Otro segundo partido socialista estaría formado por los amantes de lo diferencial, que son ese grupo de gente dispuesta a idolatrar el multiculturalismo y la España plural, y a secundar, cuando no a iniciar, toda suerte de contubernios disgregadores. La principal característica de los socialistas filonazis es su gigantesco desprecio a todo lo que suene a España. Para ellos, ser antiespañoles y disputarles la liguilla en su propio campo a equipos como PNV-EA, CiU, ERC o BNG representa algo así como si el Baracaldo o el Nastic de Tarragona jugasen la Liga de Campeones.
En España, estos socialistas periféricos no se sienten en primera división ni disfrutan del juego si se respetan las reglas, porque la división (término de lo más adecuado en este caso) pretenden crearla ellos, con sus propias normas y sin consultar a todo el que pudiese acudir al estadio. Prefieren que el nuevo reglamento sea ratificado tan solo por unos cuantos miles de socios a los que previamente se les ha regalado el carné y a los que antes del encuentro invitan a merendar y a ocupar las mejores localidades.
Estos socialistas filonazis, un término que les define a la perfección y que abundan sobremanera en territorios con aberrante denominación de históricos, como si Asturias, Castilla o Aragón (por ejemplo) hubiesen permanecido junto a las Azores hasta el año 78, también se caracterizan por la infidelidad permanente a sus electorados, puesto que se nutren principalmente de población emigrante que repudia el separatismo y esa barbaridad conocida como hechos diferenciales. Y aún así, sólo Dios sabe cómo, estos socialistas consiguen abundantes votos españolistas elección tras elección, lo que demuestra que el elector no tiene memoria, que la propaganda de la izquierda es insuperablemente eficaz y que el pueblo español posee el mayor número de benditos por metro cuadrado de toda la Unión Europea. Unos benditos a los que se les dora la píldora durante los quince días de campaña electoral y luego se les humilla el resto de los cuatro años siguientes.
Otra característica del socialismo con estilo de tinto de verano, como podría denominarse también a esa mezcla de ideología entre planetaria y aldeana que aspira a elevar al hombre a la condición de siervo de los nazis, es el escandaloso número de gente con pedigree, de buena casa, que predomina en sus ejecutivas regionales y en sus candidaturas. Si uno observa las papeletas electorales de esos socialistas tan proclives al hermanamiento de sangre con los nazis, afinidad que muchos de ellos desearían ejercitar a todas horas, advertirá enseguida que sus nombres son perfectamente intercambiables por los de otras candidaturas descaradamente separatistas. Incluso se ha dado el caso, como si se hubiese establecido un pacto mafioso para copar todo el mercado político, de encontrarnos los mismos apellidos patricios tanto en una lista electoral como en la rival.
Luego la conclusión a la que uno puede llegar en este asunto, conclusión ciertamente lamentable, es que el pueblo llano que es ajeno al nacionalismo, al que lo único que le interesa es incrementar su bienestar cotidiano, jamás ocupará unos escaños que tiene vedados a consecuencia del enjuague nazional-socialista. Por eso en el Parlamento catalán nadie osa hablar en español, como si fuese una lengua maldita, ni será fácil que el Parlamento vasco deje de prestarle amparo a esa Batasuna que el Tribunal Constitucional ilegalizó. Porque en el fondo, se trata de los mismos perros con distintos collares.
Artículo publicado el 27 de noviembre de 2004
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