miércoles, 7 de febrero de 2018

En la Constitución no hay nada que celebrar (2ª Parte)


Cuando llevamos generación y media de democracia en España y el bienestar del conjunto de nuestra sociedad se ha centuplicado en lo económico, acercándonos a esa Europa próspera que años atrás fue la envidia de nuestros padres o abuelos, al mismo tiempo ha ido surgiendo en la calle el espíritu de las dos Españas: la España molesta con la propia España, que nada le gusta de ella misma ni siente que haya heredado bien alguno o tradición que valga la pena conservar y, al otro lado de la verja política, la España púdica y retraída en exceso, dispuesta con frecuencia a ofrecer disculpas por el mero hecho de existir. Sí, son dos Españas situadas en planos paralelos, imposibles por tanto de reconciliar, cuyos objetivos parecen definidos por las actitudes que se advierten en sus políticos más conocidos y que obran de tal modo como consecuencia de la primacía que el nacionalismo periférico ha logrado imponer en nuestra patria.


De un lado tenemos a Mariano Rajoy, de quien podría afirmarse sin incurrir en una exageración que le gusta el “toreo” de paraninfo, a poder ser con público selecto y suerte reglamentada. Desde que don Mariano es el jefe de la Oposición, varias han sido las lecciones magistrales de sensatez política que nos ha ofrecido, si bien impartidas casi todas ellas en el Parlamento, a pie de escaño, sin que el aire de la calle esparza unas ideas que suele plantear con abundante sentido común. Si uno entra en la Web del Partido Popular, podrá advertir que en el apartado “Entrevistas” de la sección dePrensa apenas hay presencia del señor Rajoy ante los incontables medios informativos que a buen seguro la requieren; todo lo contrario, es preciso remontarse al 2 de noviembre de 2005 para encontrar una escuálida entrevista en la COPE, de esas cuyo conocido y lúcido entrevistador eterniza las preguntas y las convierte en discursos.

De modo que podría decirse que el principal representante de la España conservadora, o si se quiere liberal-conservadora, no acaba de presentarse formalmente en sociedad y es, a lo que parece, proclive a la trastienda política, llámese “maitines” junto a unos cuantos de sus elegidos, dígase conferencia en la sede central de una organización empresarial catalana. Pero siempre huyendo de las multitudes. Y hasta tal punto es así la vocación seudo eremítica que se detecta en él, que muchos nos hemos asombrado —acaso Rajoy en primer lugar— que a la chita callando el Partido Popular haya logrado reunir a 200.000 personas para un acto tan significativo como declarar viva a nuestra Constitución. De donde se deduce que algunos ciudadanos hubiesen asistido a esa concentración incluso convocados por el propio Belcebú vestido de rojo chillón. Aseguraría, por lo tanto, que de habérselo propuesto en serio el jefe de los populares, y aquí bien pocas dudas caben, podría haberle sumado algún cero a la cifra de asistentes a la Puerta del Sol, que fue una concentración estática tibiamente eficaz e incapaz de impresionar a los liberticidas.

Al otro lado se observa al representante de la España insatisfecha y antojadiza, José Luis Rodríguez Zapatero, de quien no costaría mucho aseverar que es un hombre dispuesto siempre a mejorar a los demás pero nunca a sí mismo, ya que la perfección es a todas luces insuperable. Pero si nos fijamos bien, lo suyo es la pura decisión de no hacer nada que otro pueda hacer por él. Dicen que escucha, dialoga, promete y... luego no cumple. Ello es así, porque necesita subvencionar a los de su cuerda, que son esa gente dispuesta a todo trance a llevarse el gato al agua, sea una Ley de Educación reformada muy a la baja y que incluya “espíritu ciudadano” al izquierdoso modo, sea un Plan Hidrológico anulado a instancia de parte contratante en el Pacto del Tinell, sea una cadena de televisión asignada al rebufo de la propia ideología política, sean unas partidas presupuestarias que se destinan a la región donde mejor y más de cara sopla el viento.

Pero claro, no son el señor Zapatero ni su partido los que crispan mediante decisiones políticas que sólo favorecen a la mitad de esa España fragmentada que la Constitución no ha logrado evitar que se formase, no, son los populares que no aceptan permanecer en la oposición y ansían a toda costa el poder, por lo que no reparan en medios y en apropiarse, precisamente, de la defensa de los valores constitucionales. Don José Luis tiene a gala sentirse rojo en un mundo democrático que ha relegado a la condición de residuo a ese color político (véase la fuerza del social-comunismo en Europa). Pero no sólo eso, nuestro Presidente desea rescatar una historia no demasiado lejana en la que los buenos fueron masacrados por los malvados y sin causa alguna que justificase tal horror. Así, pues, nos hallamos hoy ante la peor de las encrucijadas posibles: La vuelta a las rivalidades sin tregua y sin contemplaciones. Es decir, la provocación del poder hacia una parte muy importante del pueblo que, como entonces, no se resigna a...

¿Debemos creer que la culpa de todo ello es de las formaciones políticas españolas, que como la propia España no tienen arreglo? Añadiré un ¡No! rotundo, puesto que en mi opinión no es así. Buena parte de lo que está sucediendo hay que anotarlo en el dudoso haber de la Constitución, diseñada erróneamente para evitar las mayorías políticas al no existir la segunda vuelta y, como consecuencia de ello, incidiendo en la necesidad del pacto con partidos de corte mafioso en lo político e inmoral en lo ideológico. Claro que aún es posible definirlo en otros términos y donde indico "mafioso" léase nacionalista, o separatista, o cismático, o farsantes inventores de una historia que jamás sucedió y que muchos de ellos creen real porque se la inyectan a los niños en los colegios. 

Diríase que el señor Rajoy es de los que piensan que la mejor manera de ganar una pelea es evitarla, y muy bien que hará en la mayoría de las circunstancias de su vida, pero el rival al que se enfrenta no sólo cuenta con todos los resortes del Estado, sino que se comporta como un auténtico pendenciero que está dispuesto a echarse a la espalda cuantas manifestaciones se produzcan en contra de sus proyectos legislativos. Y no parece razonable que mientras una parte de España se radicaliza y el señor Zapatero satisface el capricho de las formaciones periféricas que desean perderla, y no sólo de vista, el resto permanezca a expensas de un locutor de radio que se desgañita de seis a doce de la mañana. Sí, esa concentración de la Puerta del Sol en Madrid ha estado muy bien, aun considerando que no se quiso una multitud de asistentes, sino cuatro amiguetes y alguna cámara de TV que permitiesen matar el gusanillo y así dejar que el fuego no se extinga del todo. Pero Madrid es como jugar en casa y los redaños se demuestran en campo contrario. Así, pues, si valoramos el proyecto de Estatuto de Cataluña como la mayor amenaza de nuestra Constitución, está claro que el siguiente partido hay que jugarlo en la Diagonal de Barcelona.

Artículo revisado, insertado el 7 de diciembre de 2005 en Batiburrillo de Red Liberal

PD: Casi nada ha cambiado desde que escribí este artículo hace 12 años. Las dos Españas siguen ahí, cada vez más definidas. De una parte la izquierda antisistema (casi toda ella) y ese nacional-separatismo que no deja de jugar al "ahora va en serio y nos vamos". De otra la derecha, eficaz en lo económico y cobardona en todo lo demás. En cuanto a Rajoy, simplemente dejó de ser el jefe de la Oposición y ahora está finalizando su legislatura como Presidente. De qué se ha ocupado este buen hombre durante más de tres años y medio: De la economía y... Y... Y...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentarios moderados.