A raíz de la visita girada a España por el dictador comunista Hu Jintao, tanto en Areopagítica, de liberalismo.org, como en Batiburrillo hemos cuestionado la conveniencia del mantenimiento a calzón quitado -perdonen la expresión- de relaciones diplomáticas, políticas y económicas con China. Aquí surgen varias cuestiones. Desde el punto de vista estrictamente democrático, creemos honestamente que estas relaciones han de ser, cuando menos, replanteadas. Ahora bien, la teoría económica nada dice sobre el intercambio económico con dictaduras del tipo que fueren. La economía sólo versa sobre las cuestiones de mercado y los operadores que circulan en el mismo, sin tener en cuenta si los países exportador e importador son socialistas, liberales, socialdemócratas o conservadores. Desde luego, en los manuales de macroeconomía poco o nada se habla de ello.
Sabido es que el liberalismo económico aboga por el librecambismo; cuantas menos trabas comerciales, más libertad económica; cuanta más libertad económica, más desarrollo. Hasta aquí, todo perfecto. Ahora bien, una cosa es la teoría y otra la práctica. Recuerdo haber leído hace tiempo algunos artículos sobre el patético cierre de la embajada de la China nacionalista en Madrid. Eran los años del llamado tardofranquismo. Los ministros más abiertos del régimen, los lópeces y demás, lo tenían claro: arrimémonos a la China comunista, que es un “pelín” más interesante desde el punto de vista económico que la China nacionalista. Ante el cierre de la embajada, hubo un acto de homenaje a la China anticomunista en el que varios miles de personas (chinos nacionalistas residentes en España y diversa gente del búnker) se quejaban públicamente de la apertura franquista a la China comunista.
La pregunta surge: ¿Cuál es el límite del intercambio comercial?, ¿dónde nos detenemos y decimos “hasta aquí podemos comerciar”? En el siglo XVII, por ejemplo, no había democracias en el mundo y se comerciaba al margen de los sistemas políticos de cada país: teocracias, imperios, repúblicas, monarquías absolutas… Pero a nuestro parecer, sucede que vivimos en el siglo XXI. Quiere decir que estamos obligados a ser mucho más exigentes desde el punto de vista democrático y liberal. Por lo tanto, no es lo mismo comerciar con el Imperio Otomano en el año 1825 que con China en el año 2005. Se dirá que los empresarios y consumidores españoles salen muy beneficiados de los intercambios económicos con China. Lo cual es cierto. También hubieran salido muy beneficiados los ingleses en 1942 si el Gobierno británico hubiera aceptado la importación de productos alemanes y no lo hicieron; y saldrían actualmente beneficiados los estadounidenses de la importación de productos cubanos. En cualquier caso, seguimos pensando que si las exigencias democráticas no son las mismas hoy que ayer, tampoco podemos aprobar intercambios comerciales que ayer eran vistos como normales, cuando nos demuestran que nuestro listón democrático-liberal es bastante pobre.
Una cosa es cierta, la economía, se diga lo que se diga, no lo es todo en la vida. Está contextualizada, es un medio y no un fin. Por lo tanto, creemos que las democracias liberales, los regímenes políticamente avanzados del siglo XXI, tendrán que calibrar hasta dónde se puede llegar en el intercambio comercial con dictaduras tan férreas como la China. Porque, si lo pensamos bien, estamos ante una manera de justificar el régimen de China. No podemos estar pidiendo a China que desista de violar los derechos humanos, a la par que se potencia económicamente el régimen que atenta contra la libertad de los habitantes de aquel país. Diríamos que entraría en contradicción el liberalismo económico con el liberalismo político. Y para nosotros, de momento, priman más los principios políticos que las ventajas económicas. Ya lo sentimos.
Autor: Smith
Publicado el 14 de noviembre de 2005
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