domingo, 25 de febrero de 2018

La izquierda y la falsedad, todo un caldo bien mezclado y agitado

Constantino Méndez Martínez, Delegado del Gobierno en Madrid cuando la manifestación multitudinaria en contra del terrorismo. Fue tal la cantidad de patrañas que este sujeto soltó, que llegó a ser reprobado por la Asamble de Madrid. Naturalmente, como gratitud a los servicios prestados, el Gobierno de ZP le acabó ascendiendo y fue nombrado Secretario de Estado de Defensa. 

¿Ha hecho la izquierda algo bueno, alguna vez, en alguna parte? Pues si es así, que me lo cuenten, porque al respecto declaro mi más rotundo desconocimiento. Las gentes que se dicen de izquierdas, o sea, comunistas, socialistas, anarcosindicalistas, populistas y otros istas, quizá deberían ilustrarnos mediante ejemplos comprensibles -para los poco formados en izquierdismo-, por qué se declaran de tal modo y además presumen de ello. Es como si uno se vanagloriara de haber sido contagiado con el tifus o con cualquier otra pandemia peligrosa, algo inaudito y desternillante si no fuese por el mal que ocasionan a la sociedad. La izquierda y el tifus, naturalmente.


Antes ya he reconocido mi desconocimiento, ahora confieso la torpeza que me impide entender qué hay de sólido —es decir, de provechoso para el bien común— detrás de tanta consigna como usan. Porque lo cierto es que si no hubiese nada positivo al otro lado de esas frases rebuscadas y grandilocuentes, las consignas sólo tendrían un objetivo inmoral: El engaño del incauto. Luego la izquierda sigue al pie de la letra el consejo del clásico: “A una colectividad se le engaña siempre mejor que a un hombre”. Y en ello están al ritmo que haga falta con tal de acceder al poder o mantenerse.

A la izquierda en general, salvados sean algunos casos muy concretos, la caracterizan su desahogo más descarado y su grosería. Mienten a sabiendas de que muchos lo descubriremos enseguida, sin que les importe demasiado tal circunstancia puesto que cuentan con ello. Entonces, ¿por qué mienten? Pues muy sencillo, la razón que les guía es siempre la misma: Hay unos cuantos miles que cree sus falsedades, y por lo tanto a ellos van dirigidas, o bien se alegran de que se pronuncien esas indecencias. Veamos un ejemplo:

El Delegado del Gobierno en la comunidad de Madrid, un cargo político que Zapatero debería haber escogido tras valorar la repercusión que produce cualquier acto reivindicativo o encuentro político en la capital —lo que hubiese aconsejado la designación de una persona juiciosa—, no ha tenido empacho alguno en mentirnos a todos y en informar que a la manifestación del sábado acudieron 110.000 personas, una cifra a la que probablemente habría que añadirle un cero detrás, y quizá algo más, de querer reflejar el número aproximado de manifestantes.

Está claro que el tal Delegado, reincidente en sus embustes verduleros, representa a ese PSOE que ejerce arbitrariamente el poder. Está aún más claro que el PSOE gobierna, casi seguro, dándole palmaditas en la espalada a gente de tan baja ética. Para la izquierda desastrosa, el tal Delegado cumple a la perfección el papel de asalariado en un gobierno fullero, como lo demuestra el hecho de su reincidencia sin que se le haya destituido. A más mentiras, más se le reafirma en el cargo. A más falsedades, mayores honores para el esbirro. ¡Qué vergüenza de Delegado y qué vergüenza de izquierda!

Publicado el 27 de febrero de 2006

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