Hace pocos días, en la empresa en la que trabajo en Barcelona, recibimos todos los empleados por e-mail interno una comunicación masiva recomendando apoyar el boicot a los productos y empresas catalanas por cuenta del dichoso Estatuto catalán, que aborrezco profundamente por el daño irreparable que está causando, y por el que causará de seguir adelante ese terrible disparate étnico-liberticida. Tal correo era un reenvío producido por un compañero al que ni siquiera conozco.
Hoy he recibido una llamada del responsable de comunicación (cargo que ostenta un joven periodista de “progreso” con poco recorrido temporal en la empresa y desconocidas aptitudes para su encargo oficial), para que le asesorara sobre la posibilidad, de acuerdo a nuestros códigos internos de conducta, de actuar en contra de este “exaltado” y promover un castigo ejemplar. Nada tengo que objetar, pues todo empleado recibe en su incorporación, un documento oficial donde conviene en aceptar las reglas establecidas por la empresa, entre las que existe precisamente la obligación de no usar los medios técnicos puestos a disposición, en actividades ilícitas, ilegales, o en general, carentes de utilidad para los objetivos legítimos del negocio. Yo mismo redacté en su momento tal código, de acuerdo a la legislación vigente y como medida de protección de productividades y seguridad de los contenidos de la información. Tras una larga conversación, en la que se ha puesto de manifiesto que la infracción técnicamente ha existido, el “comunicador” oficial ha visto, en sus propias palabras, que tenía “asideros” legales suficientes para el escarmiento que pretendía justificar.
He tratado de razonarle, no obstante, que conductas mas graves y de mayor perjuicio habían ocurrido en el pasado, y sin embargo, anteriores casos no habían surtido efectos negativos por la buena voluntad de la empresa que consideraba, benevolentemente, que en la mayoría de los casos bastaba con un apercibimiento al interesado recordándole sus compromisos y obligaciones laborales. Pero no. En este caso concreto, ni libertad de expresión, ni manga ancha, ni compresión, ni nada de nada. Ningún argumento conciliador por mi parte, ha servido para detener el afán justiciero ante un disidente españolista que ha equivocado el protocolo de sus reivindicaciones
Hay compañeros que han participado en cadenas piramidales prohibidas terminantemente, algunos que facilitan y provocan la aparición de virus y troyanos con su poco celo e inconsciencia, otros que han coleccionado porno duro en sus discos duros. En fin, la repera en bicicleta. Pero sólo este caso ha merecido la preocupación “conforme a derecho” de las élites “conscientes”, guardianes del orden universal. La consecuencia será, por lo que veo, una sanción económico-administrativa en el mejor de los casos, ya que es posible llegar hasta el despido formal.
Lo reconozco. El caso de este muchacho, si bien no admite justificación desde mi responsabilidad profesional, me ha producido un intenso dolor de estómago por lo que de hipocresía empresarial ha podido poner de manifiesto la conducta de este inquisidor naZionalista que presume de comunicación, y que es incapaz de encontrar cauce equilibrado y justo a su inquietud sectaria, y que no vacilará en llevar adelante su particular cruzada contra un compañero desbordado ante la nueva religión estatutaria que se avecina. ¡Que miedo! ¡Que pena!
Autor: Perry
Publicado el 9 de noviembre de 2005
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