No conozco ninguna sociedad que haya realizado progresos significativos hacia la paz y la libertad, cuando esa sociedad se ha construido a medida del gobernante de turno, adaptándola a su particular visión del mundo. El error consiste en considerar que la evolución de los hombres sólo tiene lugar si la sociedad en la que vive “evoluciona”. Es un error, porque una sociedad sólo evoluciona si lo hacen los hombres que la integran. Una sociedad de “calidad” sólo puede serlo en función de la “calidad” de sus hombres y no al revés. La evolución de los hombres, no “socialmente”, sino como individuos, está sujeta a los avatares del día a día. La presión constante que la sociedad ejerce sobre ellos, suele tener un efecto paralizante y negativo, adormecedor y retardante respecto a su propia voluntad, sacrificada habitualmente a las exigencias del entorno. Hoy como ayer, las corrientes filosóficas que tratan de recordar al hombre que debe ser él, el que haga el esfuerzo por liberarse de sus ataduras, han promovido a lo largo de la historia que éste confunda el mensaje, pues cree que para tener una mínima oportunidad, debe abandonarlo todo. Retirarse del mundanal ruido.
Podemos catalogar a los hombres de acuerdo a tres modelos genéricos, según la estructura psicológica de su personalidad. Piensa el fakir que mediante el dominio y control de su propio cuerpo, podrá superar las miserias y limitaciones que los apetitos comunes del ser humano permiten que su voluntad y libertad se vean doblegadas por fuerza mayor. Se impone las más severas disciplinas físicas, en la esperanza de lograr anular y controlar a voluntad sus habituales dependencias y flaquezas. Es un auto-martirio infringido para lograr la mayor fortaleza y autodominio.
El monje, por el contrario, elige el camino de la fe en algo superior a él, que liberará su espíritu y salvará su alma del cruel destino que espera a la Humanidad, inconsciente de su deriva mundana hacia la nada. Se sumerge en la liturgia que le permite renovar constantemente su fervor, al tiempo que intenta promocionar sentimientos positivos en sí mismo, ajustándose en todo momento al catecismo y dogmas que su fe le proporciona.
El yogui por su parte (no el oso), intenta ese camino de superación a través de su intelecto. En su meditación intenta vaciar su mente de toxinas y espera la iluminación, el nirvana o paraíso mental, que lo ponga en sintonía con el universo. Busca y espera la explicación racional a ese entorno hostil en el que se desenvuelve, por vía del razonamiento y el análisis, destilando y refinando la sabiduría para descifrar las claves de la vida, mediante el hallazgo de la ecuación perfecta que le permita revelar las incógnitas más ocultas.
Estos tres sistemas “básicos” son inútiles por incompletos. Las tres “personalidades” cohabitan en nosotros y se manifiestan por turno, según sea la necesidad o situación en que nos encontremos. Si una u otra prevalece, se corre el riesgo de alimentar nuestro “sectarismo”, pues seremos incapaces de ver la vida objetivamente como es en realidad. El filtro que hemos instalado, “coloreará” nuestra visión y subjetivará nuestra percepción.
Si nos observamos a nosotros mismos, quizá podamos percibir que proporción de fakir, monje o yogui existe en nosotros y tratar de equilibrar los porcentajes como único camino hacia la libertad. Un hombre libre y equilibrado puede ayudar a liberar a los demás. Un fakir, un monje o un yogui siempre nos venderán su último hallazgo como el ejemplo a seguir, convencidos como están, cada uno de ellos, de que su método es el mejor.
Los instintos y apetitos del fakir, los deseos y emociones del monje y los pensamientos y teorías del yogui no solo no liberan al hombre si no que suelen adormecerle más en sus ensoñaciones. Siempre pasa cuando se sustituye la realidad por “nuestra” realidad.
Autor: Perry
Publicado el 2 de agosto de 2005
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