“Y replicando a los constantes epítetos de “fascista” de las izquierdas, Gil Robles advirtió a la mayoría del Frente Popular que jamás habría paz en España si ellos cortaban toda discusión razonable calificando a sus oponentes de fascistas”. Gabriel Jackson, La República Española y la Guerra Civil, Barcelona, RBA Coleccionables, S.A., p. 203.
Aunque no es Gabriel Jackson precisamente uno de nuestros historiadores predilectos, hemos elegido estas escuetas líneas suyas que resumen a la perfección la posición que el 16 de junio de 1936 mantenía José María Gil Robles en el Parlamento respecto a la continua afrenta de la que era objeto la derecha española escasas semanas antes de comenzar la Guerra Civil. Afrenta que no era otra que la continua calificación de “fascista” a la que se sometía a la famosa media España que no se resignaba a morir, parafraseando al propio Gil Robles.
Como se puede comprobar, la consigna “antifascista” lleva funcionando ya muchas décadas; tantas como las que hay desde el propio nacimiento del fascismo italiano. La emergencia del movimiento político mussoliniano facilitó a la Comintern el señuelo perfecto para estigmatizar cualquier movimiento contrarrevolucionario del tipo que fuera: nacionalista, tradicionalista, capitalista, conservador o burgués, y que supusiera un freno a la expansión del socialismo “real”. Fueron, en cualquier caso, los frentes populares español y francés los grandes maestros en explotar esta consigna, llevándola hasta el absurdo, tal y como señaló ese gran liberal español, al que tanto admiramos, y que se llamaba Miguel de Unamuno. Denunciaba éste en 1936 cómo el mero hecho de que cualquier provocador izquierdista gritara en una localidad española “¡Fascista!¡Fascista!” para que el aludido tuviera que escabullirse en el acto.
Bien. Parece que, como en los viejos tiempos, los de las que ya creíamos más que superadas dos Españas, el PSOE ha relanzado la consigna del “antifascismo” contra cualquier oponente tenaz, eficaz e inteligente que critique con argumentos de peso la desacertada labor del Gabinete tancredil. Gabinete que, por otra parte, está demostrando con creces una suicida dirección intervencionista y un rupturismo institucional que nos pueden llevar a la más absoluta de las quiebras.
Pero, volviendo al asunto que nos ocupa, no puede ser fruto de la casualidad la coincidencia temporal de tres declaraciones de corte jacobino y neofrentepopulista lanzadas por tres dirigentes socialistas, tan sectarios ellos, como las doctrinas en las que se amparan. Y nos referimos concretamente a José Bono, quien llamó “ultraderechistas” a los manifestantes que le abuchearon e insultaron hace unos días; José Blanco, que sin venir a cuento llamó de “extrema derecha” a Esperanza Aguirre; y Juan Alberto Belloch, que llamó “fascistas” y de “extrema derecha” a Federico Jiménez Losantos, a los oyentes de la COPE y a los manifestantes de la AVT que increparon al propio José Bono.
Que nadie se equivoque porque esta aplicación socialista de unas macabras reductio ad Hitlerum, reductio ad Mussolinium y reductio ad Lepenum tiene un objetivo claro: hundir la línea de flotación del sector de la derecha liberal-conservadora que, con la libertad de expresión que le garantiza la Constitución Española, se mantiene más firme en la crítica de la demagogia de los demagogos, las mentiras de los mentirosos y las corrupciones de los corruptos.
Si vivimos en un Estado social y de derecho cuyo soporte político es una democracia parlamentaria, quienes creemos en el liberalismo o, sencillamente, quienes creemos en la Libertad, defenderemos que aquí y en cualquier otra parte, mientras no se ofenda a las personas y no se demuestre que quienes expresan sus opiniones mienten, que cada cual diga lo que quiera. Y afirmando de manera rotunda que en España actualmente no existe de manera ni remotamente organizada ese espectro político calificado como “extrema derecha”; que la demagogia pseudoclerical y patriotera de José Bono está infinitamente más cerca de la “extrema derecha” que el liberalismo de Esperanza Aguirre; y que los oyentes de una emisora de radio o cualquier presentador de dicha emisora no sólo son libres de escuchar lo que ellos quieran, sino que, además, pueden reproducir las opiniones vertidas en dicha emisora las veces que quieran y donde lo estimen oportuno, porque para eso estamos en una democracia liberal y parlamentaria.
Pues bien, repetiremos esto todas las veces que haga falta, pero además nos creemos con la suficiente libertad –de momento- para denunciar que, quienes están agitando de nuevo el fantasma del “antifascismo”, se llamen Bono, Blanco, Belloch, y quienes en adelante se vayan sumando a esta línea de conducta que tanto gustaba a Santiago Carrillo y cuya receta terminó aplicando a su propio padre Wenceslao, tienen ideologías tan totalitarias o más como la que ellos critican, llámense jacobinismo, frentepopulismo, chavismo, castrismo, allendismo y muchas otras con las que nos levantamos y acostamos a diario sin que, por ello, a nadie se le ocurra llamar a estos señores, leninistas o estalinistas.
Autor: Smith
Publicado el 1 de febrero de 2005
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