martes, 23 de enero de 2018

Aspirantes a esclavos


Uno de los rasgos de los españoles, sobre el que mucho se ha hablado y escrito, es nuestro particular sentimiento de individualidad. Todos los habitantes del planeta somos seres individuales que se organizan para vivir en comunidad, pero la individualidad española configura nuestro ego de forma notable y peligrosamente disgregadora. Nuestro ego actúa por nosotros. Sólo tienen que darnos un poco de “cuerda”, para que nuestro egoísmo pulse la tecla de nuestra autoestima, y esta haga el resto. Básicamente, tenemos razón. Siempre tenemos razón. Y además, todos nosotros la tenemos simultáneamente. No ha lugar a error. Somos infalibles.


El cultivo del propio ego no será nunca un acto solidario. La solidaridad implica renuncia, caridad. Hubo quién, como San Francisco, predicó la doctrina de la destrucción del ego como método de elevación personal y nos legó su testamento. Nosotros no podemos llegar tan alto. Somos demasiado egoístas. Sin embargo, nos encanta ponernos hábitos. Creemos que nos identifican y distinguen. Algunos visten camisas oscuras o negras (quizá para que no se pueda ver al trasluz), otros tocan el chistu.  Pero debemos recordar que el hábito no hace al monje.

Se afirma que el hombre es libre, y no lo es. Yo, en cambio, afirmo que su único objetivo y destino vital es intentar liberarse. Alcanzar la libertad. Si quiere empezar por algo, deberá despojarse primero de su ego. De ahí, la dificultad. Desde luego, es más cómodo dedicarse a usar e incrementar nuestro propio ego, a fin de sentirse “seguro” y “a salvo”. Así, el ego progresa en la cultura y desarrollo de la doctrina. Al egoísta le gusta tenerlo todo bajo su control. Si hay algo que no puede controlar un egoísta, es a otro peor que él. El egoísta tiende, tarde o temprano a la dominación de los demás, pero a la vez, es un cobarde. Su mejor método es sembrar la discordia, enfrentando a unos contra otros, quedando él en la sombra. De lo que quede, puede ocuparse personalmente.

Quizá algún egoísta y secreto miembro del club “Boulder-Bier” con nada mejor que hacer, o algún magnate o gerifalte con profesión de fe masónica y oscuros e inmensos intereses de avaricia, o también, algún sátrapa o terrorista desde su palacio o escondite en montañas o desiertos no muy lejanos, juegue con nosotros en un gran tablero de ajedrez geoestratégico, y cuente con nuestro egoísmo como aliado inestimable para el éxito de sus planes. Sin pretender que esta breve disertación sea tan interesante como “El informe Pelicano”, aunque en esta ocasión fuera por puro “egoísmo” o instinto de autodefensa (que es por donde empieza la vida del ego), quizá debiéramos pensar sobre el papel que estamos jugamos en esa siniestra partida, intentando desvelar la realidad oculta tras la “ficción”. En nuestro empeño por encontrar la verdad, no olvidemos la regla de oro para intentar encontrar al culpable en cualquier crimen. Preguntarse: ¿a quién beneficia?

Y, ¿a quién beneficia nuestra separación como hermanos españoles, en nuestro proyecto en común? ¿Quién siembra, y porqué, la discordia entre nosotros? ¿Por qué nos empeñamos en decepcionarnos mutua y perpetuamente? ¿Cuál es el límite de imposiciones o ataques que estamos dispuestos a tolerar antes de reaccionar? El miedo nos atenaza.

A mayor miedo, mayor egoísmo. Conforme más egoístas nos volvemos, más fácil presa somos para la soberbia. Esa clase de soberbia por la que creemos valer más que los demás y estar por encima del Bien y del Mal. Los grados de la masonería son peldaños en la escalera de la soberbia. Pero hay más escaleras igualmente indignas. El nazionalismo excluyente desciende hacia el pasado por una de ellas, acompañado por la soberbia y el egoísmo, para acabar dando como únicos resultados la intolerancia, la opresión y la injusticia. Las excusas nacionalistas sobre agravios son su gasolina. Su promesa de reparación, el próximo yugo.

¿No estamos ya más que hartos de vencedores y vencidos, buenos y malos alternándose en el recorrido de escaleras que no llevan a ningún sitio? Asumamos de una vez nuestros errores del pasado. Nos pertenecen a todos por igual. Nadie es inocente. Asumir no es olvidar. Se trata de nuestra Historia.

España como nación, es la máxima garantía de futuro e igualdad para todos nosotros. Si no somos capaces de defenderla con decisión y sin egoísmos, si no entendemos la solidaridad con cualquier rincón español de igual a igual, si no perdemos nuestros miedos y defendemos con coraje y unidad lo que hemos venido construyendo entre todos, no reuniremos la fuerza necesaria para evitar caer en servidumbres propias de los esclavos en los que quieren convertirnos. Por el momento, somos sólo aspirantes, aunque no sé en qué grado masónico.

Autor: Perry
Publicado el 7 de octubre de 2005

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