A propósito de las manifestaciones de Pascual Maragall, en las que con una jeta inmensa quiso evocar la Constitución y no se le ocurrió otra cosa que pedirnos a los españoles que respetásemos la idea de una nación catalana, la secretaria de política cultural de Esquerra Republicana de Catalunya, Marina Llansana Rosich, ha comentado que no veo por ningún lado la España plural que propugnan Zapatero y Maragall. Luego ha añadido, con un nuevo retorcimiento de brazo al político que se supone dirige el Gobierno catalán, que la España plurinacional es un paso positivo en el trayecto que tiene como estación final la independencia.
Las declaraciones de esta niñata llamada Marina, puesto que la portacoz de ERC aunque diputada en el Parlament no deja de ser una criaturita fogosilla que habla al dictado de su Fürer, demuestran una vez más que esto del nacionalismo no tiene un arreglo sensato y que quien no se haya enterado aún no merece ocupar un cargo público, y mucho menos si es el de presidente del Gobierno de España.
Cualquiera sabe que el nacionalismo es un pozo sin fondo que se lo traga todo y que en realidad lo que ahora declara como meta, la independencia, no deja de ser sólo el primer paso de lo que Esquerra ambiciona: Esa Gran Cataluña que hasta los peces del mar deberán llevar la cuatribarrada, puesto que Els Països Catalans, término que en sí ya molesta a bastante gente, es una expresión eufemística muy similar a la usada por Serbia cuando se denominaba Yugoslavia para enmascarar la Gran Serbia.
Ante el cúmulo de afirmaciones sediciosas como las que ha vertido en estas fechas la nutrida clase nacionalista, que para mayor escarnio ha efectuado en los aledaños del día de la Constitución, la parejita compuesta por ZP y el Honorable ha quedado como lo que son: Verdaderos mentecatos que se muestran incapaces de refrenar a sus socios de gobierno. La reacción de los dos dirigentes socialistas (¿?) ha sido el silencio, un silencio sepulcral que les ratifica la condición de comatosos políticos con vocación de fallecer a medio o corto plazo, es decir, tan pronto como vayan llegando al Congreso de los Diputados las constituciones nacionales que se elaboran a marchas forzadas en los parlamentos catalán y vasco.
Estos políticos que ahora nos gobiernan, es un decir caritativo, quizá agoten sus respectivas legislaturas, o casi, dando largas a las cuestiones incómodas y usando todo tipo de artimañas para contentar a sus socios. De momento les complacerán con dinero, a lo basto, como se demuestra el hecho de que en los presupuestos generales del Estado se paralizan bastantes inversiones en territorios gobernados por el PP y esas partidas se destinan a la seducción de voluntades periféricas.
Pero llegará un momento, cuando los nacionalistas consideren que su propia supervivencia depende de lo que se avance en esa cosa rara que llaman estado asociado, en el que ZP y su colega catalán (con perdón de los catalanes, ellos no tienen ninguna culpa de que les haya salido rana) no tendrán más remedio que plantear a la Nación española, única no ficticia, el cambio del artículo octavo de la Constitución. Y eso ocurrirá, como muy tarde, en dos años. Dos años que pasan volando pero en los que aún caben tropecientas tropelías de los trapisondistas cismáticos. Tropelías o atropellos, como se quieran llamar, que sin duda se plantearán a troche y moche.
No basta con que Bono afirme que le gusta el artículo octavo y que no piensa proponer cambio alguno, esperemos que no sea el propio ministro quien cambie, o lo cesen, a petición de Maragall, como se le cambió de Interior a Defensa a propuesta del mismo sujeto. No es suficiente con que Marín, el presidente del Congreso, a quien comienza a olerle la cabeza a humo, diga que la Constitución ni destruye ni uniformiza y posee un carácter flexible, que es algo así como decir que poseemos una constitución Semilla de Oro, ese pan de molde que lo aguanta todo y a partir del cual que hay barra libre para proponer cuanta flexibilidad convenga.
Ni siquiera basta, y por aquí ya vamos mejor, que Rajoy rechace la idea de comunidad nacional propuesta para Cataluña por Maragall, con el visto bueno de Zapaterito el apocadito, y además exija la retirada de la reforma judicial, clave y trasfondo de todo este asunto en la España plurinacional que se avecina; eso sí, como un estado transitorio y hasta que alcancemos la España histórica, que es como ciertos estados-naciones de nuevo cuño en la península Ibérica definirán a la España que lo fue durante unos cuantos siglos hasta que accedió al poder un tal Rodríguez, el necio incompetente.
Lo que sí bastaría, a mi entender, es una España echada a la calle que manifestase su rotundo apoyo a la Constitución y a la separación de poderes, una de las normas imprescindibles de la democracia que este Gobierno socialista se propone adulterar. Porque si se considera que España supo clamar contra el cruel asesinato de Miguel Ángel Blanco o contra los atentados del 11-M, que supusieron la muerte de tantos inocentes, uno se pregunta cómo es posible que España aún no haya sido capaz de salir a defenderse a sí misma, lo que equivale a defendernos a todos.
En resumidas cuentas, si dejamos que los nacionalistas abusen de la apología separatista el mismo día en que se celebra la Constitución española, sin que el político que figura de número uno en la lista elegida para defenderla diga nada en contra de esas felonías expresadas, semejante situación de impunidad y dejadez sólo significará una cosa: Los españoles, como nación, tendremos lo que nos hayamos merecido.
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