No es fácil que en España se encuentre una solución democrática al problema del separatismo mientras no se consiga que los dos grandes partidos políticos nacionales se adapten a lo que pudiera denominarse “democracia a la europea”. Una democracia, recordémoslo, cuya característica principal es la alternancia entre sendos partidos de corte moderado (y demócrata) que hacen recaer con más o menos intensidad en sus programas la vertiente social o la liberal, es decir, el engorde del Estado o la iniciativa privada. Naturalmente, hay excepciones a lo dicho, como podría ser el caso de Francia, donde si gana la derecha hay mucho Estado y si es la izquierda la que gobierna, el Estado es muchísimo, pero nunca sin bajar de un nivel gigantesco de empresas o servicios públicos y sin que los sindicatos dejen de recordarles a los políticos esas 35 horas semanales que no desisten de imponerles a cualquier precio.
Aquí en España es distinto. En nuestro país no es el tipo de política económica o social lo que ahora se discute. Desde poco antes de las últimas generales, esas que Zapatero jamás soñó en ganar de no mediar un atentado horrendo -o un Supermisil, como él mismo anunció-, sus atolondradas promesas le dieron alas a cuantos ansiaban ahondar en lo diferencial y, de resultas de tanto pájaro volando, esta tierra de María santísima comenzó a transformarse no en el “País de nunca jamás”, como podría deducirse de la historia de España que se enseña en las aulas nacionalistas, sino en el “País del que no corre vuela”, tal y como se ha podido comprobar en el último de los proyectos de estatuto autonómico, el de Galicia, de entre los que han visto la luz hasta el momento.
Los nacionalistas gallegos, como anteriormente los catalanes o los vascos, se lo piden todo, todo y todo. Lo propio y lo que les rodea, pero siempre expandiendo con desquiciado atrevimiento a su nación recién nacida, que es lo primero que les ha dado por denominarse: Nación. El cuarto estatuto, el valenciano, que parecía hecho de otra pasta y se elaboró por consenso PP-PSOE, incluye una cláusula que elevará sus competencias hasta el límite de cualquier otro territorio que consiga más prebendas: Y encima declara el idioma valenciano como el único oficial en la Comunidad, cuando en las grandes poblaciones muy pocos hablan esa lengua y no demasiados ciudadanos en los pueblos.
¿Nos hemos vuelto locos? Cómo es posible, cuando España lleva 27 años de democracia afianzada (en 2005), 20 de ellos como socio de pleno derecho de la Unión Europea, que a estas alturas se le esté dando semejante cuartelillo a una caterva de políticos mafiosos (radicalmente nacionalistas) que pretenden romper la baraja pero antes de hacerlo quedarse con todos los ases. ¿Es que el gobierno socialista no es capaz de ver el mucho bienestar que hay en juego? La respuesta, a mi juicio, viene dada por la trayectoria del PSOE, un partido desleal desde sus orígenes con España, que cuando no ha sido corrupto, como en la era González, ha sido revolucionario y traicionero, como lo fue durante la II República y lo es ahora desde el gobierno. No me extrañaría nada que en el socialismo hubiera una mente enferma, de gran influencia en el presidente Zapatero, capaz de diseñar un plan para hacerse con el poder indefinido a partir del espíritu de esa legalidad republicana que sólo aceptaba el gobierno de las izquierdas y que elaboró una Constitución sectaria a su imagen y semejanza, de ahí las continuas apelaciones a rescatar la memoria histórica republicana.
En ese plan, es evidente que una de las premisas consiste en deteriorar la democracia parcela a parcela. En Vascongadas hace tiempo que no existe la libertad real, luego ya es una parcela arrebatada a cualquier opción de la derecha democrática, el PP, aunque sea inicialmente en beneficio del PNV, partido con el que se intentará pactar a no tardar demasiado. Sucede tres cuartos de lo mismo en Cataluña, con una clase dirigente alejada del sentir económico y social de los ciudadanos y para la que sólo cuenta el nuevo estatuto. Ahora se va a por Galicia, donde la reivindicación permanente del Bloque, como es el lograr denominarse nación y el pretender territorios vecinos serán cuestiones cada vez más radicales que acabarán por degenerar la democracia y convertirla en un nuevo País Vasco. Cuanto haga falta para que el PP no vuelva al poder.
¿Qué vendrá después? ¿Andalucía, Asturias, Castilla-La Mancha?... Cualquier cosa con tal de asentar en esos territorios el gobierno de partidos políticos que impidan a toda costa el acceso de los populares. Sí, lo tengo bastante claro, si Rajoy no consigue ganar en el 2008 y en las autonómicas previas tampoco logra asentarse con fuerza donde ahora gobierna su partido, jamás recuperará el poder en España e irá perdiendo comunidad a comunidad, parcela a parcela, cumpliéndose así, al precio que haya que pagar, el viejo espíritu republicano de que sólo la izquierda está legitimada para gobernar.
Me temo, pues, que esta es la hoja de ruta de un mediocre Zapatero asesorado por Belcebú. Luego el fin de los socialistas no consiste tanto en gobernar, aun cuando no les guía otro norte, como en evitar que el Partido Popular los desaloje del poder. De modo que mientras en España no haya dos grandes partidos moderados y demócratas, algo que hoy en día el PSOE no es (ni lo ha sido nunca), no habrá solución posible. Y esa solución la tiene el pueblo en su mano: Refundando el PSOE o creando otra formación de izquierdas que en su ideología incluya el término lealtad para la nación española.
Publicado el 12 de diciembre de 2005
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