Analicemos brevemente la estrecha colaboración que el PSOE mantuvo con el régimen antiliberal de Miguel Primo de Rivera, el dictador que dominó la esfera política nacional durante el sexenio 1923-1929. Ni que decir tiene que la práctica totalidad de la ciudadanía desconoce este trascendental episodio rocambolesco de cooperación socialista con el Mussolini de España (así definió Alfonso XIII a Primo de Rivera ante el Rey Víctor Manuel III); algo totalmente lógico si tenemos en cuenta que, gracias a nuestra “letrada” clase rectora, casi nadie sabe ya, aunque estacione en alguna gasolinera de Campsa o riegue la huerta con el agua de alguno de sus pantanos, quién fue Miguel Primo de Rivera.
Tan trascendental fueron los años del colaboracionismo entre el socialismo marxista y el corporativismo organicista que, gracias a ellos, a decir de la práctica totalidad de historiadores solventes, el PSOE y la UGT se convirtieron en las fuerzas izquierdistas españolas hegemónicas de la política y el sindicalismo. Primacía que, casi un siglo después, permanece inalterada por diversas razones que aquí no vamos a analizar. En definitiva, durante aquellos años, el PSOE logró dos cosas decisivas: el Gobierno persiguió duramente al movimiento anarquista, cuyo crecimiento quedó suficientemente castrado como para que durante los años republicanos la CNT y la FAI fueran a remolque de la izquierda marxista en las luchas sociales. Y, además, el PSOE adquirió la notoriedad suficiente como para abortar el crecimiento del PCE que, durante la II República, apenas pudo colar un diputado en las Cortes en 1933.
Aunque Miguel Primo de Rivera era partidario de la superación de la lucha de clases, éste no dudó en buscar la colaboración del entonces (y, no se olvide, hasta 1979) partido marxista, para mejorar las deplorables condiciones de vida de los trabajadores españoles. Desde el lado socialista, y emulando la actitud que tuvo el SPD alemán con Bismarck, el PSOE tuvo un acercamiento no exento de oportunismo hacia el Directorio, mientras otros grupos como los cenetistas y los hombres de la restauración (liberales y conservadores) eran prácticamente borrados del mapa político. A los pocos días de iniciarse el Directorio militar, el general Duque de Tetuán visitaba la Casa del Pueblo de Madrid, desde donde emitió emocionadamente estas palabras: “en este centro se da al obrero una orientación de buena ciudadanía”. Con esta visita, el sorprendente matrimonio entre socialismo y primorriverismo, parecía quedar asegurado.
A pesar de la oposición del sector liderado por Indalecio Prieto, la mayoría del Partido Socialista y de la UGT, de la mano de Largo Caballero, el futuro Lenin Español, decidió colaborar definitivamente con el Directorio militar. Esta colaboración, constante y continuada a lo largo de toda la dictadura, fruto quizá de un cierto temor mutuo, fue ratificada en los congresos del partido y del sindicato en 1928. La doble colaboración –política y sindical- del PSOE y de la UGT, consiguió que ambas organizaciones gozaran de una mayor cohesión y operatividad, amén de librarlas de sospechas gubernativas. Los políticos del PSOE inspiraban la abundante -y bastante mediocre, todo hay que decirlo- legislación social del régimen, mientras la UGT gozaba prácticamente del monopolio de la actividad sindical.
Ya desde el segundo día del Directorio, las huestes socialistas decidieron no secundar la huelga cenetista apoyada por el PCE. Por el contrario, destacados dirigentes socialistas ocuparon cargos de gran relevancia en el sexenio primorriverista: vocalías del Consejo de Estado y del Consejo Interventor de Cuentas del Estado, asientos en el nuevo Consejo Superior del Trabajo y en la Comisión de Corporaciones del Ministerio de Trabajo, consejerías del INP, del Consejo de Información Telegráfica Comercial, del Consejo Superior Ferroviario, representantes gubernamentales en la OIT, representantes en los comités paritarios, en la Oficina Internacional de Ginebra, etc… El propio Largo Caballero logró entrar en el mismísimo Consejo de Estado. Largo Caballero, con el visto bueno de Besteiro, aprobó y perfeccionó los proyectos del general sobre los jurados mixtos y el arbitraje imparcial. Ya ven, la dictadura derechista de Primo de Rivera era un tanto peculiar.
Particularmente interesantes fueron las distintas entrevistas que Miguel Primo de Rivera mantuvo con el dirigente de la UGT Manuel Llaneza. El socialista Andrés Saborit, entonces miembro de la Comisión Nacional Corporativa, señalaba en el XII congreso ordinario del PSOE celebrado en 1928 que “la justicia obliga a reconocer que Primo de Rivera atendió la mayor parte de las reclamaciones formuladas por Llaneza”. En este sentido, cabe aquí recordar, por lo que a Asturias se refiere, la financiación de la compra de la mina de San Vicente para la explotación, en régimen de cooperativa, por el sindicato minero asturiano, al que Primo de Rivera concedió, además, una subvención de 25 céntimos por tonelada de carbón explotada con la condición de que los fondos se destinaran a obras benéficas.
Asimismo, la dictadura subvencionó la creación de casas del pueblo socialistas. Curiosamente, la organización corporativista de los comités paritarios permitió que la UGT durante la Dictadura pasara de 208.170 afiliados en 1822 a 238.501 en 1929, permitiendo la propaganda marxista, sueldos y dietas para sus militantes que participan en el tinglado paritario.
Años después, en una de las sesiones parlamentarias más radicalizadas de nuestra Historia, la cual tuvo lugar el 15 de abril de 1936, varios diputados socialistas arremetieron descabelladamente contra la Dictadura de Miguel Primo de Rivera. Calvo Sotelo tuvo que recordar a estos los viejos socios del dictador lo mucho que habían colaborado con el Marqués de Estella. El ambiente se caldeó, pero Calvo Sotelo se había limitado a decir la verdad. De hecho, cuesta encontrar dirigentes socialistas entre los conspiradores antidictatoriales, entre otras cosas, porque las iniciativas antidictatoriales solían partir de los círculos liberales, los ateneos republicanos y las logias jacobinas. Por el contrario, las Casas del Pueblo administraban su particular luna de miel con la Dictadura, haciendo caja y fomentando las afiliaciones.
Terminamos recordando dos frases para enmarcar; su autor, Indalecio Prieto. Decía éste de Primo de Rivera que era un “Dictador sin muertos” y que “ojalá todas las dictaduras fueran como la suya”. ¡Cómo iba a opinar de otra manera! La etapa de Miguel Primo de Rivera se había convertido en una de las edades de oro del socialismo español, un movimiento político antiliberal por más razones de las que nos creíamos. ¿O qué se pensaban ustedes?
Autor: Smith
Publicado el 3 de mayo de 2005
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