En esta semana que acaba, se ha cumplido un nuevo aniversario del magnicidio ocurrido en Dallas el 22 de noviembre de 1963 en la persona de JFK. Han transcurrido casi 40 años (2005) de aquel episodio que marcó mi juventud y la de muchos otros. Un suceso de esos que se instalan en la memoria constituyendo hitos de toma de conciencia de la realidad en la que nos desenvolvemos. Hoy, sólo un 20% de los americanos considera a Lee Harvey Oswald como el único autor de aquel asesinato. La teoría del segundo tirador oculto tras la valla del montículo de hierba no ha podido ser probada a pesar de las numerosas evidencias existentes. Las manipulaciones y errores cometidos por entonces en torno a las posibles pruebas del caso, autopsia incluida, lo han hecho imposible. Comisiones de investigación, libros, películas y un ejército de investigadores privados y reporteros casuales siguen intentando matizar y conocer la verdad sobre aquel episodio de la Historia. Sin embargo, para el común de la gente, aquel crimen es ya sólo eso, Historia.
Algo parecido está empezando a suceder con nuestro 11-M. La digestión colectiva de la tragedia y el extraordinario e inquietante empeño oficial del Gobierno de Rodríguez por pasar página, camino de la amnesia, está llevando a gran parte de españoles, en especial aquellos que confían ciegamente y acríticamente en sus justificaciones, a desestimar explicaciones conspirativas de las que desgraciadamente cada día hay más evidencias.
De la “bala mágica” de la plaza Dealey a los pelanas de Lavapiés. Todo un recorrido con un nexo común: el odio extremo. El asesinato es la máxima expresión de ese nefasto sentimiento que no entiende de razonamientos. En el primer caso, parece claro que ese odio se personalizó en la figura del presidente norteamericano, “solucionando” mediante su muerte el escollo principal para otras voluntades con distintos planes a los suyos. En nuestro caso, el odio no puede personalizarse pues, quienes decidieron la matanza, lo hicieron sin que importara quienes iban a ser las víctimas.
Es lo que tienen los objetivos estratégicos “superiores” provenientes de mentes “privilegiadas”. Causar bajas indiscriminadamente provoca e incentiva el miedo, que posteriormente la impotencia se encargará de metabolizar destilando nuevos odios. Sin embargo, es importante recordar que de igual modo que los que disfrutan explicando sus aventuras sexuales, es casi tan importante para ellos dar a conocer sus “hazañas” que haberlas realizado.
Si las decisiones trascendentes para nuestro destino se toman e impulsan al margen de las urnas, lugar donde se nos dice reside nuestra soberanía, no cuesta tanto entender que la masacre que acabó con la vida de nuestros inocentes compatriotas, excede con mucho la capacidad para tan minuciosa planificación por parte de propietarios de locutorios, traficantes de droga y confidentes de tres al cuarto, intervinientes y necesarios como peones o señuelos, pero difícilmente responsables intelectuales de aquel golpe de Estado. Estamos lejos del repositorio de libros donde es probable que un fanatizado Oswald creyera desempeñar un papel estelar distinto al de cabeza de turco, pero cada vez estamos más cerca de averiguar por qué España entera era el verdadero objetivo terrorista de aquella maniobra desestabilizadora que promociona, a través de sicarios con traje de alpaca, nuestra división y enfrentamiento como pueblo libre, y donde el principal instrumento es, una vez más, el fomento de nuestro odio fratricida en beneficio de intereses ocultos más prosaicos, como son el disfrute permanente e impune del poder y el dinero.
Autor: Perry
Publicado el 27 de noviembre de 2005
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