jueves, 8 de febrero de 2018

Pacto del Tinell, primera grieta importante


A poco de la firma del Pacto del Tinell se formó el primer Tripartito de carácter nacionalsocialista. Nótese la presencia de ZP, arrumbado en segunda fila a la izquierda, mientras que los tripartíticos reclaman para sí toda la atención de los medios. De la posición de Zapatero se deduce lo que luego sucedería: quedó convertido en un pelele de Carod, quien no se cansó de amenazar al ya presidente del gobierno de España.

Hay quien asegura que los valores morales se pierden cuando son sepultados por las actitudes doctrinarias. Certificaría que es bien cierto, sobre todo cuando se secundan interesadamente determinadas ideas nacionalistas muy discutibles, destinadas a otorgarles pretendidos derechos a un territorio, y ello se hace en detrimento de los derechos más genuinos que cualquier régimen de libertades acepta como prioritarios: los individuales.


Un principio moral de primera fila, referido al comportamiento ético en la política, viene determinado por la voz democracia. En una democracia real nunca se establece a priori con qué formaciones políticas es lícito pactar y con cuáles no debe hacerse, ya que esencialmente lo que cuenta es la elaboración de leyes justas en beneficio del conjunto de los ciudadanos, por lo que la representación de alguno de los subconjuntos no debería quedar inicialmente al margen salvo que se declarara abiertamente en contra de la Ley o se constatara tal condición a través de los tribunales. Luego el Pacto del Tinell significó la ruptura de la democracia o, como poco, una fuerte enemistad con ella.

El Pacto del Tinell es, con toda probabilidad, el mayor ejemplo de inmoralidad política de cualquier período no autoritario que nuestra nación haya vivido. No sólo se pactó por escrito la imposibilidad de establecer acuerdo alguno con el Partido Popular, lo que representa excluir a casi la mitad de los ciudadanos en la elaboración de leyes fundamentales que nos afectan a todos, sino que dicho pacto ha sido celosamente cumplido durante más de dos años, primero en Cataluña y luego en el resto de España. Las excepciones son mínimas y de ámbito muy local, lo que a su vez refrenda la deshonesta regla puesta en marcha con el propósito de herir la democracia y satisfacer instintos totalitarios.

Los políticos que han seguido acérrimamente el Pacto del Tinell no sólo merecen el reproche de cualquier demócrata, sea liberal o no, sino que deberían figurar en ese cuadro de deshonor, al más puro estilo de un cartel de la mafia colombiana, que el mundo intelectual de la izquierda prefiere ocultarnos para evitar que el pueblo los desaloje del poder. De modo que esos pensadores no dudan en dedicarse, como mejor causa o al menos la más rentable, al reparto de incienso nutricio destinado al gobierno socialista y a convertir al presidente Rodríguez Zapatero en el estadista que nunca será. Véase, si no, esta tribuna del sociólogo Ignacio Sánchez-Cuenca, publicada en El País, uno de cuyos irracionales párrafos afirma: ...Zapatero y su Gobierno actúan con los pies en la tierra, mientras que buena parte del país ha perdido el contacto con la realidad. Curiosamente, la tribuna se titula El Mundo al revés.

Aun a pesar del desaliento que genera el hecho de comprobar que abundantes intelectuales de la izquierda siguen vendidos al dios Euro, el de las mercedes, cuando en realidad, si ejercieran adecuadamente su papel, deberían alejarse a grandes zancadas de un Gobierno tercamente inmoral, un leve soplo de esperanza -quizá pasajero- es posible que acabe por traernos un aire menos enturbiado que España necesita para dejar de apestar a cloaca arbitraria. Me estoy refiriendo al acuerdo logrado, contra natura del Tinell, entre el ministro de Defensa, José Bono, y el jefe de los parlamentarios populares, Eduardo Zaplana. Ambos políticos se han arrejuntado para consensuar nada menos que la Ley de Tropa y Marinería, un colectivo que afecta a más de 80.000 personas cuyo labor primordial viene definida por esa Constitución que algunos quieren pasar a la reserva o degradarla a la más baja condición.

Si hay una bitácora en la que al ministro Bono se le haya situado frente al espejo de la crítica, esta no es otra que Batiburrillo, donde le hemos dedicado más de una veintena de artículos. Aquí, a Bono se le ha recordado que ejerce a menudo de populista, una actitud caracterizada por el menosprecio del ciudadano y el uso de artimañas políticas apareadas con la astucia barriobajera. No se ha dejado de resaltar, asimismo, que la soberbia de Bono se sitúa al ralentí en muy contadas ocasiones, lo que le hace mostrarse como un político dispuesto a casi todo con tal de llegar a lo más alto. Pero precisamente por ello, que ni es poco ni se ha detallado en su totalidad, es de justicia resaltar algún acierto de José Bono de cuyo alcance, estoy convencido, ni él mismo es del todo consciente. 

Mediante su acuerdo con Zaplana, hecho que desmiente la soledad del PP en un tema no menor, juraría que Bono ha pretendido trazar una raya en el suelo y marcarla con fosforito para que los militantes socialistas distingan el campamento base y recuerden que cuando se hayan desprendido de esas máscaras antigás que es preciso usar para secundar a la pandilla liderada por Zapatero-Carod, él, el minijtro o lo que entonces sea, no dejará de actuar como los señaleros de los aeropuertos para acogerlos en su seno y aparcarlos debidamente en zona no totalitaria. ¿Zona demagógica? Cierto. ¿Área de embarque populista? Sin duda alguna. Pero en cualquier caso distante a esa otra parcela tiránica donde la atmósfera es irrespirable y la máscara es imprescindible.

No sé si el populismo y la demagogia se curan al alcanzarse la cima del poder o bien ésas prácticas políticas deben redoblarse para mantenerse en lo más alto. Me inclino por lo segundo aun cuando incluso en el populismo hay grados diversos y todavía desconozco qué escala debe aplicársele a Bono. Lo cierto es que puestos a elegir entre un demagogo capaz de alcanzar consensos importantes en cuestiones de Estado y un amoral cuyos compromisos se establecen siempre con los antidemócratas, simplemente no hay color. De ahí que tienda a considerar como la buena noticia del día, por cuanto representa la primera grieta profunda en el Pacto del Tinell, el hecho de ver estampadas en una misma hoja las firmas de Bono y Zaplana.  

Publicado el 15 de diciembre de 2005

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