Uno de los defectos más graves con los que nuestros lumbreras de la civilización occidental nos suelen obsequiar -y además con no poca frecuencia- es la perpetua manía que tienen de compararse con otras sociedades bastante más retrógradas e intolerantes. Toda una muestra de inequívoca decadencia cultural. En este sentido, se nos antoja completamente perjudicial la suicida actitud de la izquierda europea, que se muestra encantada con exagerar nuestros “pecados” (conquista de América, Inquisición, imperialismo decimonónico, crack del 29, guerras mundiales, patriotismo, desigualdades sociales, war on terror…) con la nefasta intención de conjugar intelectual, que no prácticamente, las diferencias existentes entre Occidente y el Islam.
Pero no crean que este macabro proceso que pretende capitanear Rodríguez Majadero con su estúpida Alianza de las Civilizaciones es cosa única y exclusiva de las corrientes ideológicas postmarxistas que, dicho sea de paso, todavía siguen sin encontrar el nuevo faro que ilumine sus antiguos fervorines comunistas. Tan sólo algunos iluminados pueden ver reflejados sus ideales antiliberales en el circense Hugo Chávez o en el macabro Fidel Castro. También la administración norteamericana, los conocidos neocones, siguen sin asimilar la profundidad y complejidad de la multiculturalidad y las distancias sociales, económicas y políticas existentes entre las distintas regiones del planeta. Los think tanks estadounidenses, nada afortunados en este apartado, no dejan de repetir constantemente que Irak está atravesando por el mismo proceso que los EEUU vivieron a finales del siglo XVIII, cuando se forjó como nación democrática, liberal y parlamentaria.
Realmente, todo este discurso -de lo más cursi y refinado- se nos antoja, como mínimo, disparatado. Porque nada tiene que ver la América predemocrática sobre la que magistralmente escribía Tocqueville con países de las características de Irak o Afganistán, en los cuales las únicas tradiciones políticas existentes son el feudalismo oriental, la monarquía corrupta, la dictadura islamista o, sencillamente, el tribalismo. Dicho lo cual, consideramos poco acertada la comparación entre los obstáculos con los que Irak está afrontando la transición de la dictadura husseinita a la democracia parlamentaria, con los obstáculos con los que EEUU tuvo que enfrentarse antes, durante y después de su histórica Constitución de 1776. La verdad es que hay pensamientos cuyo más noble destino sería el de enviarlos directamente a la papelera de reciclaje de cualquier PC. Recuerden si no el chusco y pintoresco papelón de Alfonso Guerra, conferenciando en Moscú sobre la Transición en España para que Gorvachov y la vieja guardia del PCUS se aplicaran en la Perestroika.
En este contexto de desatinos, el propio Presidente George W. Bush y Condi Rice vienen insistiendo en una idea con la que los think tanks norteamericanos se están luciendo. Se trata del paralelismo, que modestamente no vemos por ninguna parte, entre la mujer estadounidense del siglo XIX y la mujer irakí del siglo XXI. Como se sabe, las mujeres norteamericanas no pudieron votar hasta 140 años después de la Independencia y, por lo visto, ello da lugar a que los neocons, en una sorprendente concesión a Maricomplejines, digan que la mujer islámica subyugada bajo la Sharia y escondida detrás de un velo, cuando no del burka, tiene que seguir el mismo camino –o parecido- que la mujer norteamericana de hace doscientos años, en la lucha por sus derechos civiles. Increíble, increíble… Resulta que la mujer estadounidense de 1830, como nos recuerda Tocqueville, podía viajar de una punta del país a otra sin compañía de ninguna clase, sin sentirse amenazada ni tratada descortesmente por los hombres de cualquiera de los estados que componían la unión americana. ¿Por qué? Muy sencillo, porque los EEUU era el país más libre del mundo y porque los derechos de las mujeres americanas eran los más avanzados del mundo. Aunque no pudieran votar. Vamos, que la situación social de las mujeres estadounidenses del siglo XIX y la de las mujeres irakíes del siglo XXI que todavía siguen sometidas a la Sharia, tratadas como un objeto, y repudiadas porque sí, tienen en común lo que un ciruelo y un compact disc.
Los auténticos problemas son bastante mas profundos que como los trata aparentemente la Administración Bush. Seguramente ellos son los primeros en saberlo y, sirva como atenuante, las soluciones son harto difíciles y complejas. Bien está que Bush afirme que, a diferencia de Vietnam, los EEUU no abandonarán Irak. Hay, además, un factor que ya nadie puede obviar: Irak es el país que el yihadismo ha elegido como centro operacional de sus actividades terroristas, lo cual obliga a los norteamericanos a no entregar el país al enemigo número uno de Occidente. Imagínense un Irak en manos del Bin Laden de turno. Ahora bien, la raíz de los problemas, no nos engañemos, no está siquiera en los fieles musulmanes sino en la propia naturaleza del Islam. Y una de dos, o éste cambia y sufre un proceso de rotundo aggiornamiento o el problema del choque de civilizaciones seguirá sin resolverse. Mal que le pese al Rodríguez Majadero de turno. Y si algo está claro es que existe una diversidad cultural de tal calado entre Occidente (judeocristiano, democrático, laico o multicultural, como ustedes prefieran) y el Islam, que los análisis tienen que ser mucho más agudos.
De momento, preferimos quedarnos con las valientes opiniones de José María Aznar escritas en el diario británico Financial Times: 1) hay que definir los límites de la Unión Europea. Europa no es infinita; 2) no hay que tocar el modelo institucional; el Tratado de Niza es la expresión de un consenso que hizo posible emprender la ampliación de la Unión Europea; 3) más liberalización, un mercado único más fuerte, más apertura, más flexibilidad, y menos impuestos; 4) restablecer el Pacto de Estabilidad; 5) definir nuevas políticas en dos áreas esenciales: terrorismo e inmigración; el multiculturalismo está resultando ser un fracaso (no hay que olvidar que los terroristas de Nueva York, Madrid y Londres llevaban muchos años entre nosotros); hay que recuperar las raíces cristianas de Europa; 6) hay que fortalecer la relación atlántica, reformar la OTAN, con el fin de garantizar mejor nuestra seguridad, nuestra libertad y nuestra prosperidad y crear una gran área económica atlántica. Aplaudimos estas palabras de Aznar que, seguramente, los sociatas más proislamistas y los laicistas más anticlericales, capitaneados todos juntos en unión, por Rodríguez Majadero atacarán y criticarán con la misma rapidez que los musulmanes pueden repudiar a sus mujeres. Así nos va. Luego no nos quejemos.
Autor: Smith
Publicado el 17 de octubre de 2005
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