jueves, 18 de enero de 2018

El lenguaje recio


Hoy es un día para no tirar cohetes, lo testifica así el bombazo de Ávila a cargo de los hideputas etarras. De hecho, hace ya unos cuantos meses que la política en España no para de darnos disgustos y sobresaltos, al menos a los que aspiramos a compatibilizar un liberalismo de Estado mínimo con un patriotismo de España grande y sentida. Quien esté convencido que en su región algo se le está arreglando con el desistimiento de nuestros gobernantes: enhorabuena por ello y por su admirable ingenuidad al creerse que una nación multisecular va a ser dinamitada sin más (y sin sangre) por un pelanas que casi siempre sonríe y nos menosprecia a muchos.


Es posible que algún nacionalista furibundo esté convencido que ¡ahora sí! "colará" lo suyo, pero eso será a costa de que el conjunto de la Nación española cada vez vaya más de capa caída por no decir de culo, lo que sin duda y a la larga implicará el perjucio de ese nacionalista. Y perdón por citar la palabra “culo”, no vaya a ser que afecte a más de una mente sensible de esas que esperan que aquí, en Batiburrillo, usemos la autocensura y los paños calientes. No, amigos, uno o más de los editores de esta bitácora posee (poseemos) tendencia al lenguaje recio. Y si hay que reconocer que los españoles vamos de culo a causa de los bombazos y crímenes de unos pocos —frente a las felonías y cesiones de otros—, pues se reconoce y no pasa nada. Eso sí, a sabiendas de que tal situación no será eterna y a medio plazo sólo admitirá dos soluciones: 1. España acabará balcanizada y acaso ensangrentada o 2. Se producirá un reflujo patriótico que eliminará los nacionalismos secesionistas y la izquierda traidora, si bien no sin daño manifiesto a la convivencia pacífica.

No tengo ni puñetera idea de si acabaremos en la solución 1 o en la 2, pero de lo que sí estoy convencido es que esta situación de “vivir en un sin vivir” no puede ser eterna ni mucho menos deseable. Formar parte indefinidamente de una España cogida con alfileres cuyas regiones se odian unas a otras y se reclaman deudas históricas que nadie sabe quién debe pagarlas, donde todo es agravio “in crescendo” y donde al mismo tiempo se regala el cava catalán en Madrid para evitar el boicot de la Navidad próxima, me resulta tan sumamente abstracto y sin sentido que estoy comenzando a creerme que los españoles hemos perdido el oremus si es que alguna vez lo tuvimos.

Diga alguien, de entre los lectores de Batiburrillo, si es capaz de verle un final feliz a esta inestabilidad política actual que tiende a hacer la vista gorda ante cualquier cambalache extremista o asalto a la Ley. Pongamos que se apruebe el “Estatut”, pongamos que prospere un “Plan Ibarretxe” algo tamizado, pongamos que Galicia pida tres cuartos de lo mismo y se le conceda, pongamos que Andalucía, Valencia y Cartagena sigan pasos similares. No descartemos tampoco el reconocimiento universal de la nación Leonesa y de la Mérida imperial..., etc., etc. ¿Y luego qué? Y a todo esto cómo hay que llamarlo, ¿democracia?, ¿progresismo?, ¿libertad para elegir autogobierno? ¿No será anarquismo institucionalizado envuelto en separatismo ruin? ¿Alguien ha pensado que desde la “A” a la “Z” todas ellas son situaciones forzadas por esos politicastros locales que representan más que nunca el típico caciquismo secular?

No acierto a comprender que haya nadie tan sumamente bienpensante dispuesto a creerse que en situación de desguace viviremos mejor y más felices, como propone el nuevo Estatuto catalán. ¿Qué significa esa cantinela secesionista que promulga sentirse a gusto dentro de España si se les concede lo que piden? ¿Habrá algún merluzo que acepte de buena fe semejante barbaridad? Me apetece repetir ahora una de esas citas inolvidables, esta vez a cargo de Apuleyo: “Uno a uno, todos somos mortales. Juntos, somos eternos”. Lo que ocurre es que para comprender una cita así se ha de poseer cierta grandeza de espíritu.

El nacionalismo y buena parte de la izquierda, por el contrario, acostumbran a sustituir la generosidad hacia la Nación a la que pertenecen por la ambición del poder, de donde se deduce que los grandes egoístas que hay en sus filas constituyen el plantel de los grandes malvados de nuestra patria. Y ante ellos, ante los grandes malvados, permítase como mínimo el uso del lenguaje recio que refuerza la denuncia necesaria. Y la denuncia que hoy corresponde atronar se refiere a la sociedad sin jerarquía, ni ley, ni principios, donde todo vale, a la que este mal gobierno de ahora nos conduce irremediablemente con el aplauso de unas multitudes en las que lo que se acumula no es el talento, sino la estupidez.

Esa estupidez que hace pagar 10 o 20 euros a muchos ciudadanos por ver un partido de fútbol en la televisión, domingo tras domingo, y que no duda, además, en asignarle un alto puesto en el “ranking” de audiencias a programas marcadamente basura como el de “Aquí hay tomate”. Pues sí, no es necesario que alguien me lo diga en una nota, yo también llego a la misma conclusión: Nuestro problema es la falta de cultura, ya que, como afirmaba Montaigne: “Una cabeza bien formada será siempre mejor y preferible a una cabeza muy llena”. Especialmente si se encuentra llena de tonterías, recelos, odios y egoísmos.  

Publicado el 25 de septiembre de 2005

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