Este término anglosajón describe el proceso de acomodación de un planeta o territorio, modificando su estructura mediante la aplicación de diversas técnicas de ingeniería para acondicionar su atmósfera, temperatura o ecología, haciéndolo así más habitable para el hombre. Sin embargo, en la era actual es una idea más bien perteneciente a la ciencia ficción, salvo por su propia existencia como concepto, al caer de lleno su discusión práctica en el ámbito teórico y especulativo. Aunque bien mirado no lo es tanto. De hecho, ya venimos aplicando sus fundamentos a varios niveles desde que el hombre está sobre la Tierra, extendiendo su significado literal de dar forma a la tierra (que no formación) a la geografía, biología, geología o cualquier otra “logía” que queramos enumerar.
Como “propietarios naturales” de los recursos, no hemos dejado de intentar dominar la propia Naturaleza en nuestro beneficio. ¿Para qué está si no? Alterar nuestro entorno de forma deliberada para cambiarlo a nuestro gusto o conveniencia, puede reportar grandes ventajas para los colonos del nuevo mundo, aunque a veces, tal como la historia nos muestra, es necesario realizar antes un estudio biológico anterior a nuestra llegada para determinar que organismos son útiles para etapas posteriores, y cuales pueden y deben ser desechados o exterminados. A nadie en su sano juicio se le ocurriría compartir su espacio vital con legiones de insectos, bacterias u otros especímenes inferiores que no aporten calidad de vida significativa para nuestro propósito. En otras ocasiones nos parecerá conveniente su explotación diseñando granjas y recintos especiales para su reproducción controlada, disfrutando así de de los productos que puedan ofrecernos para nuestro sustento y comodidad.
Tal es nuestra afición por el terraforming, derivada sin duda de nuestro atávico afán de conquista imperial, que consideramos, una vez cubiertas las necesidades básicas, que las modificaciones y proyectos a implementar no pueden circunscribirse únicamente al espacio que tenemos a nuestro alcance, si no que es nuestra misión su ampliación y difusión al espacio ajeno. El principio de este proceso de dar forma a la tierra empieza cuando, afincados y satisfechos por los logros conseguidos, reparamos en la excepcionalidad y riqueza de nuestra obra comparando esta con regiones menos afortunadas o aún por civilizar, por no contar con nuestro impulso constructor y empezamos a calificar con grandilocuentes términos nuestras posesiones para diferenciarlas de aquellas pertenecientes a culturas inferiores.
Nacen así adjetivos en nuestra cartografía local tales como el “Oasis” o la “Muntanya màgica”, accidente geográfico este, del que conviene tener más de uno. La satisfacción ombliguil por nuestra capacidad terraformista no sería nada, si ese esfuerzo de acondicionamiento y recalificación de nuestros terrenos y dominios no viniera acompañada por una leyenda y mitología adecuada que, trasmitida de padres a hijos, sea capaz de regenerar, mantener y contagiar el orgullo natural de sentirse únicos y superiores, exhibiendo nuestra soberbia sin límites por nuestro buen hacer en la transformación de eriales en paraísos. La misma clase de soberbia que mostraban aquellas cuatro tablas mal clavadas en el mirador del hotelito de montaña, que sobre una magnífica y bellísima vista panorámica de las cordilleras nevadas, disponía un letrero que rezaba: “Cortesía del Hotel Las Cumbres” y donde una mano anónima había añadido con tiza por debajo: “Ayudado un poco por la mano de Dios”.
Un término conceptual, por sí sólo no globaliza. Es la globalización de un término el que conceptualiza. Como novelaría Asimov: “Agotados los recursos en nuestro planeta, la colonia desplazada a Marte con la esperanza de prolongar la supervivencia de la especie humana, acabará por renegar del “egoísmo” de los terrícolas que pretenden ahora beneficiarse, tras muchos años de esfuerzo terraformista de arduo y “solitario” trabajo, viéndose forzados a fundar consecuentemente la nueva nación marciana desde la cual podrán facturar suministros y aceptar inmigrantes en la medida que acaten las reglas, etiqueta y lenguaje impuestas por los pioneros espaciales. De hecho, su margen de generosidad ha llegado a su fin. La Tierra debe mucho a Marte, y si hay que reconstruir La Tierra, será preciso hacerlo desde Marte”.
El terraforming mental es la penúltima fase del proceso. Sufrido por la sociedad catalana durante lustros ha conformado una especial manera de sentir “su” realidad hasta el punto de creer que las tormentas, si son catalanas, dejan más limpio el aire que otras, como relataba Luis Carandell en su Celtiberia Show, o que nadie accidentalmente no oriundo de sutriomfant, está en disposición de comprender sus sacrificios ante los intentos de expolio y dominación de voluntades invasoras procedentes del desierto material y moral que les es ajeno por estirpe y que tratan de adueñarse de todos sus logros. Aquellos que sólo a ellos pertenecen. Adelantados como ninguno, pondrán en práctica mediante terraforming genético, la implantación de su idioma en la molécula del ADN de sus nuevas generaciones, para que sea posible determinar sin lugar a dudas a quien corresponde el descubrimiento del nuevo mundo.
Arcadia
Autor: Perry
Publicado el 1 de febrero de 2006
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