En la imagen, un iconostasio o altar de iconos de una iglesia ortodoxa rusa, heredera de una ortodoxia bizantina cuyas actividades son objeto del presente artículo. |
Dice Zapatero que “ya nadie insulta a los manifestantes ni llamamos a nadie líder de pancartas”. El nano-estadista probablemente se refiere a “pancantero”, que es lo que ha sido él durante más de dos años hasta llegar de chiripa al poder. De todos modos, en la manifestación de ayer a favor de las víctimas del terrorismo no creo que nadie le llamara asesino, como así le reiteraron al entonces jefe del Ejecutivo, José María Aznar, en las jaranas callejeras presididas por ZP, siempre sonriente, sobre todo al escuchar los improperios dirigidos a Aznar.
Ya me guardaré yo bien de llamarle asesino a nuestro prohombre, aunque el que pretende pactar con asesinos como los etarras merece un apelativo: Pónganlo ustedes, los lectores de este blog. Pero lo que si me atrevo a llamarle, porque se lo merece, es caradura, sobre todo cuando afirma: “Fijaos si ha cambiado la situación, que ahora los medios públicos de comunicación no ofenden a los telespectadores y no ocultan lo que ocurre en la calle”. ¿Cómo debemos de llamar, pregunto, al hecho de que TVE prefiera ofrecernos una película del Landa y pase de retransmitir la gran manifestación a favor de las víctimas del terrorismo?
A diferencia de cuando ZP y sus mariachis salían en procesión cada fin de semana, que todas las cadenas nos ofrecían minutos y más minutos de las orgías callejeras, si no hubiera sido por Tele Madrid, la única emisora que no está controlada o mediatizada por el Gobierno, en esta ocasión probablemente hubiéramos tenido que ver las imágenes por la radio. Sí, por la radio. ¿Me has oído, caradura? ¡Por la radio!
El cuerpo me pide rescatar en Batiburrillo un artículo del que me siento muy satisfecho (con perdón) y que inserté como un comentario en la bitácora amiga Ajopringue (desaparecida hace varios años). Creo que viene muy a propósito de lo que entonces opinaba y sigo opinando de las manifestaciones de la izquierda y el nacionalismo. Disfrútenlo (de nuevo con perdón) si tienen paciencia.
Ajopringue, Abril 8, 2004 11:20
En las primeras décadas del siglo VIII, el clero del Imperio bizantino ejercía una enorme influencia en la población y mantenía a la Iglesia fuertemente ritualizada, casi circense. Dicho clero estaba compuesto por varios miles de religiosos, sobre todo monjes, numerosos sirvientes y campesinos gremiales que cultivaban las propiedades eclesiásticas. Se calcula que sólo en la ciudad de Constantinopla, además de las abundantes iglesias, había casi un centenar de monasterios abarrotados de frailes que poseían innumerables iconos y supuestas reliquias que Elena, madre de Constantino I, puso de moda coleccionar.
Los iconos y las reliquias salían en procesión varias veces al año en las principales ciudades del Imperio. En Constantinopla, las marchas estaban encabezadas por el Patriarca, los obispos, abades y archimandritas. A menudo comenzaban al alba, recorrían buena parte de la ciudad y retornaban a Santa Sofía, con la misión cumplida: El pueblo había sido adoctrinado una vez más mediante imágenes, cánticos, sahumerios y parafernalia. Las procesiones eran más frecuentes y numerosas cada año, pero el Imperio Bizantino se derrumbaba, perdía territorios ante los búlgaros y, sobre todo, ante el Imperio islámico de Damasco.
El emperador León III, conocido en la historiografía como el Isaurio, se vio obligado a combatir el exceso de unas imágenes y procesiones que turbaban al pueblo y lo volvían insensible respecto al gran peligro en sus fronteras. El clero, sus siervos y sus campesinos, además de estar exentos de bastantes impuestos, carecían de la obligación de prestar servicios de armas en unos momentos históricos en los que cualquier brazo armado era necesario para la supervivencia del Imperio. Así, pues, León III trató de poner orden en un pueblo adormecido por el adoctrinamiento más extremado, donde la corrupción y el enriquecimiento de los clérigos era patente, y promulgó decretos que restableciesen la dignidad y la defensa del Imperio. El movimiento contra el uso religioso de imágenes se conoce como Iconoclasia y fue una larga etapa de enfrentamientos civiles y religiosos ganados finalmente por el clero. Hoy, a León III, se le describe como iconoclasta y se abomina de él dentro del mundo ortodoxo oriental, pero el Emperador salvó a Bizancio de las fuertes acometidas sarracenas y le dio otros seiscientos años de vida.
