Zapatero nos está pidiendo a los españoles aquello que no le podemos dar: La patria. En un triple frente inicial de desguace, Cataluña, Vascongadas y Madrid, y otros varios que comienzan a alumbrarse, Galicia, Aragón y Andalucía, el siniestro presidente Rodríguez, catalogado argumentadamente por algunos como reo de alta traición, tolera con sus dejaciones, cuando no incitaciones, que el supremo esfuerzo de reunificación nacional iniciado en el 711 y consolidado hace más de cinco siglos con la toma de Granada, ¡y ha llovido!, pase a convertirse en esa parte de la Historia española que no le interesa a nadie porque aburre.
Mientras Zapatero satisface interesadamente a algunos con el patrimonio de todos, valgan como ejemplos el método de desvalijamiento aprobado esta misma semana del Archivo Nacional de Salamanca o la Ley de Defensa Nacional pactada sólo con las minorías que confiesan su secesionismo, no le tiembla el pulso a la hora de defender las arbitrariedades que el propio Gobierno comete con una Comunidad de Madrid a la que le niega derechos y facultades. Incluso, como una nueva muestra de infesto talante sectario, esos fulanos se permiten calificar a Esperanza Aguirre y a su Gobierno de forajidos políticos. Y lo dicen ellos, unos socialistas que sólo quieren la Ley para violarla (¡qué no violaron los felipistas en 14 años!) o amoldarla a sus intereses (eliminación de esa LOCE que intentaría educar al pueblo) o a los de sus socios (fechoría contra el PHN) y protectores (ley Polanco), como es ese depravado ex-franquista que cuenta por cientos a sus abogados y que así debe tener la conciencia cuando necesita tanta gente que le defienda.
Y a todo esto, ¿cómo reacciona el PP? A mi juicio de la forma más torpe posible: El presidente del PP, Mariano Rajoy, dijo hoy [12-9-2005] a los máximos dirigentes de su partido que 'a partir de hoy sólo se habla de futuro', y añadió que los populares comenzarán a 'trabajar desde ya' en la preparación de la primera cita electoral, las municipales y autonómicas del año 2007. Parece mentira que muchos consideren a Rajoy, quizá porque sí lo sea, un señor inteligente, preparado, eficaz y culto. Ahora bien, ¿para qué cargo? ¿Para subsecretario de Cultura? ¿Para conselleiro de Pesca de la Xunta? ¿Para vicecónsul de España en las Maldivas? ¿Para darle la réplica en el Parlamento, y nunca pasar de ahí, a un ZP completamente endurecido ante la posibilidad de sentir vergüenza o de advertir sus desvaríos? No hay duda, pues, que los políticos que de verdad deciden, y Mariano Rajoy debería ser uno de ellos, necesitan disponer igualmente de algo que se llama coraje. Porque el buen juicio sin audacia es inútil.
Si yo ocupase el puesto de Rajoy, ¡Dios me libre!, de entrada propondría tres grandes manifestaciones para los tres primeros fines de semana de octubre. Una en Barcelona, contra el Estatut, que de aprobarse representaría la secesión de Cataluña y encima subvencionada por el resto de los españoles. Otra en Bilbao, contra cualquier negociación o rendición del Estado ante la banda asesina ETA, que es lo que se desprende de la trayectoria que ZP comenzó a darle al asunto cuando ni siquiera intentó ilegalizar al PCTV. Y la tercera en Madrid, para protestar contra el saqueo y arbitrariedades que comete el gobierno socialista en las comunidades gobernadas por el Partido Popular, uno de cuyos últimos exponentes lo constituye el desigual reparto de la partida destinada a la Sanidad, donde Andalucía, Cataluña y alguna otra autonomía se han llevado la parte del león, como era de prever, y al resto se le ha adjudicado algo en lo que este gobierno es pródigo: el descontento.
La docilidad jamás ha sido la mejor respuesta ante la canallada. El izquierdismo radical que padecemos por cuenta de ZP y su tropel de facinerosos les cataloga como una auténtica caterva de canallas. No ha habido sector de la Nación española que no hayan minado a su voluntad, para pervertirlo o desprestigiarlo (como es el caso de la religión cristiana), o bien usado la voluntad de quienes odian todo lo español. Luego Mariano Rajoy, del que comienzo a dudar seriamente que sea la persona adecuada para dirigirnos en esta dificilísima etapa, haría bien en mostrarse menos dócil y en llevar a la gente a que exprese su inquietud al corazón de cada problema. Si del Estatut se trata, a Barcelona; si del pacto con la ETA, a Bilbao; si de las arbitrariedades con las regiones no sumisas a ZP, a Madrid. De echarle inconformismo al asunto y animándose a convocar a los ciudadanos, en lugar de esperar a que sean determinadas asociaciones quienes le hagan el trabajo, Rajoy al menos corroboraría el grado de sentimiento español existente en esas ciudades, que no es poco.
De lo contrario, y todo apunta a que cualquier protesta generalizada se piensa demorar hasta las vísperas electorales del 2007, y aún así ya veremos si las actuaciones no se reducen a recintos cerrados, el PP, y con él media España, no tardará en comprobar que los nacional-socialistas nos han hipotecado hasta el suelo que pisamos y nos han convertido en apátridas o en fascistas. O en fascistas apátridas. De ahí a deducir que, ante la impotencia, muchos acabaremos sumidos en el peor de los sentimientos, la resignación, sólo hay un paso.
Y es que la resignación, sobre todo ante la pérdida de la identidad y el valor de la Ley, representa un amargo suicidio que debe ser renovado a diario. Un suicidio del que ni siquiera debería llegar a pensar, además, que el Gobierno lo alienta a transformarse en colectivo; mientras que la Oposición, que sólo desea hablar del futuro pero no indica en qué términos, nos invita a fajarnos con disimulo o a salir huyendo sin hacer demasiado ruido, no vaya a ser que se incomode la Secta y comience el pistolerismo y los estragos, paso que irremediablemente siguen los que se sienten impunes y que ante sí, como única oposición, descubren una miríada de indolentes.
Recordemos a Gil-Robles: Media España no se resigna a morir. La frase fue pronunciada en unas circunstancias extremas que no supieron corregirse a tiempo. ¿No, señor Rajoy? Le invito, por tanto, a que no dé lugar a reeditar aquel desasosiego de tan lúgubre recuerdo y se muestre pronto como una persona inconformista de primera clase, es decir, activa. Como aseguraba Platón: Hay dos formas de inconformismo: la una activa, y la otra indolente. Usted, incluso considerando sus discursos en la Cámara Baja, tan brillantes como faltos de medidas complementarias que sensibilicen a la Nación española, más bien pertenece al segundo grupo, el de los inconformistas indolentes. De modo que espabílese de una puñetera vez y reaccione ante el presente o bien oposite al Viceconsulado de las Maldivas. ¡Señor, qué dos cruces juntas nos has enviado para este principio de siglo: un membrillo de Presidente, repleto de mala uva, y un jefe de la Oposición amembrillado al que el pueblo debe sermonearle para que haga algo!
Publicado el 16 de septiembre de 2005
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