad Digital un artículo plagado de datos que denuncian la corrupción del Tripartito catalán, coalición de gobierno, no lo olvidemos, de donde a su vez surgió una denuncia hacia CiU que le acusaba de haber gobernado a porcentaje, concretamente “al 3% para empezar a hablar”.
¿La imputación de García Domínguez al “Govern català” representa algún tipo de crispación para la ciudadanía? Probablemente sí, si quien lea la columna llega a la conclusión de que nos encontramos ante una auténtica banda de sinvergüenzas que no merece ser refrendada en las siguientes elecciones. De modo que la crispación, cuando se despierta argumentadamente en el votante, no deja de ser un estado de ánimo de lo más recomendable. Que es justo lo contrario a ese “Oasis” que los políticos catalanes quieren vendernos y del que cada día hay más certidumbre acerca de su falsedad. Naturalmente, cualquiera que denuncie tanta inmundicia pasará de inmediato a ser un franquista, como aseguró Ruth Porta de Zaplana, o un anticatalán que practica el auto odio, como suele decirse de quien no le haga el juego a la mafia política que detenta (detenta, por si hubiese dudas) el poder en esa región de España.
Publicado el 17 de marzo de 2006
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