jueves, 14 de diciembre de 2017

Libros. 1. El diccionario del Diablo


Como no todo va a ser crítica política, porque en ese caso deberíamos cambiarle el nombre a la bitácora y en lugar de llamarla Batiburrillo (de todo un poco) tendríamos que ponerle algo así como A piñón fijo, he decidio incluir una nueva sección (Smith que haga de su capa un sayo, que ya es mayorcito), copiando descaradamente la que Manel nos ofrece en HispaLibertas, para hablar de uno de mis temas preferidos. Manel se sirve de la música que posee o conoce, yo usaré los libros que he leído o tengo pendientes en una inacabable lista de espera. Lástima que necesite otras siete vidas y media, como los gatos, para degustar las raspas de sólo una parte de esa lista tan apetitosa.

Después de meditar durante varios días el título que debía ponerle a la nueva sección, al final he decidido hacer acopio de ese ingenio a raudales que nunca me falta (como la modestia) y creo que la llamaré “LIBROS”. Sí, “Libros” suena medianamente a material de lectura y podría dar el pego entre los lectores de Batiburrillo, a los que tanto debo y tanto quiero. Je, je, je. No es mal inicio, ¿eh? De modo que a ello voy y comienzo por el principio iniciando mi reseña número uno. Jo, macho, estoy que me salgo.


Hace poco descubrí un libro que no tiene desperdicio, sus páginas contienen una genialidad tras otra. Me refiero a “EL DICCIONARIO DEL DIABLO”, inicialmente titulado “Diccionario del cínico” (1906), de  Ambrose Gwinett Bierce. Igual creo que he descubierto la dinamita y resulta que estoy escribiendo sobre todo un clásico norteamericano, pero os aseguro que no tenía ni repajolera idea de que hubiese un autor de gran talla llamado Ambrose G. Bierce. El señor Bierce nació en 1842, en Ohio, y no se sabe cuándo ni dónde falleció. Se le da por desaparecido en 1914 en territorio mejicano, donde se marchó a participar en su Revolución. Bierce fue sobre todo un columnista y escribió para varios diarios de William Randolph Hearst, lo que de algún modo justificaría su marcha a la Revolución mejicana, harto de un jefe tan déspota.

De Ambrose Bierce podría decirse que era un misántropo y un nihilista (además de misógino), como se refleja en muchas de las definiciones de su obra. Quizá influyó en su carácter insociable y descreído ser el hijo poco querido en una familia muy humilde, a la que odiaba, con nueve hermanos mayores que le amargaron la niñez. Acaso influyó también su paso por el Instituto Militar de Kentucky y su posterior incorporación como voluntario en el bando de la Unión a la Guerra Civil norteamericana. Lo cierto es que todas sus fobias y desprecios a la especie humana no le restan ni un ápice de genialidad. Ahí va una pequeña muestra:

Abandonado, s. y adj. El que no tiene favores que otorgar. Desprovisto de fortuna. Amigo de la verdad y el sentido común.

Abdomen, s. Templo del dios Estómago, al que rinden culto y sacrificio todos los hombres auténticos. Las mujeres sólo prestan a esta antigua fe un sentimiento vacilante. A veces ofician en su altar, de modo tibio e ineficaz, pero sin veneración real por la única deidad que los hombres verdaderamente adoran. Si la mujer manejara a su gusto el mercado mundial, nuestra especie se volvería granívora.

Aborígenes, s. Seres de escaso mérito que entorpecen el suelo de un país recién descubierto. Pronto dejan de entorpecer; entonces, fertilizan.

Absoluto, adj. Independiente, irresponsable. Una monarquía absoluta es aquella en que el soberano hace lo que le place, siempre que él plazca a los asesinos. No quedan muchas: la mayoría han sido reemplazadas por monarquías limitadas, donde el poder del soberano para hacer el mal (y el bien) está muy restringido; o por repúblicas, donde gobierna el azar.

Abstemio, s. Persona de carácter débil, que cede a la tentación de negarse un placer. Abstemio total es el que se abstiene de todo, menos de la abstención; en especial, se abstiene de no meterse en los asuntos ajenos.

Aburrido, Adj. Dícese del que habla cuando uno quiere que escuche.

Acreedor, s. Miembro de una tribu de salvajes que viven más allá del estrecho de las Finanzas; son muy temidos por sus devastadoras incursiones.

Admiración, s. Reconocimiento cortés de la semejanza entre otro y uno mismo.

Adoración, s. Testimonio que da el Homo Creator de la sólida construcción y elegante acabado del Deus Creatus.

Alianza, s. En política internacional la unión de dos ladrones cada uno de los cuales ha metido tanto la mano en el bolsillo del otro que no pueden separarse para robar a un tercero.

Almirante, s. Parte de un buque de guerra que se encarga de hablar, mientras el mascarón de proa se encarga de pensar.

Ambición, s. Deseo obsesivo de ser calumniado por los enemigos en vida, y ridiculizado por los amigos después de la muerte.

Amistad, s. Barco lo bastante grande como para llevar a dos con buen tiempo, pero a uno solo en caso de tormenta.

Amnistía, s. Magnanimidad del Estado para con aquellos delincuentes a los que costaría demasiado castigar.

Año, s. Período de trescientos sesenta y cinco desengaños.

Batalla, s. Método de desatar con los dientes un nudo político que no pudo desatarse con la lengua.

Benefactor, s. Dícese del que compra grandes cantidades de ingratitud, sin modificar la cotización de este artículo, que sigue al alcance de todos.

Caaba, s. Piedra de gran tamaño ofrecida por el arcángel Gabriel al patriarca Abraham, que se conserva en La Meca. Es posible que el patriarca le pidiera al arcángel un pedazo de pan.

Cañón, s. Instrumento usado en la rectificación de las fronteras.

Cita, s. Repetición errónea de palabras ajenas.

Deber, s. Lo que nos impulsa inflexiblemente en la dirección del lucro, por la vía del deseo.

Destino, s. Justificación del crimen de un tirano; pretexto del fracaso de un imbécil.


Publicado el 8 de marzo de 2005

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