En el haber de Tony Blair está el haber conseguido, como nadie, sacar al Partido Laborista de su atolladero socialdemócrata. Nadie como él se había percatado de que la Historia seguía su curso, que el Muro había caído para siempre y que los tics socialdemócratas y brandtianos ya no tenían mucho sentido en una Europa cada día más acosada por la competencia económica internacional y con nuevos retos sobre la mesa, como la inmigración y el multiculturalismo.
En un alarde de generosidad democrática sin precedentes en la historia española postfranquista, y que ya pudimos comprobar cómo le fue pagado en los tensos días del 11 al 14 de marzo del 2004, José María Aznar cumplió su promesa de no presentarse a las elecciones para un tercer mandato. La idea nos pareció brillante desde el primer momento, dado que la regeneración democrática, tan escasa a niveles autonómicos, pasa en primer lugar por la renovación del personal. Otra cosa es la ejecución práctica, fallida desde el momento en el que el delfín fue presentado, a nuestro juicio, con demasiada tardanza.
Tony Blair, quizás porque ha visto las barbas de José María Aznar mojadas hasta las orejas, ha dicho que su máxima ilusión presente es gobernar una tercera legislatura. No es una decisión ésta que sea de nuestro agrado porque, repetimos, la democracia, cuanta más rotación de políticos ofrezca, mayores garantías de renovación y de lucha contra corruptelas estancadas puede presentar. No obstante, en el haber de Tony Blair encontramos algunos planteamisntos de su Tercera Vía, expuestos en la Declaración de Checkers, la combinación de algunas políticas económicas liberales junto con ciertas reformas sociales y su incondicional apoyo a los EEUU en la lucha contra el terrorismo internacional y en la expansión mundial de las democracias. Una izquierda, por cierto, la blairista, bien distinta de la zapateril.
Autor: Smith
Publicado el 13 de febrero de 2005
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