Casi trece siglos más tarde, en el extremo opuesto de Europa, algunos partidos políticos actúan igual que el antiguo clero bizantino y han transformado su ortodoxia sectaria en iconos cargados de consignas izquierdistas que, con el patriarca a modo de mascarón de proa, a la más mínima pasean en forma de pancartas o difunden sin tregua a través de sus poderosos medios. Apenas influye que “sarracenos” y “búlgaros” nos hayan mostrado sus planes de quebrantar la patria. Los iconodulas o amantes de los iconos, usan de ellos como un ritual insoslayable que agriete toda oposición a sus fines y enajene a la masa que debe incorporarse a la procesión en el largo itinerario hasta alcanzar, de nuevo, Santa Sofía.
Si como ocurrió en Bizantino durante años, al pueblo se le hace llegar a diario las imágenes del bien y del mal, donde el bien está representado en el icono “la izquierda es progreso y libertad” y donde el mal se identifica sistemáticamente con cualquiera de las acciones de gobierno (cuando lo hace el PP), y se le llama mentiroso y facha [o Aznar asesino], no cabe duda de que en situaciones extremas y dramáticas, como la vivida en Madrid el 11-M, el pueblo acudirá al subconsciente y se decantará por la idea icónica de “progreso y libertad”. Habrá triunfado injustamente la teoría iconodula, es decir, el adoctrinamiento del pueblo mediante imágenes. El resultado final consistirá en la toma del poder por las izquierdas.
Es notorio para todo el que posea cierta capacidad de análisis que el clero bizantino está constituido hoy, en España, por un gigantesco grupo mediático en expansión incesante [acaba de comprar 16 emisoras de radio en Cataluña, toda una cadena], al que incluso no le falta su “Jesús del Gran Poder”, y que el centenar de monasterios de Constantinopla, abarrotados de frailes, se ha convertido en más de doscientas emisoras de radio, con otros tantos opinantes a destajo y a tanto la consigna, que difunden y reiteran sahumerios y doctrina a partir de fogonazos icónicos que al pueblo español le corroen el subconsciente y le hacen creer que la libertad y el progreso sólo se la podrá dar gente como Rubalcaba o Llamazares, paladines de la verdad y la libertad amordazadas.
Los numerosos siervos de aquel clero ortodoxo de entonces se identificarían hoy con los militantes de izquierda o nacionalistas, cuya única meta en la vida es la irrupción en la procesión del poder. Quienes antes en Bizancio fueron clérigos, presbíteros y diáconos, con más de un capigorrón o clerizángano en labores accesorias, ahora suelen ser liberados sindicales de poco sueldo, opositores crónicos de escaso talento, universitarios machacones y pendientes de lucir la camiseta del Che, comerciales improductivos hartos de sueldo ruin y comisiones inalcanzables, pasantes de abogado a tiempo parcial y ambición intensa…, actividades que curten lo suyo, despiertan el deseo de sumarse a la opulencia y son proclives a la afiliación política, por lo que es lógico que deseen arrimarse a la jerarquía, abandonar condiciones seglares donde apenas llega el sahumerio y buscar en el icono izquierdista o nacionalista ese refugio acogedor de toda mediocridad o afán advenedizo.
Para el trabajo sucio, el mismo que requiere mancharse las manos de pintura al confeccionar el icono-pancarta, el papel de “campesinos” gremiales al servicio de la ortodoxia izquierdista estaría reservado a gentes que, por el simple hecho de haber dirigido una o más películas de rotundo fracaso, se definen como intelectuales. Esos “campesinos” también suelen componer música monótona de letras groseras o actuar en espectáculos subvencionados por la misma mano que luego muerden. Los hay que presentan programas de televisión catalogados universalmente de basura, sin percibir que es una faceta en las antípodas de la intelectualidad. También hallamos a quien incluso se convierte en musa adinerada de una comunidad a cuyo partido de gobierno difama, quien recoge el sustancioso cheque de un premio y lo usa acto seguido para abofetear el rostro de quien se lo entrega y quien acusa de intentona golpista a la administración que más bienestar y libertad ha propiciado. Todos, en conjunto, poseen el mérito extremo de arrojar su desprecio a las víctimas del 11-M que solicitaron amparo y para las que jamás organizarán un simple acto solidario.
Las figuras del Patriarca de Constantinopla y su obispo auxiliar vendrían representadas por ZP y Llamazares, asidos con entusiasmo indescriptible, casi circense, al icono-pancarta de cada procesión tradicional. Los Pepiños y Calderas concurrirían como abades, repartiendo incienso dogmático a cuanto ciudadano presenciase la comitiva. Y como archimandritas, siempre dialogando con quienes pretendiesen hundir a Bizancio, Roviretxe y Madrazo, acreditados por su nobleza y lealtad al Imperio romano de oriente. Finalmente, el personaje estelar de León III correría a cargo de José María Aznar, denostado igualmente por la ortodoxia icónica de nuestro siglo, al que la historiografía, como al Isaurio, sin duda concederá lo que hoy le niegan los iconodulas: Aciertos y honradez política.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comentarios moderados.