viernes, 23 de febrero de 2018

El separatismo de siempre: La frontera idiomática

Creo que Artur Mas pasará a la Historia (y además bien pronto) como un perfecto desquiciado que habiendo podido elevar a su comunidad a las más altas metas del bienestar económico y social (evitando el derroche identitario, manteniendo el sentido común y la lealtad institucional), ha preferido embarcarse en una aventura estrafalaria cuyo futuro puede ser bastante negro para la mitad de los habitantes de Cataluña, y eso como mínimo. Ya hay quien dice que proclamando a las bravas la independencia, y otra opción no les queda, el flujo de refugiados procedentes de Cataluña cubrirá con creces la cuota asignada a España por la Unión Europea. 

Uno tiene dos opciones para escribir en estos días un artículo de actualidad política: hacerlo sobre el nuevo estatuto catalán o bien sobre el nou estatut català. En mi caso, y mientras en Batiburrillo no se me obligue al conocimiento en grado “C” de una determinada lengua propia, creo que voy a decantarme por soltarle las bridas al teclado de mi ordenador y a ver en qué idioma sale.

Bien, lo cierto es que he empezado con una buena tontería, pero hete aquí que el folio la ha aguantado y esto ya no hay quien lo pare. Del mismo modo que no es posible parar, salvo milagro interpuesto, la velocidad de crucero que ha tomado el nuevo estatuto de Cataluña en su rumbo hacia lo desconocido. Porque ésa es otra, ¿alguien sabe dónde nos va a llevar el pacto entre el presidente del Gobierno y un señor que se chupó por carretera, para que no le viesen ni en el puente aéreo, los 600 kilómetros que hay entre Barcelona y La Moncloa? Qué larga incógnita, a fe mía, tan larga como la interminable entrevista que mantuvo el presidente Zapatero con el convergente Mas, un señor que si fue algo previsor seguramente le diría a su chofer: “Despiértame cuando estemos entrando en Madrit, que voy a dormir tres o cuatro horas estirado aquí atrás”.

Porque el encuentro nocturno entre ambos políticos, en el que las farolas fueron previamente apedreadas para evitar cualquier transparencia, no es que pasara de castaño oscuro, es que comenzó de ese tenor si consideramos que el conciliábulo no es el método más adecuado para desarrollar todo un modelo de Estado que imponer, inicialmente a unos parlamentarios satélites y luego, BOE de por medio, a ese resto del personal que algunos cifran en algo así como 44 millones. Podría asegurarse que son pocas las reuniones de interlunio —donde casi siempre menudea la inclinación a coludir— en las que más que un acuerdo legislativo de gran calado lo que se busque no sea el perjuicio de un tercero. Y ese tercero, de entrada, son los 10 millones de votantes del PP, como poco.

Con todo, según cuentan, allí se bebió café a calderos, se fumó de lo lindo y se decidió a lo largo de unas seis horas de reunión que el pueblo español no tiene nada que decir respecto a una normativa territorial que nos cambiará la vida, si no a todos los españoles, porque hay quien no se mueve de su terruño así llegue a vivir hasta los 500 años, al menos a quienes hubiesen sentido la inquietud de asentarse en Cataluña y convertirse algún día en hijo adoptivo de esa tierra, tan buena o mejor que otras —hasta ahora— para depositar el esfuerzo y ganarse a cambio el sustento. ¿Suena fuerte, verdad? Pues lo he escrito así porque así lo creo. La barrera idiomática que representará el desconocimiento del catalán, exigible por la Generalidad a cualquier residente en esa comunidad conforme a lo aceptado la noche de autos por Zapatero, será un escollo ineludible para quien haya podido sentir el deseo de afincarse en Cataluña.

Y es que resulta que no todas las fronteras se las encuentra uno en medio de una autopista, donde a veces, después de haberte revisado algún papel, izan un larguero con contrapeso y pintado a franjas para que se cruce por allí. No, hay fronteras levantadas por compromisos tan frívolos como interesados, tal sería el caso del puente levadizo con foso incluido que representará la norma lingüística del Estatuto catalán, algo que en manos de ciertos políticos ansiosos de encastillarse en sus feudos supondrá un verdadero muro infranqueable.

A Cataluña algunos iremos de visita turística y poco más. Eso sí, exponiéndonos a ser tomados por españoles y a que nos pregunten de inmediato cuánto tiempo llevamos viviendo allí, no sea que se trate de un residente veterano y oriundo de Cuenca, por ejemplo, que racanea a la hora de usar el idioma conveniente y obligatorio. Pero como dentro de unos años se le ocurra a alguien empadronarse en un municipio catalán y vaya confiado en que aquello es España, no le arriendo las ganancias si lo que pretende es encontrar trabajo a palo seco, sin dominar el grado “C” aludido al inicio, aunque disponga de tres carreras y un par de masters. Como mucho, y quizá con suerte, le ofrecerán algo de trabajo que algún magrebí haya rechazado.

Reitero que hablo para dentro de unos años, no muchos, y en el supuesto de que el rumbo no se enderece, porque la obsesión lingüística del Tripartido y CiU está ya a punto de nata, sólo que ahora todavía tendría uno alguna defensa por el simple hecho de que el único idioma obligatorio es el español. Si bien más adelante, gracias a lo entregado en la trasnoche monclovita por quien usa la generosidad con lo que no es suyo, Cataluña se convertirá de hecho en el más puritito extranjero para los de esta orilla del Ebro, será la primera gran consecuencia del nuevo Estatuto: la dificultad artificiosa ante el deseo de movilidad geográfica de los ciudadanos. Gracias sean dadas, pues, a quien dice amén a unos pocos en nombre de todos.


Artículo revisado, insertado el 15 de febrero de 2006 en Batiburrillo de Red Liberal

PD: No tengo más remedio que volver a referirme al comentario del socialista Pedro Sánchez: "Y ahora dice el mendrugo de Pedro Sánchez, cada día más mendrugo y anti PP en sus discursos, que "Siempre que gobierna la derecha, siempre que gobierna el PP, crece el independentismo". Pues mira que respuesta te doy, Perico: O eres un farsante que no te interesa para nada la verdad, y prefieres ignorar aposta que el independentismo en Cataluña es en gran medida obra de Zapatero, o de verdad eres un indocumentado que desconoces que tu antecesor fue un malasombra y un traidor que vendió España por un plato de lentejas. En cualquiera de los dos casos que pase el siguiente socialista porque tú no vales dos reales".

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