Maragall lo está consiguiendo. Cuando apenas lleva un año en el poder, incluso su rostro, de ayuna sonrisa y expresión resentida, se parece cada día más al de Lluís Companys, ese presidente golpista que sólo el triunfo muy discutible del Frente Popular en el 36, al concederle un indulto aún más discutible, evitó que cumpliese los 30 años de prisión a los que había sido condenado por rebelión contra la República española.
La fotografía de Maragall que hoy publica La Razón confirma lo indicado si la comparamos con esta otras de apenas unos meses atrás. Las imágenes hablan por sí solas. Maragall ha querido ofrecernos un semblante institucional que se asemejase a la sobriedad y le diese empaque, pero le ha salido el reconcomio que lleva dentro y que explicaría el disgusto que siente hacia esos socios separatistas que le instigan sin tregua, así como la sensación de encontrarse sin soporte suficiente para crear por libre adhesión la Gran Cataluña que él desea, única obra institucional que le permitiría igualarse a Jordi Pujol, su antecesor, su referente ideológico y su bestia parda.
En la víspera del día de la Constitución española, que el político catalán no piensa conmemorar de ningún modo puesto que lo de Gerona fue un acto hipócrita, a Maragall no se le ocurrió otra cosa, como acto más significativo, que soltar un discurso-mitin en el que apeló a que los españoles tengamos más respeto hacia la nación catalana. Añadió: que cada nacionalidad histórica sea considerada como una comunidad nacional y, asimismo, apoyó lo que él denominó dar cabida (mediante la reforma de la Constitución) a la nación de naciones que es España. El acto en sí, discurso incluido, no hizo otra cosa que acreditar su enorme falta de respeto hacia España y hacia una Carta Magna de la que se deriva su propia poltrona.
Este hombre, en su paranoia nacionalista recién confesa, puesto que siempre atacó a Pujol en ese terreno, se olvida de que muchos de los españoles jamás reconoceremos que Cataluña ni ningún otro territorio tienen derechos a ser declarados naciones, puesto que representaría la fractura de España, única nación que nos vale. Lo que no quiere decir ni por asomo que tengamos falta de respeto a Cataluña; bien al contrario, precisamente porque respetamos mucho esa región española (y algunos la amamos), como respetamos a la España toda, nos resistimos a secundar unas veleidades políticas que ni siquiera el propio pueblo catalán secunda, como lo demuestra la última encuesta elaborada por la propia Generalitat catalana, que denominan Barómetro de opinión y que se elaboró en octubre pasado, donde sólo un 20,6 % se decanta por un estado independiente, que es la situación que resultaría de considerar una nación a Cataluña.
En el citado Barómetro, donde uno adivina bastante labor de cocina a favor de los políticos que lo han encargado (que por supuesto no son quienes lo pagan) se ofrecen también otros datos interesantes, como por ejemplo que el 42,2 % de los entrevistados se sienten tan catalanes como españoles y sólo un 15% se sienten únicamente catalanes. En este mismo apartado, se añade otro grupo compuesto por el 27,6 % que declara sentirse más catalán que español. Los tres grupos ya citados suman el 84,8 %, lo que significa que entre los que se pronuncian falta un cuarto grupo del 15,2 %, que vergonzosamente no figura en los resultados, y correspondería al de los que se sienten solamente españoles o más españoles que catalanes.
¿Qué relación tiene el Barómetro de opinión con las declaraciones de Pascual Maragall en el día ayer? Pues muy sencillo, que ambas circunstancias bien enlazadas y analizadas no pueden si no llevarnos a una conclusión: Quien no respeta a Cataluña es el propio Maragall. Porque en la región catalana, desde cualquier punto de vista político que se valore, lo verdaderamente sólido es la opinión de sus habitantes. Y si sumamos la cifra del 42,2 % que se ofrece con la del 15,2% que intencionadamente se omite, llegamos a la conclusión de que en Cataluña hay un 57,4 por ciento de habitantes que a sí mismos se consideran españoles, además de un 27,6% que se consideran más catalanes pero no antiespañoles.
Tales resultados son magníficos y dicen mucho a favor del sentido de la realidad y la historia que el pueblo catalán posee. Si además evaluamos los años de adoctrinamiento antiespañol al que han estado sometidos los catalanes por el régimen pujoliano, aun así se constata que la inmensa mayoría de ellos reaccionan en clave española. Es más, si tenemos en cuenta la más que probable falta de ecuanimidad del Barómetro, como lo demuestra el hecho de que se omitan resultados muy importantes, y si valoramos la realidad palmaria de que a Maragall no se le eligió para que le derrapase por el lado nacionalista a CiU, sino todo lo contrario, resulta lógico deducir lo siguiente:
-Pascual Maragall es un político veleidoso y a remolque de ERC en su obsesión nacional catalana, que encima actúa contra el interés o deseo de sus votantes y con el único propósito de conservar el escaso poder que le ofrece su propio grupo político en el Parlamento catalán, con el que no hubiese llegado jamás a presidir la Generalitat si antes no hubiese abonado los 30 denarios de plata a Esquerra, circunstancias éstas que le definen como un egoísta y mal catalán.
-Pascual Maragall se siente muy presionado y mediatizado en el aspecto nacionalista por el infame Carod, quien como mucho personalizaría a esa minoría del 20,6% que en el Barómetro responde que quiere la independencia.
Artículo publicado el 6 de diciembre de 2004
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios moderados.