No hace mucho comenté la postura equidistante de Pedro J. Ramírez y la posible causa que la originaba. Convencido entonces -y ahora- de que el personaje jamás me leerá, en aquella ocasión apostrofé al infinito y le invité a que abandonara su posición a mitad de camino entre la jauría y la presa atada a la estaca, que es ese punto donde se sitúan los pagados de sí mismos para pontificar a los sicarios y que no usen balas explosivas, que desgarran demasiado. Eso sí, después de pedirles a las víctimas que dejen de temblar y faciliten la labor acribillante; más que nada, porque alguna razón tendrán los de la Parabellum para obrar de un modo tan dialectal (un tiro sí, dos no) mediante el uso de sus trabucos ideológicos.
Pedro J. no es que sea así, es que así parece que sea cuando defiende determinadas causas llamadas a quedar con el trasero al aire al cabo de pocas semanas, como fue su apoyo "solapado-a las claras" a ZP, contra la entrega de una entrevista a 30 días vista (valga la consonancia) que le hizo aumentar la tirada en 63.517 ejemplares y otras tantas promesas volando. O como su recomendación de que los americanos votasen a Kerry, simplemente porque Bush, conforme a las consignas escuchadas por el periodista en las orgiásticas y pendencieras procesiones de la izquierda, había iniciado una guerra ilegítima, inmoral e injusta que pudo contrastarse luego -que ya se sabe la obligación de contrastar del reportero- al pedirles la opinión a esos cadáveres que, de 15.000 en 15.000, ocupaban unas cuantas fosas comunes mandadas excavar por Sadam. Naturalmente, ninguno de los asesinados negó la ilegalidad de la guerra y Pedro J. sigue aún sacando pecho con cada muerto o atentado que se produce en Iraq. La portada de hoy en El Mundo digital (13:00 horas), en la que la frase el lujo de votar queda recluida en un pequeño recuadro abajo a la derecha, acredita su necesidad de que los muertos, destacados en rojo al inicio de la página, le den la razón de un modo u otro.
Estoy convencido de que el director de El Mundo debe ser un tipo formidable y tierno, siempre que se le llegue con la suficiente coba a su ego, claro, o se le caiga en gracia. Y el tándem Aznar-Bush no supo entusiasmarle durante el tiempo necesario aun cuando Aznar, al principio, parecía hijo de su obra genético-propagandística. De otro modo, la única justificación del periodista a tanto panegírico izquierdoso de los últimos tiempos sería su envenenamiento masivo con el virus de la petulancia (variante P), que es el que se adquiere cuando a uno le da el aire de imperioso y se sitúa en pose de personalidad preferente cual preboste patológico. ¡Por Dios, lo que me ha salido! Pues lo dejo, ¡ale!
Aunque vicepresidente de la opinión pública española (preside la sesión Jesús del Gran Poder, todos en pie), Pedro J. no está solo en ese prostíbulo del que a veces surgen algunas ideas transmisoras de enfermedades intelectuales, como podría ser la nociva equidistancia de los engreídos y ni siquiera su caso es el peor de los filo-progres que deambulan por El Mundo.
Hay otro tipo mucho más infalible y absoluto que Pedro J., con cara de mendrugo, sin gracia alguna y que va de trascendental por la vida, que responde al nombre de Javier Ortiz y forma parte (o formaba) del Consejo de Redacción del diario, ¡uf! Un diario, como es fácil deducir por los francotiradores radicalizados que alberga, donde gente como Losantos debe entrar con guardaespaldas y chaleco blindado a la altura de la cerviz para evitarse el ataque de algunos colmillos retorcidos.
Pues bien, Javier Ortiz nos ha favorecido reciente-mente (en dos palabras, omítase la segunda si alude a Ortiz) con una encíclica sobre la condición humana. La titula Hablando de cobardes (que es gerundio, supongo). En ella desarrolla la teoría del toro (T) y el triángulo rectángulo (tr), tan conocida de todos pero que, por el mismo precio y puesto que no estamos en la versión de pago de Batiburrillo, aquí la suelto con todo lujo de detalles. Dice el chascarrillo popular: ¿En qué se parecen un toro y un triángulo rectángulo? ¿En qué? -preguntaría el sectario coñobobo de Ortiz-. Muy sencillo, el toro es una res, res en catalán significa nada; el que nada no se ahoga, por lo tanto flota; una flota es igual a una escuadra y una escuadra es lo mismo que un triángulo rectángulo.
A partir de una afirmación de Mariano Rajoy sobre las dudas iniciales de Ibarreche para acudir al Congreso de los Diputados a defender su Plan, en la que el jefe popular llegó a decir que si no acudía demostraría su absoluta falta de valentía política y su carencia de argumentos, Javier Ortiz llega a la conclusión, sin citarlo, que el cobarde en este caso es Rajoy, puesto que huye de la polémica franca y abierta. Eso sí, a renglón seguido niega que llame cobarde a nadie. En medio de lo que afirma Rajoy (T) y la conclusión del columnista de El Mundo (tr), se inserta como teoría del T=tr todo un racimo de tergiversaciones, semi-verdades, falsedades ramplonas y frases delictivas, como por ejemplo: En las tertulias radiofónicas matritenses, tan influyentes en el modelado de la opinión pública española, hay algo así como ocho o diez opinadores de origen vasco, pero no hay ni uno solo que muestre comprensión hacia las posiciones soberanistas y pueda explicárselas a una audiencia que, con muy contadas excepciones, las desconoce. En el párrafo anterior, el abertzale Javier Ortiz realiza una auténtica apología del separatismo que él disfraza de soberanismo y lo convierte en víctima de las modeladoras (¿?) tertulias matritenses. Eso sí, en el País Vasco todo el mundo puede decir lo que piensa con la mayor de las libertades y en cualquier sitio. Hasta que te matan, claro.
Donostiarra, colaborador de Radio Euskadi y la ETB, pero residente en Alicante y junto al mar (como tantos nacionalistas aprovechados que disfrutan de lo mejor de ambos mundos), es de esperar que al paniaguado de los cismáticos y palurdo (no hay más que leerle), puesto que en su biografía sólo reconoce como asignaturas aprobadas algunas sesiones de cárcel y un exilio (a saber por qué), no tarden en concederle el premio Sabino Arana, que es ese galardón que el PNV otorga a cuantos Judas nacionales e internacionales son capaces de prestar oídos o vociferar a favor de la xenofobia y la ideología del pedrusco. La comprensión con la causa sabiniana, como es fácil deducir de los panfletos ortizanos, rinde sus buenos beneficios a cualquier plumífero adicto, hasta el punto de que Ortiz se permitió el lujo de rescindir su contrato con Pedro J., quien, ahora que lo pienso, debe ser un tipo arcangélico si lo comparamos con el que fue su subdirector y jefe de opinión de El Mundo hasta el año 2004. ¡Qué no le habrá dado el separatismo al tal Ortiz para que ataque de semejante forma a Rajoy! Decididamente, El Mundo puede ofrecernos lo mejor cuando sus reporteros tienen las manos libres y lavadas de doctrina, pero no es descartable que en la sede del diario se acoja o se haya acogido a más de una inmundicia.
Yo no llamo inmundo a nadie. Me limito a señalar hechos. Ortiz dixit.
Publicado el 30 de enero de 2005
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