En el fútil intento que hacemos los hombres por encontrar algún sentido a la vida, suelen hallarse muchas pistas pero pocas explicaciones. Eso en sí mismo tiene ya sentido, pues nadie que no se moleste merece conocer tal secreto. Recuerdo un fragmento de una versión del Lobo de mar de Jack London, donde a la luz de la luna en plena altamar, el despótico capitán Wolf Larsen filosofa con el petimetre aristócrata enrolado a la fuerza como grumete tras salvarlo de un naufragio, y le recrimina sobre su holganza de caballero sostenido sin dar golpe gracias a la fortuna heredada de su padre. El caballero le pide a Larsen que le trate como merece su alcurnia ilustrada y le libre de tener que trabajar como grumete para ganarse el sustento. Por el contrario, le pide que ponga precio para conducirle al puerto más cercano y acabar así con su desdicha.
“Una vida sin esfuerzo, como la tuya, es inútil, y yo no puedo perder el tiempo. No es un hombre aquél que se sostiene en las piernas de otro hombre, -le dice- pues aunque la vida en sí misma no parezca tener sentido, tu vida individual es lo único que tienes y por ello debería tener un extraordinario valor para ti. ¿Y qué haces tú con tu vida? Lloriquear por recuperar tus privilegios, malgastando y despreciando la oportunidad de poder llamarte hombre”.
Contrapongo en mi mente esa clave del esfuerzo continuo en la vida propuesto por Lobo Larsen para la evolución del hombre, con la idea budista del encuentro con ese Yo superior instalado en el Nirvana. Según la doctrina es preciso ser consciente de cuatro verdades inmutables que condicionan la vida del hombre.
• La Verdad del Sufrimiento
• La Verdad de la Causa del Sufrimiento
• La Verdad de la Cesación del Sufrimiento
• La Verdad del Camino de la Cesación del Sufrimiento
Remito al lector interesado en mayor nivel de detalle sobre el tema, a la lectura propuesta en el enlace anterior (enlace roto y cambiado). El resumen es que el sufrimiento forma parte de la vida y acabar con él debe formar parte de nuestros objetivos. El sufrimiento tiene muchas caras, pero el nexo común a todo sufrimiento es nuestra identificación con sus causas. Según el budismo, los apegos. Es decir, aquello que creemos nos pertenece y que no queremos perder. Ante tal perspectiva, sufrimos. Eso impide nuestra liberación. Nuestra mente convencional crea el sufrimiento. Es precisa otra perspectiva para que la observación objetiva de la realidad, desde otro estado mental, permita comprobar cuánto de ese sufrimiento tiene bases reales y cuales son producto de nuestra identificación o apego.
Librarse del sufrimiento es la única forma de poder ayudar a otros a hacerlo. La receta de Lobo Larsen parece producir más sufrimiento en su interlocutor, pero en el fondo sólo hace que enfrentarle con sus propios deseos, apegos e identificaciones mediante una terapia de choque que provoque una observación interna desde una posición objetiva de la realidad de su nuevo e inesperado entorno. No de la realidad imaginada, soñada o añorada. Y la realidad es que no somos capaces de enfrentarnos a otra vida distinta de la que acostumbramos. No sabemos ganar nuestro sustento cuando nos falla la renta de la que disfrutamos. Eso genera miedo, y ese miedo, sufrimiento.
Para redondear el problema, debemos conocer y reconocer que hay múltiples interesados en que el sufrimiento no cese, pues conscientemente generan las condiciones para que no podamos detenernos ni un instante en una correcta evaluación de los hechos. Los causadores de sufrimientos ajenos enfrentan su propio miedo por la vía de trasladarlo a los demás. Ese proceso se convierte entonces en tortura premeditada, transmutando nuestro miedo en terror, poniendo cara al espanto y empequeñeciendo de impotencia hasta la última fibra de nuestro ser. La dependencia. La esclavitud. El horror.
Es comprensible que no queramos permitir que nuestra mente repare en esa realidad por más tiempo del necesario. Nuestra forma de evitar el sufrimiento es apartar los ojos. Buscar justificaciones. Confesarse maniatado e inútil como coartada a nuestra inacción. Olvidar cuanto antes y continuar con nuestra vida. Fortificar nuestra insensibilidad. Ocultar nuestro pavor. Tal vez, derramar alguna lágrima redentora de nuestras propias culpas. Sufrir y consolidar nuestros sufrimientos. Pero, ¿lloramos por los sufrimientos ajenos o por los propios? Quien justifica a los torturadores que imponen sus miedos a los demás, tratando de reconvertir la monstruosa realidad en razones para nuestra propia esperanza de liberación, son colaboradores a su vez de causas de sufrimiento ajeno sin fin y de promoción de esclavitud eterna. Identifiquemos a estos impostores de lo verdadero. El miedo y el sufrimiento no desaparecerán de nuestra vida mediante la cesión cobarde, si no por el esfuerzo valiente, consciente y sacrificado aún a costa de la pérdida de nuestros sueños. Nada perdemos con ello. Los sueños no son la realidad. No tengamos miedo. Luchemos contra la ficción, el engaño y el terror si algún día queremos podernos llamar hombres.
Autor: Perry
Publicado el 21 de enero de 2006
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