El titular de ABC es demoledor: "Maragall consuma su desafío y exige a España que cambie el modelo de Estado". Y digo yo, y este Maragall quién es para exigirle nada a España. ¿No habrá querido decir que intentará que el Gobierno que le es afín, el de Rodríguez Zapatero, más esos grupitos comunistas o separatistas que lo apoyan, elaboren una reforma constitucional que será sometida a la decisión del pueblo? Se habla de que en la derecha tenemos un lenguaje y un comportamiento facha, término usado como sinónimo de acto irrespetuoso o dictatorial. Pero, y el lenguaje de Maragall, ¿cómo calificarlo? ¿De progresista?, ¿de demócrata? La exigencia a España de Maragall no deja de ser un exceso propio de un beodo político con instinto totalitario; es decir, de alguien embriagado de un supuesto éxito tras alcanzar, inesperadamente, la segunda etapa de ese largo maratón que siempre constituye una carrera pública. La primera etapa fue, sorpresivamente incluso para él, su asunción al cargo de presidente de la Generalidad catalana, institución que, para muchos que conozco, pasa por una etapa de desprestigio creciente.
Pues bien, frente a los excesos de los embriagados, el clásico afirma: Si no quieres derramar el vino, no llenes demasiado el vaso. Y está claro que Maragall, con su exigencia desmesurada, ha llenado en demasía una copa que ni siquiera él puede apurar. Experiencia en el mucho presumir y poco valer no le falta a nuestro irreflexivo prohombre. Creerse el representante supremo, sin apelación posible a instancia superior, de siete millones de ciudadanos españoles, muchos de ellos nacidos en Cataluña pero muchos no, ha contribuido también a esa borrachera seudo-patriótica, de patria chica, con la que él pretende construir la nueva Roma que deberá aceptar, casi como una carga, las colonias de las Españas.
El exceso es el veneno de la razón, así lo afirmaba Quevedo, que de excesos entendía lo suyo. De individuo envenenado, sin razón ni clarividencia, cabe estimar el comportamiento de este botarate embriagado que fantasmea a toda voz. No le ha bastado con ejercer el papel de traidor a su patria grande -España, quiera él o no lo quiera-, al aceptar cuanta exigencia le imponían para el nuevo Estatut los secesionistas ERC y CiU. Sí, CiU, dejemos de engañarnos de una vez y aceptemos que en el mundo de los nacionalistas no cabe la moderación en los fines que se persiguen. No le ha bastado, repito, el brindis con cava y el himno regional a pleno pulmón en el hemiciclo del parque de la Ciudadela, consumada la traición de los 120 felones. No, no le ha bastado. Ahora exige a España lo que España debe hacer para complacerle. ¡Maldito bastardo!
Publicado el 1 de octubre de 2005
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