viernes, 5 de enero de 2018

Carlos Marx, el falsario antiliberal


Una de las plumas más brillantes del buque insignia del liberalismo español en internet, Libertad Digital, es sin lugar a dudas la de Pablo Molina. Esta semana Molina nos ha deleitado con un excelente artículo sobre la verdadera catadura personal e intelectual del sujeto llamado Carlos Marx, "filósofo" (?) que no hará falta presentar a estas alturas.


Carlos Marx todavía sigue venerado en casi todos los círculos intelectuales progresistas del mundo, aunque existen algunos focos de resistencia izquierdista (pocos) que se niegan a compartir un ápice de los disparates filosóficos, políticos o económicos del fundador del socialismo "científico".

El materialismo dialéctico -con Hegel y Feuerbach de surtidores de ideas- es la piedra angular del marxismo. Para Carlos Marx, iniciado en la doctrina comunista por Moisés Hess, la sociedad evoluciona en función de una "espontánea" lucha de clases bastante relacionada con la selección biológica de carácter darwinista. En este sentido, y aun cuando la propia burguesía ya había hablado repetidamente de la lucha de clases, el propio Carlos Marx resumía el 5 de marzo de 1852 en una carta sus personales teorías: "Lo que yo he hecho de nuevo, consiste en lo siguiente: 1.º Demostrar la existencia de clases empeñadas en unas luchas, ligadas al desarrollo de la producción. 2.º La lucha de clases conduce necesariamente a la dictadura del proletariado. 3.º Esta dictadura conduce hacia la supresión de todas las clases y hacia una sociedad sin clases".

Naturalmente que el propio Carlos Marx no se creía ni la mitad de todo lo que escribía. El era sencillamente el gran mensajero de la Revolución de los más desfavorecidos, y su única finalidad era excitar la lucha de clases para manejar ciertos aspectos de la política europea en favor de sus benefactores y financiadores. Entre otras cosas porque Marx era un burgués al uso: estudiante malgastador y expulsado de la Universidad como profesor a las primeras de cambio, era conocido por su incapacidad para subvenir con su trabajo personal a sus necesidades. De tal guisa que se pasó media vida viviendo a costa del prójimo ("explotado" por él según sus propias teorías): primero fueron sus compañeros Jung y Claesen; más tarde su amigo Engels, industrial de Manchester que terminaría entregándole, a partir de 1869 una pensión regular; finalmente, sería salvado económicamente por unas herencias y ayudas familiares, incluídas la de un tío suyo banquero llamado Leon Philips.

Como buen comunista, Carlos Marx aprvechó esta lluvia pecunaria para invertir en Bolsa y comprar casas cómodas. Por eso Carlos Marx no ha engañado más que a incautos y desinformados. Su teoría de la lucha de clases, plagada de contraverdades y mentiras de muy corto recorrido, es tan decepcionante como penosa. En su obsesión por darle apariencia científica, Carlos Marx sólo hacía más pesados sus oscuros razonamientos y sus fórmulas: atiborradas de análisis pseudomísticos, de interpretaciones disparatadas de acontecimientos históricos, de datos económicos mal digeridos y pseudoecuaciones matemáticas.

Ni que decir tiene que, al margen de las situaciones sociales manifiestamente mejorables que -desde siempre- existieron, existen y existirán, las denuncias marxistas se caen por su propio peso. La teoría de la plusvalía no aguanta medio embate por incompleta y simplista; la conceptualización materialista del hecho religioso constituye una engañufla para los comunistas más advenedizos; la estructura económica de la sociedad se nos antoja como una versión totalmente parcial de la realidad; la visualización del maquinismo como enemigo del obrero quedó superadísimo hace tiempo, mucho tiempo; sus teorías de la concentración capitalista son sumamente alicortas... En fin, para qué seguir.

Carlos Marx, el marxismo, han fracasado. Es normal, por otra parte. A pesar de presentarse como un profeta, Carlos Marx solía fracasar en sus predicciones: tan pronto preconizaba la alianza de los partidos comunistas con los socialistas y demócratas, como apostaba por el terrorismo y la "revolución permanente". Sobre la marcha tuvo que corregir en su segunda edición el prefacio del Manifiesto Comunista, admitiendo la necesidad de que Rusia diera el espoletazo de salida a la Revolución en Occidente. Ya no era el capitalismo, sino el Antiguo Régimen de Rusia la nueva estructura que originaría la sociedad sin clases.

Ni que decir tiene que sus críticas a la religión, que no van mucho más allá de las establecidas por Feuerbach (suspiración del hombre por Dios en virtud de la explotación que padece, etc...) han fallado también estrepitosamente. Explicar la religión por factores económicos exclusivamente puede ser un buen ejercicio intelectual, pero constituye un disparate completo. La religión no desapareció en los paises de implantación socialista más que por la fuerza de las armas. Y en algunos países, como Polonia, ni siquiera por esas.

Así fue y es el marxismo. Una engañifa para soliviantar a las masas. Poco más. Lo que parece increíble es que todavía existan regímenes totalitarios como los de China, Corea del Norte, Cuba... chupatintas como Llamazares, Madrazo o Julio Anguita y falsarios que han cambiado la cruz por la hoz y el martillo como los liberacionistas de Eusko-América que adoran a los marxistas Romero, Sobrino y Ellacuría. Sus falsas doctrinas, disparates y embustes perviven. ¿Acaso porque, como a Carlos Marx, el socialismo revolucionario genera jugosas plusvalías a toda esta colección de razoneros baratos?

Autor: Smith
Publicado el 24 de julio de 2005

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