Se supone que a Maragall le votaron los catalanes para que sentara en el banquillo político al nacionalismo corrupto en pesetas o en euros, que la corrupción convergente igual se remonta a la época de Juno Moneta, a quien los romanos dedicaron el templo donde se acuñaban sus denarios y sestercios. Se supone, a la par, que Maragall fue señalado por muchos como el hombre que debía relevar a un partido pujolista caracterizado como eficaz corruptor de las ideas y la educación en Cataluña, indiscutible dolencia de un pueblo quizá aún inconsciente de que le han quemado la sangre a diario y durante cerca de un cuarto de siglo (en 2005).
Se sospecha que algunos de los votantes de Maragall, probablemente cientos de miles, junto al voto le enviaron un mensaje de libertad para que derogara el decreto de prisión preventiva del castellano e impartiera normas para que oficialmente se respetaran por igual los dos idiomas propios de los habitantes de Cataluña: castellano y catalán, idiomas anotados, en este caso, por orden del mayor número de sus hablantes; eso sí, en la calle y bien alejados de sedes públicas, aulas o patios de colegio.
Se dice que Maragall fue animado en las elecciones a que adoptase medidas que le proporcionasen a Cataluña un giro mucho más social que nacionalista, no porque el socialismo y sus clásicas actitudes sectarias se echasen de menos en el Principado, sino porque la patriotería rancia y enquistada de Pujol y su hereu se echaban de más y comenzaban a asfixiarlo todo a pesar del clientelismo que comprendía ya tres generaciones de votantes, desde el anciano que llegó a votar a Cambó y reanudó su actividad electiva con Pujol, hasta el jovencito que cumplió los 18 años la víspera de las últimas autonómicas.
Se cree, en resumen, que el pueblo de Cataluña le pidió al PSC, fatalmente liderado por un quintacolumnista nazi como Maragall, un soplo de aire fresco que comenzase a normalizar, esta vez en serio, la vida ciudadana. Una vida donde en cualquier actividad y a diario se venían escuchando los llamamientos al cop de falc que debían propinarse a quienes -¡qué horror!- guardasen alguna esencia de españolidad en sus corazones. Una vida que pedía a gritos dejar la politiquería nacionalista a un lado y que los ocupantes del Parlament, tan distanciados desde siempre de los ciudadanos, se dedicasen a lo que de verdad interesa al pueblo: la creación de prosperidad y la salvaguarda de la libertad individual, actividades ambas sometidas al desistimiento de muchos de los parlamentarios catalanes.
Pero qué hizo Maragall con los votos recibidos: ¡pensar en sí mismo! Sí, sólo en sí mismo y en llegar a cualquier precio a la presidencia de la Generalitat. No le importó nada aliarse a un partido independentista confeso con el que suscribió un pacto infame, El Tinell, en una de cuyas cláusulas se indica: avanzar en la expresión plena de la nación catalana, como si esa idea mortificase las mentes de los ciudadanos en lugar de arraigar casi en exclusiva en fanáticos como Carod-Rovira, a quien Maragall le cedió la llave ideológica de lo que el pueblo necesita. Pactó, asimismo, con Iniciativa (ICV), esa coalición de comunistas y ecologistas de la izquierda sarmentosa que propone cambios constitucionales tan frívolos como convertir a las cuatro lenguas españolas (castellano, catalán, gallego y vasco) en oficiales en toda España. No importa si esa multioficialidad nos enfrenta a unos con otros o arruina a las empresas, lo importante es ir más allá del sentido común, plantar la necedad en el desierto y esperar ufano a que eche raíces.
Maragall quiso ocupar el Palau a toda costa y dejó la iniciativa política en manos de quien vino a ser un etarrófilo y enemigo declarado de España, de la que afirmaba con eufemismo (no se atrevía a más) que no le era simpática. A partir de ahí, con ánimo lujurioso de perpetuarse en el poder, se produjo el desembarco del Tripartito en los medios públicos de comunicación, en los que las críticas de las cuestiones políticas que afectan al actual Gobierno catalán pasaron a la clandestinidad por inexistentes. Y así continúan, en el zulo o en el exilio de Madrid, que es donde publican ciertos periodistas, algunos magníficos y a veces geniales como Girauta, Maestre o García Domínguez, que mantienen encendida con gran esplendor la llama de la dignidad periodística catalana, de nacimiento o adopción.
Luego se creó la famosa lista de quienes eran adictos a la causa nacional-socialista en los medios privados, a los que se les llenó el pesebre con regalías y subvenciones, que así está el periodista Franco de cebado, principal regalado y dispuesto siempre a proporcionarle un mínimo de seis páginas de El Periódico a su jefe crematístico, Maragall, para que ladre a todo color cuanto proyecto demagogo quiera ofrecernos sobre la Corona de Aragón o despropósitos similares.
Hubo también una segunda lista, prácticamente en blanco porque de inmediato la prensa se alió con el poder, caso de La Vanguardia, que salvo contadas excepciones los espíritus más volubles se encarnan en los empresarios periodísticos o radiofónicos (véase si no al pujolista indemnizado Luis del Olmo y su cadena de emisoras en Cataluña), en la que aparecían unos pocos ejemplares cuasi imparciales o decantados hacia CiU (verbigracia el AVUI) que fueron pignorados o llamados a la domesticación y al mutismo crítico. La consigna fue: Si deben ladrar, que lo hagan a la Luna. Y por supuesto que dejaron de escucharse los ladridos opinantes en las rotativas, éstos se trasladaron a zonas poco habitadas de la periferia barcelonesa (concejalías de barrio) donde, a veces, se escucha algún guau lastimero y vergonzante en las madrugadas de Luna llena.
Al dominio de esos medios por los que, en un país normal, el ciudadano catalán debía enterarse de las fechorías tripartíticas, como la del Carmelo, asunto sobre el que el nacional-socialismo gobernante decretó a golpe de talonario el apagón informativo, le siguió toda una batería de disposiciones (pocas, el Tripartito no legisla sino que hace reglamentos) a cual más inmoral, de entre las cuales, para no hacer demasiado extenso este artículo, sólo citaré una de ellas que clama al cielo por su grado de obscenidad política: La obligatoriedad de inmersión lingüística en catalán (nueva en esta plaza puesto que ni CiU se atrevió a tanto) para las personas de la tercera edad, prácticamente el 100% emigrantes de otras provincias españolas, que quisieran aprender a leer y escribir un poquito antes de morirse.
Como remate de la jugada del año y pico en el que Maragall ejerce su despótico y sectario gobierno, ya que es evidente que no lo hace para todos los catalanes y mucho menos para la base de sus votantes, ahora nos viene a decir este señor (es un hablar) que se siente como una mujer maltratada. Y uno se pregunta, qué deberían decir los habitantes del Carmelo, los estudiantes de la tercera edad, los medios de prensa sometidos al dogal político o los ciudadanos a los que este hombre arrebató el voto para ofrecérselo en un pebetero a quien desea que Cataluña se aleje de España y encima sean los votantes del PSC, de mayoría charnega (se les sigue llamando así, que no se me enfade nadie) los que remen mediante el nuevo Estatuto en esa travesía pérfida que otro charnego, Vélez-Carod, propone.
Publicado el 7 de marzo de 2005
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