Recomiendo un magnífico artículo, titulado "Haré que a Mariano lo eche el PP", de Miguel Ángel Orellana y publicado ayer en El Semanal Digital, un medio periodístico que no deja de hacer uso, de acuerdo con la filosofía de Gustavo Bueno, de ese lenguaje claro que, a diferencia del socialismo más críptico y falsario, juraría que es lo que más nos conviene oír, o leer, a cuantos ciudadanos españoles deseamos orillar la idolatría laica de algunos liberticidas en el poder. Eso, por supuesto, en el caso de que algún día queramos depositar el voto con algún fundamento. Porque la claridad a la hora de expresar las intenciones políticas, sobre todo si éstas repercuten en toda una nación, debería ser de obligado cumplimiento, so pena de sentencia a "galeras" para cualquier gobernante que asegure con hipocresía amar la libertad.
Se sabe que Zapatero acostumbra a confesar sus deshonestos propósitos respecto a la oposición política, representada ahora en solitario por el PP -una soledad de 10 millones de votantes, que a su vez representan a más del 40% de la sociedad-. Se sabe que tales confesiones las practica solo en aquellas ocasiones en las que se cree a salvo de cámaras y micrófonos. El procedimiento supone todo un método de anonadación o desconcierto destinado a su interlocutor y usado alegremente por alguien a quien, en razón de su alto cargo, no suele atribuírsele de inicio tal grado de bajeza. Hace poco, con la probable finalidad de intranquilizar a un juez conservador, a quien de paso le pidió que se cambiase de bando (ante todo firmeza en las creencias), el presidente por accidente no dudó en asegurarle que él lograría echar a Rajoy del Partido Popular.
Debe tenerlo previsto así quien así lo afirma en privado, porque se trata del típico caso de alguien que se adjudica la santidad sin hornacina, ya que a la virtud contrastada de una vanidad adquirida a toda velocidad en el poder -malas lenguas hablan de dos tardes-, le añade la dignidad de la altanería progresiva (probable único progreso o progresismo del personaje). Características éstas, altanería y vanidad, que demuestran con quien nos las habemos. Naturalmente, ZP es un sujeto que en las tribunas proclama el diálogo y el (buen) talante, cualidades manifiestamente incompatibles con la realidad de su caso, puesto que a la hora de la verdad y la decencia se transforman en pactos secretos, o discretos, con esas fuerzas políticas atiborradas de odio a todo lo español. Verbigracia: Con Artur Mas.
El gobernante socialista que desgraciadamente padecemos en este turno de alternancia, a juzgar por el texto de Orellana, parece que a sí mismo se considera elegido para la gloria, lo que no deja de ser una creencia imputable a los mediocres con largos ribetes de ofuscación, síndrome ocasionado sin duda alguna por su llegada abrupta al poder y, sobre todo, por su enfermiza necesidad de mantenerse en él a como dé lugar. Pero si no bastasen tan claros síntomas de jactancia, tara en modo alguno sustentada en algo que pudiera considerarse meritorio, Zapatero asegura que En las próximas generales, obtendré mayoría absoluta. ¡Dios nos libre de semejante plaga bíblica!
Publicado el 8 de noviembre de 2005
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